José María Cumbreño: «Estamos hablando de poesía ¿eh? ¡Aquí nunca va a haber masas!»
Por María Pachón
Un día por la tarde compré Hablar solo y al día siguiente lo había leído -en voz alta siempre- dos veces: pasé la noche dando rienda suelta a mis palpitaciones y al juicio del escritor Jose María Cumbreño. Al otro día volví a Hablar solo: lo leí así como para adentro, con más jondura, procurando que el mareo no me apartase del poeta extremeño. Y al otro copié con mano temblorosa varios versos -o lo que sean- de Hablar solo en mi cuaderno -que no es mío sino de Cumbreño y de otras tantas-. Y al siguiente, plagié otros cuantos. Y al otro, otros… Y así y asín, inmersa en una centrifugadora, finalmente tuve que dejarlo -solo por un tiempo-, porque de tanto Hablar solo ya había dejado de hablar sola -y eso, definitivamente, no es sano-.
Leer a Jose María Cumbreño es sentir -Stendhal-.
Con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se idiotiza
José María Cumbreño. Vídeo y fotografías de Bernardo Cruz.
Jose María, quiero darte las gracias por tu poesía, porque yo hablo sola en el coche; porque hace años, cuando regresaba de la facultad, solía entrar en un bazar chino del barrio de la Macarena no para comprar, sino solo para observar aquellas estanterías en las que conviven gatos de la fortuna y muñecas bailaoras flamencas; porque viví unos meses en Nicaragua para procurar entender la transnacionalización de los cuidados y del amor materno; porque mi madre me hace sentir culpable sin culpa…
Bienvenida al club… (Risas)
¿A qué edad comenzaste a escribir? ¿Te motivó alguien de tu entorno?
Sí, siempre hay alguien, creo. Yo crecí en una casa sin libros porque, aunque mi padre sí que había estudiado algo, siempre estuvimos de aquí para allá, fuimos unos nómadas durante toda mi infancia. Mis padres pertenecieron a esa generación que en los 70 tuvo que marcharse. De hecho, no nací en Alemania por quince días. El caso es que en la casa no había ni un libro. Pero siempre hay alguien que pulsa la tecla. Jamás olvidaré a aquel profesor de instituto, alguien que escribía y que vio en cuatro o cinco alumnos suyos un interés que iba un poquito más allá de las clases. Y fíjate qué detallazo, porque no sé yo cuántas personas estarían dispuestas a hacerlo: él tenía una llave del centro y todos los sábados, por la mañana, quedaba con nosotros. Así formamos un pequeño taller literario. Aquello me pareció alucinante, poder pasar del dicho al hecho, de estudiar a aquellos autores, que estaban todos muertos y criando malvas, a intentar escribir algo parecido a lo que ellos habían escrito. Claro, decir que aquello que escribíamos se parecía a la literatura es bochornoso -afortunadamente, está todo en la papelera-, pero ese fue el germen.
¿Y a quién leías e intentaste emular entonces?
Supongo que, como todas las lecturas que realmente merecen la pena, eran lecturas caóticas. La verdad es que todo en mi vida es caótico, pero ya me he acostumbrado y me encuentro a gusto. Lo de encontrar un método, un sistema… Yo envidio a las personas que son capaces de escribir o leer siguiendo un orden establecido, pero reconozco que yo no soy capaz. Entonces era un poco omnívoro, picaba de aquí y de allá. Aunque a los quince o dieciséis años sí que tuve un deslumbramiento con los cuentos de Jack London: aquello de estar con los cuarenta grados extremeños y leer, de repente, que un tipo se movía por Alaska a treinta bajo cero… ¡me hizo hasta sentir menos calor!
El plagio tiene mala fama, pero el plagio es fantástico
Dice Jaime Gil de Biedma que “lo natural es leer”. Tú que eres profesor y editor, lees más de lo que escribes -que también es mucho-. ¿Siempre ha sido así?
