María Ángeles Pérez López: «La poesía es un espacio de resistencia. Es un no, un no grande»
Por María Pachón
Leer a María Ángeles Pérez López es revivirse a una misma. Leyéndola también un hombre, ojalá, convivirá con su genialogía si, en vez de tijeras, emplea las ‘llaves que sí’ ofrece la poeta. Llaves que abren baúles de recuerdos sin palabras tejidos por nuestras madres, y por las suyas, y las suyas de las suyas; llaves que abren puertas a un presente de colores eternamente avivado por animalas que fueron y serán ‘no extinguidas’, ‘no olvidadas’, ‘no muertas’.
Leer la poesía de María Ángeles Pérez López es pervivirnos mientras seguimos desviviéndonos por vivir.
Nota: Las palabras genialogía, animala, centaura y muso no aparecen entre comillas o en cursiva porque merecen el reconocimiento de existir.
María Ángeles Pérez López. Vídeo: Mark Gómez. Fotografías: Bernardo Cruz.
María Ángeles, antes de nada, o de todo, GRACIAS por su poesía. Nos gustaría conocer un poco más de usted a través de sus primeros recuerdos literarios. ¿Algún familiar o ser querido la estimuló a constituirse en la poesía?
Tengo el recuerdo muy feliz de una profesora en el instituto, catorce años tenía yo en ese momento, que trajo a la clase Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz cantado por Amancio Prada. Escuché esas palabras como quien escucha a un extraterrestre [risas], es decir, como si fuera un lenguaje venido de otro tiempo y otro lugar y otro mundo. Y la estupefacción, y la felicidad también, y el desconcierto fueron enormes. No ha habido nadie en mi entorno cercano vinculado a las palabras. Pero sí sentí pronto el apoyo sobre todo de profesoras y profesores. También después, en la facultad, cuando hice Filología Hispánica, empecé a compartir textos con profesores que eran poetas y que hoy son grandes maestros y grandes amigos. No ha habido ese entorno familiar, pero sí un entorno de amistad y de formación en el que la poesía ha ocupado un lugar central, en el que ha sido una respiración.
¿Y a qué edad comenzó a escribir?
Con quince o dieciséis años me recuerdo garabateando en las carpetas que teníamos así en formato grande, con un poco el deseo de remedar a Alberti, que había escrito Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, a Lorca y su Poeta en Nueva York. Me preguntaba cómo se podía escribir de esa manera, qué pasaba con las palabras… En realidad, empiezo pronto a escribir; publico bastante tarde. Pero esos años de la adolescencia, de la primera juventud, de la facultad, son años de borronear: llenar papeles, empezar a compartir esos textos, empezar a ir a tertulias, a soñar con revistas literarias… Ese mundo en el que empiezas a pensarte en esa dimensión: la del lenguaje.
La rutina del ojo, la rutina de la mano hacen invisible lo que pasa a nuestro alrededor
Me fascina el modo en el que construye poesía desde lo cotidiano. ¿El hecho de limpiar el polvo o de hacer un café es en sí poesía, o es necesario que escribamos sobre la tarea de limpiar el polvo o de hacer un café para crear poesía?
Seguro que la poesía, lo que pueda significar, es una forma de mirada. Es una creatividad con respecto a lo que nos rodea, y eso nos pertenece a todos, radicalmente. Lo que ocurre es que nuestra mirada se disciplina severamente, vamos perdiendo la capacidad de ver. La rutina del ojo, la rutina de la mano hacen invisible lo que pasa a nuestro alrededor. Y puede ser eso, el café o la lavadora, pero también pueden ser el amor y tantas otras cosas. Claro, como el amor es una experiencia que te rompe y te construye completamente es difícil que pase desapercibida. Pero otros pequeños gestos pueden pasar desapercibidos. Yo no creo que necesitemos que el poeta nos diga. Yo creo que lo extraordinario es que junto al poeta abramos esos espacios de nuestra sensibilidad para percibir hasta qué punto todo lo que nos rodea puede ser digno del asombro. Siempre me recuerdo un verso de la peruana Blanca Varela que decía: «Pero dime, ¿durará este asombro?». Esa pregunta, yo creo, es la pregunta de vivir.
