Después de darle más de una vuelta, he llegado a la conclusión de que no existe ninguna etiqueta capaz de catalogar el sonido de Circus Devils. Es tal el grado de experimentación, la cantidad de estilos que se pueden detectar, que la tarea de establecer con ellos un orden clasificatorio se convierte en un acto inútil a la par que innecesario. Así que para qué molestarse. A veces, basta tan solo con apagar la luz, poner el volumen adecuado y dejarse llevar. Que las respuestas vengan por sí solas, aunque por instantes nos resulten aterradores jeroglíficos. Es lo que tiene emprender un viaje hacia un lugar tan extraño que incluso lo bello puede llegar a asustar. Oscuras melodías advierten que estás pisando un mundo tenebroso, pero, igualmente, suculento. Dar un paseo por él, tal vez resulte desconcertante, y quizás no todo el mundo esté realmente preparado, pero lo que es seguro, es que merece la pena.
Por Manuel Nuño
Circus Devils es uno de los muchos proyectos musicales del incasable y polifacético Robert Pollard. A sus 57 años, este músico, compositor, artista y poeta visual ha escrito cerca de 2000 canciones. Casi nada. Nacido en Dayton, Ohio (1957), es fundador y líder de la banda de rock-indie Guided by Voices; al mismo tiempo, desempeña con éxito una prolífica carrera en solitario. Conocido popularmente como «The Godfhater of indie rock«, Pollard suma en su buen hacer innumerables proyectos secundarios. De todos ellos, posiblemente sea Circus Devils el más fecundo y sorprendente. Desde el año 2001 hasta la fecha, han sacado a la luz nada menos que trece discos. Si sumamos el número total de canciones que los componen, nos da como resultado la imponente cifra de 282. Vale que estas canciones rara vez llegan a los tres minutos de duración, pero aun así, no me parece en absoluto que sean pocas. Tras ellas, también está el trabajo de los hermanos Tim y Todd Tobias. Estos músicos son los encargados de crear las bonitas y demenciales atmósferas sobre las que Pollard escribe sus letras, cargadas de fantasía y asco. Multitud de instrumentos y sonidos, entre los que destacan las geniales guitarras, hacen de su música una seña de identidad maravillosa y, como ya dije, inclasificable.
Robert Pollard por Tristan Loper en 2014.
Como podrás intuir, Circus Devils apunta hacia los extremos. Sonidos ambivalentes que se debaten entre lo grotesco y lo jocoso, entre la experimentación y la genialidad, entre la fealdad y la belleza. Lo mismo te atrapa con una entrañable y lacrimógena balada acústica, como con una rabiosa colección de ruidos electrónicos. Es como una congregación de géneros musicales, a veces mezclados y otras muchas (la mayoría), retorcidos y deformados. Pese a todo, Circus Devils se siente rock. Tras esas guitarras indies, ópera freak y locuras sintéticas, late una actitud de mugriento punk. Pero, aviso: no todos los discos son iguales. De hecho, son bastantes distintos entre sí. Cada uno cuenta su propia historia y con un estilo propio, incluso con sonidos bastante diferenciados. Hablamos de trabajos conceptuales que requieren una escucha completa, de principio a fin, para una experiencia y una comprensión más profunda y satisfactoria. Tan solo recuerda que no siempre será un viaje de placer. A veces resultará aterrador. Otras veces, quizá hasta te hagan reír. Y es que, si algo no le falta a Circus Devils es sentido del humor. Para comprobarlo solo hay que echarle un vistazo a su web oficial.
Si después de todo esto sientes que aún no tienes suficiente, si de verdad estás dispuesto a ir a por todas y llegar hasta el final del recorrido, necesariamente debes echar un vistazo a sus chiflados y perturbadores videoclips.
Como podrás ver, en ellos se da rienda suelta a la spicodelia que impregna todo el proyecto. Un verdadero mindtrip visual en los que la creatividad de Pollard alcanza un nivel aún más perverso si cabe. Los vídeos le proporcionan un lienzo perfecto para plasmar su obsesión por el arte del collage (el mismo con el que trabaja su poesía visual). Al igual que ocurre con la música, el ejercicio conceptual juega aquí también un papel relevante. El mayor ejemplo de ello lo encontramos en I Razor (2012). Esta joya tan peculiar incluye, junto a las canciones de la banda, piezas instrumentales de Todd Tobias repartidas por los 68 minutos que tiene de duración. No se sabe con exactitud si es un álbum, una película, una colección de videoclips o una broma en la que se les fue la mano con el ácido. Es todo tan deliciosamente imaginativo, sucio y extraño, que I Razor merecería un artículo para sí mismo (quizás en otra ocasión).
Tanto vídeos como música forman parte inseparable de este colorido y desquiciado entramado mental. Circus Devils son raros, extravagantes… pero ante todo, son enormes músicos. Una especie de experimento sonoro y visual en el que todo tiene cabida, y cuya originalidad y descaro puede espantar a los menos pacientes. Aunque es posible que, por momentos, te parezcan incluso algo convencionales. O puede pasar que su psicodelia te sature, o que su basto humor no te haga ninguna gracia. Incluso puede que hasta sientas algo parecido al temor o al rechazo y no te apetezca poner un segundo pie en esta dimensión. Todo puede ocurrir. Habrá quienes se sientan superados y abandonen en marcha, pero aquellos a los que el desconcierto inicial no logre desarmarlos y sepan sacar beneficio de su curiosidad, descubrirán un tesoro de valor perdurable. Una banda tan extraña como sorprendente, tan insólita como creativa, tan alucinógena como alucinante.