Clara Peeters, la exultante visión femenina de la pintura

La sobriedad de su obra contrasta con esa luminosidad arrebatada de lo inaudito que la impregna de fortaleza visual y carácter pasional. La rotundidad de la belleza sin estridencias.

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida

La categorización pictórica como en otras manifestaciones artísticas, alude a condicionantes que no se ciñen exclusivamente a la expresión final. Esto es, a la razón de la obra y su fundamento estético. Si no fuese así, la visibilidad de éstas no se vería empañada por el contexto social en el que aparecieron y los códigos que se emplearon para catalogarlas que tenían, incluso, carácter legislativo. Así ocurría en los siglos XVI y XVII. Un reducido grupo de mujeres pudo dedicarse a la pintura: Artemisia Gentileschi, Isabel Sánchez Coello, Lavinia Fontana, Levinia Teerlinc, Fede Galizia, Elena Recco o Sofonisba Anguissola. Y muchas de ellas gracias a que su ancestro era pintor. Sus respectivas producciones estuvieron ligadas a motivos que se distanciaban de la anatomía humana, ya que no podían experimentar su oficio con modelos vivos, normalmente masculinos que posaban desnudos. Los aprendices de pintor solían vivir con el maestro. No se concebía que las mujeres pudieran tener tal grado de autonomía para convivir de esta manera. De ahí la adscripción al bodegón y retrato como imagen predominante.

Clara Peeters afianza el rol femenino en la pintura. Quizás su intención no fuera esa, pero en la niebla de los días, su obra se distingue con la personalidad de quien se reconoce legítimamente en su visión del arte y la ejerce como tal. Ese manejo de la realidad dentro de otra mayor dominada por el hombre, la convierte en un poderoso talismán para desterrar el sesgo en la creación artística y considerarla en la dimensión universalista del ser humano. Esta observación no es menor, pues aún, en según qué cenáculos arribistas, se alienta esta oblicua visión en la que se cosen nesgas para dar sobrevuelo a lo mediocre.

La realidad atrapada en el ensueño poético

En los lienzos conocidos hasta la fecha -39 atribuidos- hay una disposición del tiempo encuadrado en la propia de los objetos que fielmente se retratan. La atmósfera se depura en detalles absorbentes que dan personalidad propia al escaparate preciosista que nos presenta. Acrisolado, pulcro y sugestivo el ademán y ambición de la autora flamenca que se volatiliza ante nuestros ojos. A la sólida estructura conceptual se suma el equilibrio de la composición que gradúa la luz hasta tener sensación de itinerante. El realismo se encarna con autoridad moral sin divergir de ese hilo de idealismo que se corrobora en la atribución de un tiempo concreto y continuado tras la tradición renacentista. Con este enfoque innovador cuyo rastro se pierde en 1621, la autora nos descubre un nuevo tiempo de reflexión sobre la pintura. Apenas se tienen fuentes documentales sobre su vida y obra. Y ello parece obrar más que con el misterio con la certidumbre de encontrarnos ante un hallazgo inconcluso pero absoluto: la fe en lo imperecedero que surge y desaparece en la nada.

Clara Peeters - Maldita Cultura Magazine

Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas. Imágenes: Wikicommons.

El autorretrato como discreto vestigio

Una práctica en la que condensa ese enfrentamiento y reto personal ante las limitaciones que imponía la sociedad de su época. En ocho de sus obras se inmiscuye en la observación del espectador que las contempla. Sutil y desconcertante aparición al mostrarse discretamente con paleta y pinceles en el reflejo de jarras y copas. Es un destello discreto pero de maestría en la dificultad de ejecución por su menuda proporción, y plena conciencia del sentido de su mirada trasexistencia del tiempo. Igualmente, y no sin cierta sobriedad no exenta de elegancia, aparece su nombre y la marca de la ciudad de Amberes en la hoja de tres de los cuchillos de plata que incorpora como objeto preeminente en algunos de sus trabajos, y que se identifica con los que se regalaban en los esponsales. Ya que eran los propios comensales los que llevaban este cubierto al no utilizarse el tenedor. Aparecen también otras piezas de lujo: cristal veneciano, saleros de plata, porcelanas chinas, conchas, etc., complementados con alimentos de ultramar como vinos, dulces, pescados, frutas, solo al alcance y deleite de gustos aristocráticos.

La amplitud del gozo en la estampa ficticia.

La mesa compuesta para deleitarnos a través de texturas y formas aquilatadas. En la pintura de Clara Peeters rige un compás de espera: la emanación vaporosa de lo abstracto sustanciado en la fidelidad del detalle y el pormenor. Y con todo ello, el augurio o indicio de algo futuro que aún está por descubrir, como su propia vida envuelta en interrogantes.

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida

“Y sin embargo, ¡sería tan bello crear una sola cosa bella y extasiarse para siempre en su contemplación! Seríamos así los autores de un único poema, que para nosotros tendría un valor incomparable”. Rafael Cansinos Assens.
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