Y esta pregunta es reiterativa, se hace siempre a las poetas. Sin embargo, su respuesta nunca es la misma. En su definición esencial, ¿qué es la poesía?
Es aquello que se resiste a pertenecernos de alguna manera, pero que constituye esa relación básica con el lenguaje que acompaña a la humanidad desde su origen y que la va a acompañar hasta el final. No son palabras mías ni mucho menos; son palabras de grandes poetas que me han precedido y que, en esa vinculación con las palabras, se preguntan quiénes somos, qué significa ser, quién es el otro, la otra, cómo vivir, hasta dónde alcanza nuestra posibilidad. Y yo decía resistencia como cualidad de la poesía porque la poesía no cede muchas veces a esa parte de los lenguajes instrumentales, de los lenguajes codificados en los que ya no queda vida, son espacios muertos. La poesía tiene esa posibilidad, creo, una y otra vez, de recordarnos, por ejemplo, la resistencia de lo vivo ante la muerte, la resistencia ante la frialdad, ante el sufrimiento en cualquiera de sus formas, ante la injusticia, ante cualquiera de las heridas, de los dolores. La poesía es ser consciente, es preguntarte por tu alrededor, por el pasado, por el presente, por el futuro. Por eso en la poesía todas las definiciones son posibles, no hay dos definiciones iguales. Para mí sería eso, un ejercicio de resistencia en relación con lenguajes devaluados, con lenguajes empobrecedores, con lenguajes que cosifican, con lenguajes que nos hacen creer que las personas de pronto son mercancías, que las cosas y los animales nos pertenecen, que nos pertenece la Tierra. Y ahí la poesía está recordándonos una y otra vez un no, un no grande.
Siento la necesidad de repensar una sociedad machista donde hay políticas de igualdad que no logran modificar cifras por las que sangramos
Usted crea una poesía íntima pero a la vez extrospectiva por tener muy claro esto: la maravilla del ser consciente. Sus palabras surgen de la cotidianidad, de las inquietudes por la memoria, propia y colectiva, del ser femenino. ¿Qué comentario podría hacernos de estas tres temáticas constantes en su espacio poético?
Cuando empiezo a escribir no sé bien qué significa hacer poesía. Son caminos de búsqueda. A estas alturas, después de seis libros publicados, lo sé mucho menos que cuando empecé a escribir. En realidad, la idea de buscar, de preguntarme, es constante. Lo que sí es cierto es que hay elementos que son recurrentes porque tienen que ver con las grandes obsesiones. Decía Juan Gelman que «el poeta no tiene temas, sino obsesiones, un collar de obsesiones», y yo creo que es así. Memoria individual y colectiva de algún modo, ese pasado que nos ha ido conformando. También, desde luego, lo que significa ser mujer. En el primer libro no soy consciente de si esto tiene algún peso, solo hay un último poema al final donde me pregunto qué podrá significar venir de una estirpe de mujeres que no ha llegado a las palabras, que no ha tenido acceso a las palabras.
¿De qué forma esa pregunta se convierte en obsesión?