Sí. Siempre se ha dicho que, al menos, por cada línea que escribas trata de haber leído mil antes. Lo de escribir sin leer… No sé, conozco a personas que lo hacen, no sé cómo, pero lo hacen. Para mí, sin embargo, es como el misterio de los panes y los peces: no lo entiendo. Uno primero es lector y luego no tiene ni por qué escribir. Para mí, de hecho, lo más placentero es leer.
¿Escribir puede llegar a ser un sufrimiento?
Para mí no lo es, pero yo me lo paso mucho mejor leyendo que escribiendo… ¡De largo!
¿Alguna vez has copiado en tus cuadernos versos de otros autores? Así, a modo de apuntes, tipo Los Complementarios de Antonio Machado.
Sí, en un montón de cuadernos. Pero simplemente porque me gustaba tenerlos a mano y volver sobre ellos de vez en cuando. No lo hacía con ninguna pretensión especial.
Te pregunto esto porque creo que, para no ser un poeta narcisista, es necesario ese gesto de generosidad que creo ya en desuso.
El plagio tiene mala fama, pero el plagio es fantástico. En cualquier taller de escritura, lo primero que debería aprenderse es a copiar, a plagiar, escribir ‘a la manera de’, que es lo que se ha hecho desde hace siglos, como en aquellas academias del XVI, cuando escribían con pie forzado o intentaban componer un poema ‘imitando a’. A mí me parece fantástico. A ver, sabiendo que se trata de una estrategia de escritura para ir aprendiendo, porque escribir tiene mucho de oficio. Afortunadamente, esa imagen que tenemos del poeta como un tipo que más que caminar levita (pálido, ojeroso, con cara -con perdón- de estreñido), me parece a mí que no, que hace mucho tiempo que no es así.
No vamos a estar regodeándonos, pero la muerte y la enfermedad forman parte de la vida
En tu obra Made in China hemos leído: Antes creía que escribir era algo importante. Que había que ser original. Que había que esforzarse por conseguir una «voz propia». En el pasado seminario hablaba con Eleonora Finkelstein acerca de la re-significación de la poesía; ella concluyó que lo único que se os debe exigir a los poetas es honestidad. ¿Qué opinas?
No lo sé… Yo me conformo con que un poeta escriba bien; el resto no sé si es necesario. Todos conocemos a escritores con los que nunca nos iríamos a tomar nada porque en su vida fueron unos auténticos indeseables y, sin embargo, a la hora de escribir son maravillosos. Eleonora siempre tiene razón y yo siempre voy a estar de acuerdo con ella, porque es una de las grandes de la poesía actual y porque tiene razón. Pero yo quizás me conforme con menos: simplemente aspiro a que el autor que leo me guste porque aporta un código estético diferente o un punto de vista distinto.
Teniendo en cuenta que eres hombre, de clase media y europeo, ¿qué ha significado escribir desde un personaje mujer, pobre y migrante como Gladys?
Una lección de humildad. No nos damos cuenta del mundo en el que vivimos. Estamos muy acostumbrados a mirarnos el ombligo una y otra vez. Es curioso cómo, en esta sociedad aparentemente democrática, hay muchas personas que son invisibles. Los cuidados siempre se han asignado a las mujeres. Siempre se ha pensado que quien cuidaba en casa era la mujer: cuidabas a tus padres, cuidabas a tus hijos… Siempre ellas, las madres, las hijas, vosotras. Pero desde hace un par de generaciones esta cadena de cuidados se ha roto (por los motivos que sean, la vida ya es bastante difícil), y son muchas las personas que cuidaron de sus padres y de sus hijos pero ahora no están siendo cuidadas por sus familiares, sino que los hijos delegan su cuidado en personas como Gladys, mujeres migrantes que, a su vez, dejaron de cuidar a sus padres para cuidar a los nuestros. Me interesó mucho ese mundo de dos personas que se ven obligadas a convivir.
