Está feo contradecir a los grandes. Más aún si son los creadores de lo contradicho. Pero la última novela que Bolaño publicó en vida, Una novelita lumpen, merece ser rescatada de la lumpen-literatura en la que su padre la concibió.
Hace poco más de dos años, entrevistamos a Mario Marín (Aroche, 1971) por la publicación de su primera novela, El color de las pulgas. Para entonces ya llegábamos tarde, porque aquella historia de amor y desgarro protagonizada por la purria -a la que él tiene en tan alta estima- no se trataba, ni por asomo, de su ópera prima. El nombre de este onubense que también es «artista por actitud, devoto de la Virgen de la Ataraxia, invencionista por credo, activista performer, experto en suavidad, amante del oficio y First Fan del concepto páramo» ya había trascendido las fronteras rubricando poemarios y libros de relatos, fotografías, esculturas, pinturas al óleo sobre cartón (sí, es un autorretrato, o tres, la imagen de arriba) y pintadas con spray en cualquier lugar (estas últimas bajo «el paradigma de lo común Paco Pérez»).
Por María Pachón
Es complicado entender de dónde saca el tiempo para inventar «realidades paralelas que desagravien el fraude de la existente». Sin embargo, no es difícil descubrir de dónde agarra las ideas que le sirven de fertilizante (quien conoce la obra de Mario Marín pronto descubre también que él hubiera preferido que empleáramos aquí la palabra ‘estiércol’) para cultivar su Invencionismo: «De la TV, de las redes sociales, del barrio, del absurdo y del bar. (Porque) una cabeza en barbecho es más productiva que una con abono continuo», sentencia el artista. Claro… Sobre todo si la cabeza es la suya, que no necesita descansar para regenerarse.
Así, con este uso especial del tiempo que él hace, Mario Marín ha publicado Mañana es el día siguiente (de nuevo con Ediciones del Viento), un duro drama ambientado en una urbanización setentera decadente que ya solo es visitada por ancianos que cuidan huertos y orean sus casas. Cuando el asco es el personaje principal de una novela, el mal es su secundario. Cuando el asco crece de emoción a fuerte desagrado y recorre la náusea, el vómito, el sudor y se luce en violencia enquistada, entonces, cuando se bosa, aparece la maldad:
Con el segundo trastazo corrí a la puerta y lo vi. Ahí llegó la primera embozada de asco. Un perro negro estaba corriendo como un majara por mi huerta. Tenía el pelo largo y cenizas las puntas de las patas. Mi respiración me hacía cardenales por dentro. El pisoteo más gordo fue con las tomateras, el perejil rizado y los alcauciles. Me fui rápido hacia él cagándome en sus muertos y gritándole que parara. Desde detrás de la cancela escuché un silbido.
Presentada como un choque de ambientes rural y urbano, el crecimiento de la brutalidad se hace cotidiano y se normaliza en una trama de continuo y complejo salvajismo. Mañana es el día siguiente es una crónica del mal en estado puro. Una historia tan inmoral que su malvado desenlace provoca una sonrisa en el lector horrorizado. Y sonreír ante el mal no debe ser muy encomiable, aunque Stieg Larsson o Quentin Tarantino tengan tantos millones de seguidores.
Con una prosa que va matando moscas de manera certera, Mario Marín, recrea un paraje que nos trae aires del Santuario de Steinbeck o del Tiempo de silencio de Martín Santos. Con esta obra se confirma que el asombro que su anterior novela, El color de las pulgas, causó a los editores, no fue casualidad… Porque es una locura lo de Mario Marín con la literatura, con el arte. Como un vicio.