Ya a partir del segundo y tercer libro, de ahí en adelante, soy consciente del peso de lo femenino por el propio vivir la experiencia de la desigualdad en la mujer en tantos ámbitos, por muchas lecturas, por la necesidad de repensar una sociedad y un tiempo patriarcales, machistas, donde la violencia de género es presente, donde hay políticas de igualdad que no logran modificar cifras por las que sangramos. Eso va cobrando mucho peso; cobra peso en mí como ciudadana, como esposa, como madre, como profesora, como un ser humano que mira y se conduele. Cristina Rivera Garza, la escritora mexicana, habla de ese condolerse, dolerse con. Es entonces cuando entra la preocupación por el qué significa escribir como mujer, por cuáles son los límites y cuáles las posibilidades. Si es una habitación propia, como escribe Virginia Woolf, ¿cuál es la llave de esa habitación propia? ¿Se trata, tal vez, de una habitación cuyos muros hay que demoler para que sea la habitación conectada de la que habla Remedios Zafra? Todo eso entra, y entra creativamente y se va volviendo una obsesión, es decir, algo de lo que no puedo prescindir porque es una piel, una segunda piel sobre la primera piel, algo que se funde y crea la necesidad de repensar, de deconstruir, de revisar críticamente muchos de los elementos que decimos, porque decimos ‘ser mujer’ pero también ‘ser hombre’, de repensar y reconstruir los modelos de lo femenino y de lo masculino. Lo real nos interviene, pero nosotras y nosotros también intervenimos en lo real, lo transformamos. Por suerte, estas son cuestiones que respiro cada día y comparto con muchas otras personas, escritoras y escritores.
La pregunta es lo que desata, aquello que de verdad merece la pena, desde ahí se puede hablar
Por lo anterior, supongo, la presencia del ‘yo’, muy intensa hasta Carnalidad del frío, va desvaneciéndose en La ausente y desaparece a partir de Atavío y puñal. ¿Es necesaria la vacuidad del yo para concebir que «somos de la Tierra»?
¡Ay! No lo sé… Pero a lo mejor por eso he escrito estos libros, porque no lo sabía y a día de hoy tampoco lo sé. Lo que sí percibí en un momento dado es que el ‘yo’ que habitualmente nombra no deja de ser un solo espacio y que, en la medida en que intentara ser consciente de que era una creación personal, una ficción, el terreno de mi imaginario, podría tomar distancia e intentar relegarlo, evitarlo para, tal vez, abrir ventanas y puertas a otras tonalidades, a otras sensibilidades, a otras experiencias que yo no he tenido pero otras personas sí, por lo que puedo sentirlas como mías. Hay una voluntad explícita de tomar distancia porque la literatura, el arte, nos permite vivir muchas vidas.
Por eso, en Atavío y puñal la mujer ya no es el ‘yo’, y en Fiebre y compasión de los metales apenas hay nada humano, o a lo mejor también los metales son totalmente humanos. No lo sé, porque ahora llegué como a una encrucijada y estoy preguntándome. Honestamente, no creo tener ninguna respuesta, pero sí numerosas preguntas. La pregunta es lo que desata, aquello que de verdad merece la pena, desde ahí se puede hablar.
Ampliar el lenguaje es ampliar el mundo y nuestra experiencia del mundo
Su último libro, Fiebre y compasión de los metales, me ha desatado muchas preguntas. Siento que sus versos son más encabalgados, pero también cada vez más abstractos; que quizás no recojo lo que usted me ofrece. Francamente, no me supone un problema: el poema ‘Una naranja’, escrito «con y contra Borges y Parra», me envuelve. ¿Le preocupa la abstracción?
Es algo que pesa mucho sobre mí. Me angustió con ese libro. Llevaba varios años sin escribir, sin saber hacia dónde podía escribir. De pronto las tijeras del inicio son las que desencadenan el libro con ese gesto de cortar un hilo de palabras, y a partir de ahí se suceden otros objetos metálicos. Me preguntaba por su frialdad, por su abstracción, por qué podían decirle a alguien una cuchilla, un bisturí… si eso podía llegar a alguien. Pero también, honestamente, era el territorio en el que me sentí capaz de decir.
¿Por qué motivo?
Porque de un lado está todo lo que nos rodea y es real más allá de nosotros, o más acá, o más arriba o más abajo. Tiene su contundente verdad, distinta de la verdad humana, o de la verdad de cada una de nosotras, de cada una de las siete mil millones de personas sobre la Tierra. Es su pequeña gran verdad. Entonces yo quería, por un lado, ser honesta en la escucha de esa pequeña gran verdad y, por otro, no dejar de sentir que hay una persona, o un lenguaje a través de una persona, que está sintiendo esa pequeña verdad y haciéndola suya de algún modo.