Made in China puede parecer un libro de poesía, pero tiene mucho de narrativa, porque hay una historia con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Antonio Orejudo decía que, cuando Cervantes no sabía qué hacer con Don Quijote y Sancho, los ponía hablar (risas). Es una broma, claro; pero es cierto que, en el momento en el que Don Quijote y Sancho hablan, entre ellos se construye un mundo. Pues algo parecido sucede aquí: una mujer anciana, que lo que quiere es que sus hijos la cuiden, se ve obligada a estar con una mujer desconocida y ambas tienen que aprender a convivir. Al principio no se entienden y surgen fricciones pero, poco a poco, a la fuerza, se van conociendo y tolerando. Me pareció un ejercicio muy interesante por esa doble marginación.
Todos somos un poco Milli Vanilli: movemos los labios y alguien por detrás de nosotros habla
Made in China es también un libro de investigación. Al menos, a mí me ha servido como tal en un proyecto sobre transnacionalización de los cuidados maternos que llevé a cabo el pasado año.
Efectivamente hay un bonito trabajo de investigación tras él. Hablé muchas horas con personas cuidadoras y con personas cuidadas. Algún texto, de hecho, es el resultado casi de transcripciones, como en aquel en el que se cuenta que la anciana no vocaliza y Gladys no pronuncia la s, por lo que es complicado saber cuál de las dos es más extranjera. Son dos personas excluidas por la sociedad. Cuando uno mira el mundo de la publicidad en televisión, todos son jóvenes, guapos, la enfermedad no existe, la muerte tampoco… A ver, no vamos a estar regodeándonos, pero la muerte y la enfermedad forman parte de la vida.
Y de tu constante temática. Nos decías que Made in China tiene de poesía, de narrativa…, como toda tu escritura también, porque tu manejo en la hibridación de géneros es asombrosamente natural. Hablaba con el poeta y editor Paco Najarro hace unos días de tu última obra Hablar solo: «Con este libro Cumbreño bordea la literatura», dijo. Y esas palabras me hicieron reflexionar sobre algo que tú has escrito: La literatura, para serlo de verdad, debe tratar por todos los medios de no parecer literatura. Hablar solo simula ser solo eso: hablar solo y -me voy a permitir la diacrítica- sólo. Estamos ante una obra maestra.
No, por dios… Bueno, lo primero es que a Paco Najarro no se le puede hacer caso (risas) porque es amigo, con lo cual lo que él diga… Bueno, yo se lo agradezco en el alma. Hablar solo está en esa categoría terrible que es, con perdón, rara que te cagas. Supongo que ya llega un momento en el que te importan tres pimientos lo que alguien pueda pensar, simplemente usas la literatura para otra cosa. Es un libro que me apetecía escribir desde hace mucho tiempo, porque es verdad que creo que todos hablamos solo -yo hablo solo en el coche cuando dejo a mi hija Irene en el colegio-, y ya se ha dicho muchas veces que si quieres ser universal, trata de pegarte a lo que tienes más cerca. En el fondo, todos nos parecemos mucho, pensamos que el mundo se resquebrajaría si muriésemos pero no pasaría nada, volvería a salir el sol y nadie notaría absolutamente nada. Entonces…, pues eso, simplemente quería hablar de cuestiones que tengo muy cerca, como son las familias -de las familias llevo escribiendo un montón de años-, y de otras cosas cercanas. Hablar solo es un librito raro, porque encima es un poema solo, un poema mestizo, trufado con muchos textos que van y vienen, con trozos de memoria personal y otros que aspiran a ser una especie de memoria colectiva. Sí es verdad que me he quedado muy a gusto, muy tranquilo de haberlo escrito. Y estoy muy contento por la editorial en la que ha salido, Calambur, a la que admiro porque hay gente en ella como Juan Carlos Mestre o Rafael Pérez Estrada, dos de mis maestros. Además Emilio Torné, el editor, ha hecho un trabajo de diseño gráfico muy bueno, como él lo hace siempre, con lo cual, ha quedado hasta bonito y todo. Bueno… Yo nunca pensé que hablaría de Milli Vanilli en un libro de poesía, pero es que era fantástico, ¿¡no!? Unos tipos que eran unos tramposos, que no cantaban ellos, que era un playback… Pero si lo piensas es muy sugerente, porque en el fondo todos somos un poco Milli Vanilli: movemos los labios y alguien por detrás de nosotros realmente habla.
