Palomita,
requiebro nival,
parece que exhibes pétalos
nacidos del sol,
entre sal y aceite.
El empacho húmedo
mecido al bochorno
de hondas
o al rechazo
de ascuas,
arranca de una roseta
la geometría difusa
nacida en tu adentro.
Tres minutos
advertía
el papel plegado,
la mortaja donde naces.
Pero al ¡ding!
que anuncia próximo el plexiglás,
cayeron tus lágrimas
últimas
amarillas
de la bolsa al bol
como si el otoño
te llegase.
Tu dorado
se hunde a los abismos
besando al olvido tu almidón
por no partir la corteza
que encierra tus blancas gracias.
Palomita,
ábrete.
¡Amanécete ya en nimbo
para el paladar!
Yo te daré más calor,
si eso quieres,
pero, por favor, ¡florece!
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Por Luis Oliveros
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