A pesar de ser ya un tema recurrente, en Maldita Cultura no nos cansamos de hablar de México y su particular idiosincrasia. En Puro México empaquetábamos el suroeste mexica a través de nuestros obturadores, con Brujería nos regocijábamos en los sabores fronterizos del tex-mex embrutecido, en Diario de Oaxaca nos impregnamos de la visión de Oliver Sacks sobre la fauna de Sierra Madre y gracias a Esteban Calderón sentimos en nuestras propias carnes la vida de un fotógrafo mexicano; aún así no podíamos dejar pasar la oportunidad de hablar de un sello identitario clave en la vertiente metropolitana del gigante azteca: el albur. Patrimonio inmaterial del país y de la gente que lo sufre, chascarrillo popular y forma de entender la vida, el albur se introduce en el estómago del consumidor, mucho más picante que el chile habanero y más profundo de lo que nunca lo hará el mezcal; y como un parásito subtropical se agarra a los intestinos del que lo escucha, al que no abandona hasta el fin de sus días. La vida del mexicano es un doble sentido, y cuando te habla, diga lo que diga, es más que probable que se refiera a otra cosa -seguramente sexual-: el albur es la metáfora mexicana y es inclasificable, como lo es una de las bandas que lo ha hecho propio y parte importante de su mensaje, los chilangos Molotov.
Por Bernardo Cruz
De los arrabales de la mayor metrópoli no asiática de la Tierra hasta los escenarios de medio mundo y los oídos del otro medio. De escuchar los albures con denominación de origen de Tepito a llevarlos a gente que ni siquiera sabe lo que significan. De comenzar haciendo versiones de otros grupos en garitos de medio pelo y mugre entera a firmar contratos con una discográfica enorme. De ser referencia de las clases bajas a ser criticado por las mismas. De ser el adalid contra Televisa y su gobierno de manipulación a aparecer en un reality show de mujeres de rockeros.
La vida de Molotov ha sido un carrusel de críticas y alabanzas, extremos que se tocan y alternancia entre composiciones para la eternidad y canciones olvidables, pero hay algo que nunca se le podrá negar a la banda mexicana: la creación de un estilo propio, un sonido característico y un universo particular a través de sus letras satíricas y en las que el albur -hablar con doble sentido- se ha erigido como principal figura retórica. Su originalidad recae en gran parte en su innovación musical, encarnada en la capacidad de todos sus miembros para ejercer como vocalistas y en la exótica presencia de dos bajistas en la formación -unida al intercambio constante de instrumentos entre sus miembros-.
Fotografías cedidas por Mikel Masa.
Más vale Molotov
La llegada de Molotov al panorama discográfico puede ser denominada de muchas formas, pero fue de todo menos discreta. El título de su primer disco parodia al ¿Dónde jugarán los niños? de Maná, tótems mexicanos del rockero bien que se dedica a escribir sobre amores y desamores telenovelescos, dejando claro desde el inicio su posicionamiento en las trincheras contra lo políticamente correcto y asomándose al abismo de la polémica prácticamente en cada paso. Si en el título ya se siente el espíritu mordaz de la banda, la portada del disco -censurada en muchos establecimientos- nos indica, ya a las claras, que el contenido del plástico no está hecho para mojigatos.
Con la irreverencia que se considera inherente al rock -no hablamos de Maná ahora- y la idiosincrasia de los barrios chilangos, ¿Dónde jugarán las niñas? (1997) supuso una auténtica revolución bipolar: polémica y críticas negativas para sus letras y calurosa acogida para su música. La producción a cargo de Gustavo Santaolalla y las composiciones musicales con un estilo muy en la línea de Red Hot Chili Peppers (por la importante presencia del bajo) y, sobre todo, Rage Against the Machine, levantan un disco innovador y referente del sonido de la época. Con respecto a las temáticas tratadas, la polémica es la constante que atraviesa el disco: desde Que no te haga bobo, Jacobo, dirigida al presentador de televisión Jacobo Zabludovsky, en la que exponen sin filtro la manipulación de los mass media mexicanos, hasta Gimme the Power, auténtico himno del grupo que relata el expolio del país por parte de la clase política en general y del PRI (Partido Revolucionario Institucional) en particular.
Pero su retrato de la sociedad mexicana y de su decadencia no se queda en los altos escalafones políticos y baja a pie de calle para demostrar como la homofobia (Puto) y el machismo (Quítate que ma’sturbas/Perra arrabalera) son elementos instaurados en lo más profundo de la conciencia social del país.
