Cuando nos preguntamos por el terror en la literatura tendemos a pensar en obras y autores clásicos. La mayoría asociamos este género a Stephen King, clásico vivo, incombustible en su creación novelística y padre del terror contemporáneo. Podemos decantarnos por autores góticos y románticos, como Edgar Allan Poe y Bram Stoker, por el terror cósmico de H. P. Lovecraft o por los mundos míticos de Clive Barker. También debemos tener presente a Shirley Jackson, autora imprescindible del género que ha conseguido, sin pertenecer esencialmente al mismo, aterrorizarnos dentro del reducido espacio de lo cotidiano.
Por Mario Requejo
Actualmente el terror pasa por una situación complicada. La técnica y el desarrollo de la ciencia han hecho desaparecer mitos y leyendas y han espantado nuestros temores más tradicionales. La sobreinformación a la que nos vemos constantemente sometidos hace que perdamos el miedo a monstruos clásicos como Drácula, el hombre lobo o la figura del zombi. Ya nadie imagina que un vampiro pueda colarse en su habitación, a nadie se le ocurre que pueda atacarlo un hombre lobo en el bosque o que los muertos resuciten para salir de sus tumbas en busca de cerebros vivos. Nuestros temores han virado hacia lugares más íntimos y personales, y autoras como Mariana Enríquez han señalado el camino que debe seguir el terror en la literatura.
Mariana Enríquez (1973) se ha convertido en uno de los exponentes literarios de habla hispana más importantes del siglo XXI. Su carrera como escritora, que comenzó con su novela Bajar es lo peor (1995), ha alcanzado el éxito con su última propuesta: Nuestra parte de noche (2019), ejemplo de novela total galardonada con el 37 Premio Herralde de Novela, concedida por la editorial Anagrama. En ella nos encontramos la historia de Juan y de su hijo Gaspar, que juntos tendrán que reencontrarse con la familia de la madre del chico, cuyos miembros forman parte de una oscura congregación que se hace llamar la Orden. A lo largo de la lectura nos encontramos con la Argentina militarizada de principios de los 80, sumida en el terror de la dictadura, con el Londres de las drogas psicodélicas, con casas que mutan en su interior y con extraños rituales cuyo objetivo es el de comunicarse con la Oscuridad.
Enríquez dinamitó el género de terror con su colección de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009). En ellos el miedo hacia lo sobrenatural se vincula con lo cotidiano y con la crítica hacia la represión del pueblo argentino. En uno de sus relatos más inquietantes, Cuando hablábamos con los muertos, utiliza el elemento de la Ouija como salvoconducto para encontrar a los desaparecidos de la dictadura, de los clanes criminales y del ineficaz sistema burocrático. En Rambla triste emplea el agobio que se sufre ante la masificación de las grandes ciudades y la consiguiente y angustiosa sensación de insignificancia vital para trazar un cuento en el que lo sobrenatural -un niño fantasma- no deja que nadie escape de Barcelona. En La virgen de la Tosquera utiliza la ira como consecuencia del sentimiento de la envidia y la vincula con la brujería para que uno de los personajes acometa una inexplicable acción criminal tan -supuestamente- pasiva como malintencionada. En Carne critica, por un lado, el morbo que mueve a la actividad periodística y la falta de sensibilidad de los medios de comunicación y, por otro, la locura que se desprende del fanatismo adolescente. Tras enfrentarnos a los cuentos de Enríquez nos damos cuenta de que no es el terror hacia aquello que desconocemos lo que nos acongoja, sino que el miedo de nuestra propia realidad se mezcle con el temor hacia lo sobrenatural, es decir, hacia aquello que no alcanzamos a comprender.
Libros de Mariana Enríquez publicados en Anagrama.
Es en 2016 cuando se consolida como una de las voces más representativas de la literatura con Las cosas que perdimos en el fuego. En esta nueva colección de cuentos, Enríquez extiende su tono de denuncia a la corrupción política, a la pobreza de los barrios marginales y, sobre todo, a la violencia machista. En algunos de sus relatos incluye el temor que incitan enfermedades mentales como la anorexia, la esquizofrenia o el problema del aislamiento social que se produce frente la pantalla de un ordenador. En Los años intoxicados relata las vivencias de un grupo de adolescentes de bajo estatus social que trata de evadirse de su realidad marginal a través de las drogas. En Pablito clavó un clavito cuenta la historia del Petiso Orejudo, uno de los asesinos en serie más famosos de Argentina, que comenzó su carrera criminal con tan solo siete años. En Bajo el agua negra critica la corrupción policial y su desmedida violencia contra las personas de los barrios más pobres. En el relato que da nombre al libro, Las cosas que perdimos en el fuego, narra la historia de las «mujeres ardientes», que se rebelan contra una nueva forma de violencia doméstica.
El giro copernicano de Enríquez es claro. Utiliza un lenguaje fresco y renovado y se vale de una realidad plausible, de un escenario tangible, muy cercano al lector, para adentrarse en su inconsciente y sacar a la luz sus inseguridades. Consigue poner en consonancia al monstruo, es decir, a la figura que representa el mal, con el temor que se genera en el interior del inconsciente colectivo. Sus libros de cuentos y novelas suponen un soplo de aire fresco dentro del panorama del género de terror. Enríquez recoge el testigo de los autores góticos, amplía los límites de la literatura y vincula nuestros miedos más íntimos con la realidad de la dictadura militar, la pobreza o la discriminación social. En sus colecciones nos encontramos con una nueva forma de hacer terror: más verosímil, más cercana y con la crítica política como eje principal de la mayoría de sus cuentos. En ellos la sensación de terror tradicional se desvanece y sus historias exploran en lo profundo de la psique humana: nos desgarran desde dentro y arrancan de nuestra mente nuestros miedos más profundos.