¿De ahí ‘Una Naranja’ y su paradoja?
Sí, la naranja que está y no está. No es una naranja real que pudiéramos ahora compartir y llenara de felicidad nuestras bocas. Sin embargo, quiere serlo, quiere aproximarse a eso, quiere traer esa alegría del invierno, del color, de la saliva…, y para traerla necesita que las palabras se entreguen a esa felicidad de lo pequeño, de la pequeña verdad de la naranja que también conoce el cuchillo, que también conoce lo que significa la muerte. En esa paradoja yo sentía el libro: entre lo concreto de alguien que en un momento determinado dice y hace suyos los objetos, y el objeto por sí mismo en su radical extranjería con respecto a quien dice. Por eso el ritmo es a veces muy rápido, un ritmo como atravesado por esos encabalgamientos, un ritmo tajado, sajado, como si no fuera posible respirar armónicamente, con cierta asfixia y cierta febrilidad, la del título.
Leerle es sentir también la febril sensualidad de María Luisa Bombal, la desolación de Idea Vilariño. ¿Podría haber llevado a cabo un estudio de estas y otras escritoras con la profundidad con que los hizo sobre escritores como Vicente Huidobro, Juan Gelman o Nicanor Parra?
Es tanto el trabajo que nos queda por hacer en ese sentido a día de hoy, 2018… Las conocemos poco, a algunas un poquito más por, a veces, razones extraliterarias, como su vida, su muerte, su relación sentimental con, circunstancias concretas de su biografía… Conocemos poco ese legado de voces. Formo parte de una asociación llamada Genialogías, de mujeres poetas en España que, en un momento determinado, nos preguntamos por esa genialogía menos visible, poco visible. Yo no tuve apenas contacto con autoras cuando estudié. En mis primeros años como profesora prácticamente no incluían autoras y me parecía natural, había naturalizado esta cuestión. Con el tiempo veo que los estudios se van sucediendo, las reflexiones feministas van cobrando peso y trabajos como el de esta asociación, y otros que vienen desde hace décadas, hacen visible su patrimonio.
Ahí asociaciones como Genialogías o Clásicas y Modernas tienen un campo enorme.
Sí, porque lo que ocurre es que percibimos que ese legado de la poesía, de la novela, del cuento, del teatro, del ensayo escrito por autoras, igual que pasa con filósofas, científicas, con tantos otros órdenes, resulta muy poco visible, y tiene que ver, claro, con la estructura patriarcal. Porque la mirada ha privilegiado lo masculino, ha asociado el logos a lo masculino, ha asociado el conocimiento a lo masculino, por supuesto a lo que es el mandato de la ley, pero también a cualquier acercamiento a las formas del saber. Aprender de otra manera, aprender lo que ellas han dicho: Ida Vitale, enorme, maravillosa, último Premio Cervantes, y tantas autoras que ahora estamos empezando a conocer mejor. Lo que yo desearía es que esta cuestión finalmente sí logre traspasar el ámbito de generaciones concretas, de personas concretas, de mujeres y hombres concretos, poniendo luz sobre lo que han hecho. Porque de algún modo percibimos que lo que ellas han hecho, ese legado prodigioso, no lo terminamos de heredar. Es decir, en los años ochenta ya hay antologías relevantes de poetas españolas; antes, desde luego, también. Es decir, han estado publicando, han estado recibiendo premios… Sin embargo, cuando vamos a los libros de texto, cuando vamos a las librerías, cuando vamos a las listas de textos fundamentales, del establecimiento de cánones, de un canon para un país, para una sociedad concreta, cuando vamos a las tesis doctorales, a la bibliografía crítica, a los prólogos, a todo ese conjunto de puentes que permiten llegar a ellas, percibimos que nos falta mucho por hacer, mucho por hacer.
