Comenzar es un verbo imprescindible. La ilusión del comienzo abre puertas, funda caminos y revive almas muertas. Comenzar es un verbo necesario para contrarrestar todo lo que termina, todo lo que se agota y nos agota, todo lo que nos encorseta en fórmulas arcaicas y rutinas inútiles. Ningún proyecto, ninguna expectativa, ningún ideal humano serían posibles sin su comienzo: comenzar el día, comenzar un sueño, comenzar un viaje, comenzar una historia de amor.
Comenzar pone voz al susurro y eco a la voz. Comenzar tiene alas para volar alto y aletas para nadar profundo. Comenzar nos redime de todo lo olvidado, de todo lo obligado, de todo lo acatado. Comenzar nos interroga y nos convierte en interrogación para otros. Comenzar nos acerca al asombro, a la duda y a la capacidad de elección: tres rasgos esenciales de todo ser potencialmente libre. En un mundo donde cada vez es más común que se identifique al individuo con una cifra anónima, con un perfil hermético y comparable a otros perfiles, con un animal dócil, mediatizado y controlable, el comienzo es un deber y un derecho de toda persona para no enfermar de miedo, de sinrazón o de tristeza, para no morir de límites impuestos por terceros: realidades que deberían sernos impropias desde el momento que nacemos y crecemos con las admirables capacidades de amar, pensar y crear.
Comenzar convierte en acto la idea y en actitud el sentimiento. Comenzar es una suma de colores, olores y sabores que tan solo merece quien los comparte. Comenzar es adentrarse en lo que aún no es, en lo que aún no existe, a lo sumo en nuestra mente, en nuestra imaginación, en nuestro poder de concebir irreales con los que transformar el mundo. Todo comienzo es sinónimo de inicio, de emprendimiento y de tentativa, pero también debería serlo de conocimiento, de ilusión y de originalidad. Todos los destinos se afrontan con un primer paso y todas las grandes obras nacen, inevitablemente, desde un primer impulso.
El comienzo es un presente con alma de futuro: comenzar la semana, comenzar un trabajo, comenzar un aprendizaje o comenzar una revolución. Necesitamos más puros comienzos para no envejecer, ni como individuos ni como sociedades. Necesitamos más irrepetibles comienzos para no olvidar la importancia de sentir nuevas esperanzas, nuevas alegrías y nuevas verdades. Es necesaria una mirada renovada hacia lo que somos y, con mayor urgencia, hacia lo que nos hace ser, hacia lo que podemos llegar a ser. Es necesaria una fe superior en nosotros mismos para comenzar y comenzarnos.
Que cada cual atienda a sus motivos y a sus comienzos más íntimos. Que cada cual asuma su parte responsable en el comienzo o no comienzo de otros. El día menos pensado puede ser hoy. El día más deseado puede ser hoy. El mañana siempre será tarde. El mañana, sin un comienzo previo, no existirá nunca.
Solo comenzaremos comenzando. Solo comenzaremos comenzándonos.