La mañana del 20 de octubre de 1987, los medios de corrupción masiva al fin difundieron la noticia que los nuevos dirigentes de Uagadugu habían decidido ocultar durante cinco días «por razones de seguridad»: Thomas Sankara, el presidente de Burkina Faso, estaba muerto. Solo una semana antes, durante un homenaje a Ernesto Guevara, Sankara anunciaba sin saberlo su propio epitafio: «Aunque los revolucionarios, como individuos, puedan ser asesinados, nunca se podrán matar sus ideas». Larga vida a su memoria.
Por María Pachón
Ni qué decir tiene que Sankara continúa vivo por sus ideas, difundidas a duras penas por aquellos que lo conocieron personalmente y no cesan en el empeño de evocarlo. No hay mucho que agradecer a los medios de comunicación, nacionales o internacionales, a los que a pesar de importarles mucho su muerte, poco les ha preocupado su vida, aún menos transmitir de un modo u otro su legado. Por supuesto, había entonces demasiados intereses de por medio. Pero qué interés puede tener hoy recordar al mundo mediante un reportaje televisivo, de prensa quizás, a un presidente que durante su mandato ideó la creación de un frente unido de naciones africanas que rechazara pagar la deuda externa que los del norte reclamaban: «Los pobres y explotados no tienen la obligación de devolver ningún dinero a los ricos y explotadores». Yo también estoy pensando en Grecia, asimilando por qué Sankara jamás debe ocupar una portada.
Es cierto que Thomas Sankara no se hizo con el poder envuelto en una áurea pacifista. Ferviente admirador del líder libio Muamar el Gadafi, el que ya había sido primer ministro de Alto Volta decidió, una noche de agosto de 1983, jugar a lo que contra su gobierno habían jugado y ganado en mayo los enemigos de la República Francesa. Pero esta vez, el golpe de Estado lo daba él, y lo iniciaba con la toma de la emisora de la radio nacional. Desde ella, anunció la creación de un Consejo Nacional de la Revolución, e invitó al pueblo y al ejército a unirse a ellos en la lucha contra el régimen anterior. Sabedores del poder de los medios tanto unos como otros, la despechada República Francesa se encargó de inmediato de que en el primer mundo Sankara fuese la imagen absoluta de un dictador. El día de su toma de poder, el periódico más comprado entonces en nuestro país decía:
El lenguaje radical y tercermundista de Sankara, especialmente en su discurso ante la última conferencia del Movimiento de los No-Alineados, alarmaron considerablemente a París y, especialmente, a los aliados de Francia en el continente. Al parecer, varios presidentes africanos han pedido insistentemente a París una rápida intervención que frene lo que puede llegar a ser una clara penetración libia en el África occidental¹.
Sin embargo, el golpe de Estado que Sankara protagonizó a la edad de 33 años fue apoyado masivamente por el pueblo. La respuesta aquella vez era la misma, pero el planteamiento de la pregunta la tradujo en un ‘sí’. Antes de nada, el presidente cambió el nombre a Alto Volta y lo llamó Burkina Faso, «el País de los Hombres Íntegros»; inmediatamente después, lanzó un programa político que en ni una de sus letras pudiera convertir en irónico al nuevo nombre. Estatizó todas sus tierras y riquezas minerales para evitar la influencia del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial: «El que te alimenta te controla», vociferaba a su gente. Centró su política nacional en la autosuficiencia agraria, redistribuyendo la tierra de los terratenientes feudales y entregándola directamente a los campesinos -lo que supuso un aumento de más del doble de producción de trigo en sólo tres años-. La educación y la sanidad pública se convirtieron en la base de su presidencia: lanzó una campaña nacional de alfabetización, y promovió la vacunación contra la meningitis, la fiebre amarilla y el sarampión de más de dos millones de niños. Su gobierno prohibió también la mutilación genital femenina y el matrimonio forzado, promovió la planificación familiar y designó a mujeres para los altos cargos gubernamentales:
La revolución y la liberación de la mujer van unidas. No hablamos de la emancipación de la mujer como un acto de caridad o por una oleada de compasión humana, es una necesidad básica para el triunfo de la revolución. Las mujeres ocupan la otra mitad del cielo.
Hoy no es de interés público rememorar a un político que decidió vender la flota de Mercedes Benz del anterior gobierno para convertir al Renault 5 en el auto oficial de los ministros. Hoy es mejor que permanezca oculto que una vez existió un presidente que redujo los sueldos de los funcionarios públicos -más que ninguno el suyo-, y obligó a estos a destinar un mes de salario a proyectos para el pueblo. Cómo hoy va a ser noticia alguien que prohibió para sí el uso de chóferes, de billetes de avión en primera clase, de un sistema de aire acondicionado en su despacho. Thomas Sankara vivió con su familia desde el día de su presidencia hasta el día de su asesinato con 450 dólares americanos al mes, cuatro bicicletas y tres guitarras que guardaba en una humilde casa con un frigorífico estropeado.
Oenegé en el Diccionario de la RAE
La versión impresa del que continúa siendo el diario más leído de nuestro país -en la digital, aunque destinada a un blog- conmemoraba el 25 aniversario de su muerte de esta manera² :
«Hace 25 años en Burkina Faso, un tal Sankara…» (Titular)
«Se cumplen 25 años del asesinato de Thomas Sankara, conocido como el Che Guevara africano, que en 1983 se convirtió en presidente de Burkina Faso.» (Cuerpo de la noticia)
Que nadie se ofenda. Tal y como él mismo dijo cuando se le preguntó por qué no quería que su retrato fuera colgado en los lugares públicos: «existen millones de Thomas Sankara repartidos por la tierra». Insoportable, eso sí, es saber que si mantienes ideas íntegras y eres presidente estás firmando tu muerte:
Usted nunca oirá decir: ese que va por ahí es el antiguo presidente de Burkina Faso. Pero seguramente sí escuchará decir: esa que está ahí es la tumba del presidente del País de los Hombres Íntegros.
Larga vida al Che africano.