Simula ser un desahogo repentino pero, ¿cuántas correcciones tiene?
Me alegra que tenga ese aire de poesía torrencial, pero, efectivamente, no lo es. Hay mucho trabajo en este libro: meter en el telar, volver a descoser aquello que no encaja, volver para atrás, ir de nuevo hacia adelante… Supongo que, como en todo lo que intenta escribirse con un poco de rigor, el artificio no se debe de notar, ha de ser lo más natural posible. Yo no lo consigo pero, al menos, lo intento.
«Te importan tres pimientos lo que alguien pueda pensar». ¿Qué relación tienes con los lectores y las lectoras cuando escribes?
Con todos mis respetos: a esas personas que dicen “yo escribo para mí» no me las creo. Cuando uno escribe siempre necesita que haya alguien ahí, es el proceso de comunicación y no se cierra hasta que alguien resucita tus textos. Creo que, a veces -y siempre me lo dicen en casa-, debería morderme más la lengua. Pero no soy capaz… A veces escribo cosas un poquito políticamente incorrectas pero, aunque haya habido gente que ha dejado de hablarme por algunos textos, creo que no hay ninguna hiriente u ofensiva.
Es que eres un antisistema… (Risas)
No, por dios… Qué más quisiera.
Aquí está puesto el foco en un grupo de poetas y de escritores que no pasan de mediocres
Y en tu papel como editor, ¿qué relación tienes con lectores y escritoras de Ediciones Liliputienses?
Fantástica. Liliputienses es una de las cosas que más ha aportado a mi vida. La editorial me ha permitido conocer a poetas maravillosos que, inexplicablemente, eran imposibles de leer antes en España. Y después he tenido la fortuna de que muchos de esos poetas se conviertan en amigos, personas que más tarde han venido a España, con las que se ha tejido una serie de lazos. Y una cosa lleva a la otra, porque luego ha habido lectores, muchos, que escriben y dicen: «Cómo puede ser que Mario Montalbetti no estuviese antes publicado en España», Montalbetti, un poeta peruano que anda por los 60 y tantos y es una referencia absoluta de la poesía en lengua española -de hecho, su nombre aparece desde hace ya tiempo en esas primeras quinielas que siempre salen para el Cervantes. Es fantástico descubrir que tu trabajo de investigación es apreciado por un grupo de lectores -un grupo, que estamos hablando de poesía ¿eh?, ¡aquí nunca va a haber masas!-, que sabe sacarle jugo.
José María Cumbreño durante la entrevista en la capilla del Alcázar (y actual Parador) de Zafra.
Aunque su catálogo ya contiene a grandes escritoras de este lado, como la sevillana Ballerina Vargas Tinajero (Antolejía. Poemas para limpiar el váter), Liliputienses se debe a la literatura hecha en Latinoamérica. ¿Consideras que existe una atonía poética, espiritual quizás, en España?
Creo que simplemente es una cuestión de foco. Aquí está puesto en un grupo de poetas y de escritores que no pasan de mediocres. Son los que aparecen en todos los medios, en todas las reseñas de Babelia, El Cultural, etc., reseñas a una página sobre libros que, con perdón, son un auténtico bodrio. Pero digamos las cosas por su nombre: para que en ciertos sitios se reseñen ciertos libros hay presiones editoriales.
No nombro a Liliputienses para que no digan que arrimo el ascua a mi sardina… En España hay una editorial que sería para erigirle dos o tres monumentos: Kriller71, en Barcelona. Su editor es Aníbal Cristobo, argentino. Su catálogo es absolutamente exquisito. Incluye, por ejemplo, a Mary Jo Bang, Premio Pulitzer aquí desconocida. Es decir, los libros de Kriller71 jamás salen reseñados en un medio nacional.
