La vida, el universo y todo lo demás

El día 25 de mayo es conocido como el Día del orgullo friki desde 2006, cuando la comunidad bloguera organizó a través de Internet la conmemoración del aniversario de la primera película de la saga Star Wars (Episodio IV, Una Nueva Esperanza). Sin embargo, algunos de esos frikis sabemos que ese día también se celebra el Día de la Toalla, en honor a Douglas Adams. Según su Guía del autoestopista galáctico, que tiene grabada en la portada con simpáticas letras grandes la leyenda “Don’t panic” (no se asuste), una toalla es el objeto de mayor utilidad que puede poseer un autoestopista interestelar.

Por Víctor Chano

Es un hecho importante y conocido que las cosas no siempre son lo que parecen. Por ejemplo, en el planeta Tierra el hombre siempre supuso que era más inteligente que los delfines porque había producido muchas cosas (la rueda, Nueva York, las guerras, etcétera), mientras que los delfines lo único que habían hecho consistía en juguetear en el agua y divertirse. Pero a la inversa, los delfines siempre creyeron que eran mucho más inteligentes que el hombre, precisamente por las mismas razones

Al escribir este texto pienso en todas las referencias de la obra de Adams que no puedo ni debo dejar escapar. Magrathea y los ratones, la respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida, el universo, y todo lo demás, 42, los vogones y su poesía… Pero ante todo pienso en una, la principal: el personaje. Y no hablo del protagonista de la saga, Arthur Dent, una suerte de Phillip J. Fry británico, perdido en la galaxia con su toalla y su albornoz. Sino de Adams, el creador de Arthur, del androide paranoide Marvin y de todos los demás, incluyendo a los vogones y su vogonidad.

El legado de Douglas Adams

Douglas Adams fue un prolífico escritor de ciencia ficción y comedia, con un tono y un humor típicamente británico que muchos podrán relacionar rápidamente con Monty Python. De hecho, Adams colaboró con Graham Chapman (el Monty Phyton que encarnó a Brian en La Vida de Brian) en algún guión de la serie Monty Python’s Flying Circus, además de realizar un par de apariciones en la misma.Ya de pequeño mostró sus capacidades para la escritura al ganar varios premios de literatura de ciencia ficción. Y con solo 26 años escribió La Guía del Autoestopista Galáctico como una radio-comedia para la BBC. Debido al enorme éxito que cosechó, se realizaron varias adaptaciones, incluyendo un especial de Navidad.

Pero su legado más importante para la ciencia ficción quedó reflejado en negro sobre blanco, con una serie de cinco libros. Una “trilogía en cinco partes” que puede ser leída en cualquier orden gracias a las paradojas temporales. Esta comenzó a ver la luz en 1983, con la publicación del libro que daría nombre a la saga. Después vinieron cuatro libros más:

  • El restaurante del fin del mundo
  • La vida, el universo y todo lo demás
  • Hasta luego, y gracias por el pescado
  • Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva

Todos ellos fueron publicados en España gracias a la (bendita) editorial Anagrama. El último, según sus propias palabras, resultó ser el más austero ya que fue escrito «en una mala época». El 11 de mayo de 2001, un fallo agudo de miocardio acabó con la promesa de Adams de entregarnos un sexto libro más optimista. Pero en 2008, el autor irlandés Eoin Colfer se hizo cargo de la tarea de dar un final más digno a la colección con Y una cosa más… considerado el último título de la misma.

Douglas Adams escribió también guiones para Doctor Who y es autor de otras obras como la historia de Dick Gently y su agencia de investigaciones holísticas, o The meaning of Liff, coescrito junto a John Lloyd.

Mañana no estarán

Y aquí destaca otra obra de Adams, compartida con Mark Carwardine, zoólogo que trabajaba para la World Wildlife allá por el año 1985, cuando el Observer Colour Magazine les envió a Madagascar a localizar al ayeaye, un lémur extraño, feo y escurridizo, al borde de la extinción.

De ese viaje surgieron otros y un libro, Mañana no estarán, en el que Adams describe con humor y respeto la búsqueda de otros animales amenazados igual de extraños y, a veces, igual de feos: el murciélago frugívoro de Rodrigues, en Islas Mauricio; los gorilas de lomo plateado del volcán Virunga, en Zaire; el rinoceronte blanco del norte de Kenia; el dragón de Komodo; el delfín ciego del río Yang-Tsé en China; o el kakapo de Nueva Zelanda, un loro tan gordo e ingenuo que al mirarle a la cara “a uno le entran ganas de darle un abrazo y decirle que no se preocupe, que todo irá bien, aunque lo más probable es que no sea así.”

[…] al parecer el kakapo no sólo ha olvidado cómo se vuela sino que incluso ha olvidado que ha olvidado cómo se vuela. Según dicen, cuando un kakapo se ve en un verdadero apuro, en ocasiones opta por trepar a un árbol y después se lanza desde él, a consecuencia de lo cual se desploma como un ladrillo […]

En un tono cómico pero preocupado, Douglas Adams nos habla de la contaminación del transitado río Yang-Tsé (hace poco se certificó la extinción del delfín baiji, aunque posteriormente se han registrado posibles avistamientos), o critica las bandadas de turistas que van a la isla de Komodo para ver a un grupo de dragones pegarse un festín con una desdichada cabra, así como la caza furtiva que castiga las poblaciones de rinocerontes y gorilas en África.

Esta preocupación por los planes de recuperación de especies amenazadas se hace patente en la colaboración de Adams con la Dian Fossey Gorilla Fund y la Save the Rhino International. Con este libro, Douglas Adams y Mark Carwardine nos hacen llegar sus temores a que, poco a poco, estemos dejando un planeta pobre y vacío, en el que gran parte de las especies extintas se fueron en los últimos años a causa, muchas veces, de la negligencia y la estupidez de los humanos (ciertamente más estúpidos que los delfines). Sus temores a que dejemos un planeta que no merezca la pena salvar de los vogones, y que por tanto cojamos nuestra toalla y saquemos el pulgar, a ver si alguna nave interestelar nos rescata de nosotros mismos.

– No me gustaría ser especialmente antrópico en esto -comentó a la extraña criatura sentada tras el mostrador del Centro Asesor de Nuevas Colonizaciones de Pintelton Alfa-, pero preferiría vivir en alguna parte donde la gente se pareciese vagamente a mí. Ya sabe. Seres humanos.

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