No manches mi vida
Tras un debut arrollador y con el que obtuvieron cartel en todo el mundo, el resto de su carrera ha estado marcada por las enormes expectativas creadas con su primer álbum. En su siguiente entrega, Apocalypshit (1999) -producida por Santaolalla y otro ilustre, Mario Caldato Jr.-, el nivel con respecto al anterior bajó al mismo nivel que la crítica política directa, desaparecida en este disco. Lo que si mantuvieron fue su estilo basado en dobles sentidos y juegos de palabras, que convierten algunas letras en auténticos trabalenguas indescifrables, y su reproducción de la visión retrógrada de la sociedad mexicana –Rastamandita-.
A pesar del fracaso de crítica, su segundo álbum mantiene la frescura del debut y contiene dos temas, ambas con inicios trepidantes, a tener muy en cuenta: No manches mi vida y Apocalypshit, que años después sería banda sonora de la cocina rodante de Walter White en Breaking Bad.
Gimme the power again
El mejor intento de replicar su debut lo alcanzaron con Dance and dense denso (2003), quizás su disco más elaborado y el favorito de algunos miembros de la banda. En la variedad está el gusto o eso debieron pensar los integrantes de Molotov al manufacturar su tercer álbum, el de su consagración como algo más que un éxito puntual.
El grupo repasa cada una de sus variadas influencias a lo largo del LP: del punk macarra para pegarse en el slam del tema homónimo a los juegos de palabras –E. Charles White-, de los guiños a ritmos bailables y electrónicos –Here we kum, Changüich a la chichona– a los aromas norteños –Frijolero-; y vuelve a la crítica de problemas sociales que marcan el país: la inmigración al gigante del norte, la corrupción de los partidos políticos –Nostradamus mucho– o la desigualdad social –No me da mi navidad-, sin olvidar su satírica intrínseca. El cierre lo pone Hit me, una arenga en toda regla al pueblo mexicano en la que enumeran los problemas sociales que asolan su país y en la que dejan la esperanza de cambio en la soberanía popular, por lo cual subtitularon la canción como Gimme the Power 2.
Queremos pastel
Tras Dance and dense denso comenzó la travesía por el desierto de Molotov, una que no duraría cuarenta años sino ocho, los que tardaron en realizar los tres discos necesarios para cumplir el contrato discográfico firmado en sus inicios: Con todo respeto (2004), un disco de versiones libres al estilo Molotov, con letras adaptadas por la banda y homenajes a Falco, Misfits, Beastie Boys, ZZ Top o Toreros Muertos; Eternamiente (2007), experimento similar al realizado por Kiss en el que cada uno de sus miembros graba un EP por separado para conformar un álbum completo y así contrarrestar los rumores de separación que rodeaban el grupo en esa época; y Desde Rusia con amor (2012), álbum en directo lanzado quince años después de su debut.
Para cerrar, hasta el momento, su discografía publicaron Agua Maldita (2014), autoproclamado como su mejor disco por la banda y el productor del mismo -Jason Perry- en una evidente campaña publicitaria. Esta afirmación, totalmente inverosímil, no es óbice para que este ábum sea superior a sus dos predecesores -algo no muy difícil por otro lado-, y a la vez anuncie a viva voz el lento agotamiento de la chispa que alumbró el mundo con ¿Dónde jugarán las niñas?. Lagunas metales y sus graciosos guiños a otras bandas de rock y la colaboración de Darryl ‘DMC’ McDaniels, de Run DMC, en La raza es la pura raza y Again N’ Again son los mejores momentos de Agua Maldita.
Inclasificables musicalmente -rock, rap, funk, metal, tex-mex…- gracias en parte al uso de dos bajos e irreverentes hasta el máximo en sus letras, Molotov no deja a nadie indiferente. Criticados y alabados a partes iguales, hay que reconocer la valentía del grupo de llevar la libertad de expresión hasta sus límites y de ser capaces de representar de manera fiel la sociedad en la que viven, auténtica artífice de un grupo que no existiría como tal de no haber nacido y mamado la cultura subyacente en la capital mexicana y todo lo que ello conlleva tanto positiva -crítica de la propia sociedad, mezcla única de influencias locales y externas- como negativamente -componentes homófobos y machistas-.
Nadie como Molotov para llevar la conciencia mexicana más allá de sus fronteras a través de su mejores armas, el albur y la fidelidad a su forma de entender la vida: «Igual que tú, Molotov también es mexicano».