Pero en España sí hay gente haciendo cosas, como Ballerina Vargas Tinajero, una poeta asombrosa y cuajadísima que no había publicado nada antes. Claro que hay un grupo de poetas interesantes, pero no son los que están debajo de foco, no son los que publican, con todos mis respetos, en Visor, en Tusquets, en Hiperion, en Pre-textos… No. Se ven obligados a estar en otro tipo de editoriales periféricas, más pequeñas.
Ya son más de cien los títulos de Liliputienses, y ni uno solo ha salido por otro motivo que no sea la calidad
Una obligación que es un privilegio.
Claro. Mencionabas antes a Paco Najarro, que ahora es el delegado de RIL Editores en España. RIL sí puede ahora mismo cubrir un hueco en cuanto a calidad se refiere en la poesía española. Por ejemplo, RIL ha publicado los dos libros de Francisco Layna, un poeta de Madrid sobre el que uno piensa: «¿Cómo es posible que este señor no esté en todas partes y no le inviten a todas las ponencias, congresos y charlas sobre poesía española?». ¡Pero no lo conoce nadie! Sin embargo, toda esta gente que crece a la sombra de Visor sí está en todos sitios: en el Festival de Poesía de Medellín, en el de Guadalajara… Pero en el fondo, por muchos premios que ganen, lo que van a escribir seguirá siendo igual de malo.
Cuando yo hablo con los poetas jóvenes latinoamericanos y les preguntó qué poetas españoles leen, me dicen: «Yo es que vivo en Chiapas»; o: «Yo es que vivo en la zona de Bahía Blanca, en Argentina, y ahí solo llega Visor» -también llega Hiperión, pero Visor sobre todo-. «¿Y qué libros de poetas de Visor leéis?». Y su respuesta es: «Ninguno». Solo les interesan las traducciones de Visor. Sin embargo, hay otros autores españoles con tiradas minúsculas, como Benito del Pliego, que son respetadísimos en la comunidad latinoamericana. Esto es como la hoguera de las vanidades: da igual quiénes están ahora delante del foco, cuando pasen unos años -eso ha pasado siempre-, nadie se va a acordar de ellos, y los nombres que van a surgir serán otros; el de Ballerina Vargas Tinajero, seguro.
¿Qué significa ser independiente? Porque muchas editoriales por el mero hecho de ser pequeñas ya se llaman a sí mismas independientes sin serlo.
Pues mira, ser independiente es que alguien te escriba y te diga: «¿Cuánto tengo que pagar para sacar mi libro?», y tú le puedas decir: «Aquí no se paga nada». Y que después te pregunte: «¿Y qué hay que hacer?», y tú le respondas: «Escribir bien». Ya son más de cien los títulos de Liliputienses y ni uno solo ha salido por otro motivo que no sea la calidad literaria de su autor.
¿Crees que es más fácil ser independiente en el ámbito rural, aquí en Extremadura?
La clave está en que Liliputienses no es mi medio de vida. Por suerte, tengo otro trabajo, por lo que Liliputienses no tiene ninguna servidumbre económica, no tengo que publicar ningún libro porque económicamente le interese a la editorial. Ahora, con Internet, da un poco lo mismo donde estés. De hecho, Liliputienses dice que sus libros se imprimen en la Isla de San Borondón, que no existe (risas). Es un guiño, quiere decir que podría estar en cualquier sitio, en Cáceres, en Barcelona o en un pueblo de treinta personas. Eso sí, no depender de ella para vivir me permite mantener la pureza de su catálogo.
Todos tenemos una máquina de preferir adentro, ¿cómo la manejas siendo editor?