Genialogías surge también de ese juego de palabras, tenemos una genealogía de genias. Lo que ocurre es que la palabra genia no existe en español, como no existe la palabra muso, porque naturalmente las palabras las ha creado una sociedad concreta en un tiempo concreto. El lenguaje, igual que es sexista, es racista y clasista, y está atravesado por las grandes cuestiones de la sociedad. Cómo lo pensamos, cómo lo decimos, qué hacemos con esas palabras y con todo lo demás es lo que corresponde a esas preguntas que nos formulamos todo el tiempo.
María Ángeles Pérez López conversa con María Pachón en el Salón-Capilla del Parador de Zafra.
Poeta, poetisa. Animal, animala. Me encanta ese concepto de animala.
Animala es un préstamo que le pedí a Gonzalo Rojas, me encanta la idea. Y qué bien Marta Sanz con su reciente ensayo Monstruas y Centauras. Qué bien poder ampliar el lenguaje, porque ampliar el lenguaje es ampliar el mundo y nuestra experiencia del mundo.
Entonces, ¿se puede diferenciar la militancia feminista de la militancia poética?
Para mí no. Supongo que habrá quien crea que sí, porque sienta que lo feminista está negando validez a la gran poesía escrita por autores, pero en absoluto es así para mí. En los enfoques feministas, o en una gran parte de ellos, hay una ampliación y un enriquecimiento de todo lo que consideramos humano. Si lo humano ha sido pensado en términos de masculino, blanco, heterosexual y cristiano, ¿cuántas experiencias estamos dejando afuera? Lo que pasa por los cuerpos y su relación con Eros, el erotismo de la política y de la sociedad, cobra muchísima más luz desde una política feminista. Los ángulos son muchísimo más relevantes, e igual que puedo sentirme Don Quijote de la Mancha, espero que cualquier lector pueda sentirse Anna Karenina no solo cuando la escribe un hombre, sino también cuando la escribe una mujer. Es decir, todas esas formas de lo humano, con todas sus modulaciones, sus matices y sus diferencias, nos multiplican y hacen maravillosa la posibilidad de leer y escribir. Ahí estaremos en lo que nombraba Marta Sanz como nuevos lenguajes del feminismo cuando centaura sea, claro que sí, una parte de lo que podemos ser.
Por tanto, es seguro que la poesía nos va a acompañar hasta el final.
Irá mutando, tendrá cualquier tipo de desarrollo, pero nos va acompañar porque es una bendición, es un regalo sentir que de esa soledad radical de cada uno y cada una podamos tender puentes. Siempre me gustó la idea de que la poesía era un puente que tendíamos hacia alguna parte. Por eso creo que es tan importante y lo ha sido en todas las épocas. De manera distinta en cada una de ellas, sí, pero lo ha sido y tengo fe radical en que lo seguirá siendo. Esa fe de los ingenuos [risas].
Hasta el final que ya se aproxima, el de esta entrevista, seguro. Unas respuestas breves:
¿Julio es Garmendia, Cortázar, ambos o ninguno?
[Risas] Qué pregunta más difícil. Todos. Y Julio Vélez, que fue profesor mío y me los enseñó. Todos ellos, Julios todos.
¿Aún necesita tabaco para escribir?
No, ya no. Aunque todavía tengo nostalgia.
¿Qué libro está leyendo en este momento?
Acabo de terminar con estusiasmo Monstruas y Centauras de Marta Sanz y estoy leyendo Cuerpos antes del olvido de Yirama Castaño, una poeta colombiana muy destacada.
¿Podría dedicarnos una única palabra?
GRACIAS. Rafael Cadenas, el gran poeta venezolano, dice que la palabra gracias no se agota nunca. Hay algo en la palabra gracias, algo en su verdad de siete letras. Una palabra tan pequeñita que necesita dos manos para ser contada. Algo mágico ocurre con ella.
María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967), es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Ha merecido distinciones como el Premio Tardor y el Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz” y ha formado parte del jurado de varios premios literarios, entre otros, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio “Miguel de Cervantes”.