Reconozco que la editorial la creé por puro egoísmo. En el fondo, yo lo que quería era aprender y poder leer a la gente a la que llevaba admirando mucho tiempo. Y para eso me ha servido la editorial, para aprender, esencialmente. ¿Y cuál es el criterio? Intento que sea el de la calidad. Tengo cinco o seis amigos que actúan como informantes en América y de cuyo criterio me fío más que del mío. Nos vamos cambiando cromos, recomendando autores… A Valentina Varas, una de las últimas autoras que han salido en Liliputienses (poeta argentina de la que me confieso enamorado totalmente, porque no hay derecho a tener 27 años y escribir como escribe, debería estar prohibido…), la conocí gracias a una editorial guerrillera y combativa, Caleta Olivia, y a su editor Pablo Gago, que me dijo: «Chema, tienes que leer a Valentina Varas». A lo que dije: «Yo, Pablo, lo que tú me digas».
José María Cumbreño en el Seminario Humanístico de Zafra 2019.
¿En Latinoamérica existe mayor afán de experimentar que en España, tanto de poetas como de lectores?
Fíjate, de Argentina también es Silvina Giaganti, una poeta que ha publicado en Caleta y ha vendido quince mil ejemplares. ¡Quince mil ejemplares nada más y nada menos, eso en España no lo vende nadie! Con una joya titulada Tarda en apagarse, un libro muy valiente porque da voz a la comunidad homosexual. Eso es algo muy arriesgado en un momento como este, en el que Argentina está padeciendo una ola de conservadurismo extremo porque Macri está poniendo a prueba todos los logros de la comunidad argentina. De ahí, por ejemplo, la revolución de los pañuelos verdes, que lucha para conseguir que el aborto esté dentro de la sanidad pública. Esta comunidad de mujeres en Latinoamérica es realmente interesante, poetas fantásticas que además encabezan las manifestaciones por los derechos de las minorías. Me siento muy afortunado de conocerlas y de que algunas hayan publicado sus obras en Liliputienses.
Decías que en casa te pedían a veces que te mordieras la lengua, nosotras te pedimos que continúes haciendo lo contrario.
Medios de comunicación de masas:
Son divertidos, una buena herramienta de manipulación. Antes de tener claro que quería dedicarme a la enseñanza pensaba que lo mío era el periodismo, y durante muchos años hice Diario16. Aprendí mucho, porque me tocó hacer de todo, desde las crónicas de los partidos de baloncesto -que había que enviarlas por fax- a hablar de ciencias ocultas o hacer los horóscopos. En España hay muy buenos periodistas, fantásticos, pero los medios de comunicación privados no son más que una empresa y sus intereses son meramente económicos. Por eso, reivindicar unos medios de comunicación públicos es una batalla que no debemos abandonar.
Centros de educación concertados:
Eso es un golpe bajo. Simplemente, no deberían existir. Es un anacronismo absoluto. Aquí hemos tomado el rábano por las hojas. El argumento es el de siempre: «La Constitución asegura que cada uno tiene derecho a elegir». Sí, pero… ¡Quien quiera una educación privada que se la pague él! Yo no conozco otro caso en el que un empresario monte una empresa, elija a los trabajadores según el criterio que a él le parece y, después, lo paguemos todos. Es alucinante. Fue una solución transitoria de un momento dado para resolver la escasez de centros educativos, pero tenía que haberse suprimido. Yo defiendo la educación pública, me parece que es la única que trata a todo el mundo por igual. En España los centros educativos concertados tienen éxito porque venimos de un país pobretón, pobretón en muchos sentidos. Los cuarenta años de dictadura franquista nos han metido en la cabeza que lo bueno es lo que cuesta dinero, como si la educación o la sanidad pública no lo costaran. Yo he tenido la suerte de trabajar en un centro que está en uno de los barrios más conflictivos de España. Allí he tenido que olvidarme de todo lo que quería haber aprendido y aprenderlo todo de nuevo con ellos, con mis alumnos. Esa ha sido la gran lección de mi vida.
Premio Novela Breve Seix Barral:
¡Esa es la del foco! Elvira Sastre, Marwan, Defreds…, han encontrado su público, sí, y eso no es un problema. El problema es que alguien de la Diputación de Cáceres les llame para presidir el Premio de Poesía Flor de Jara. ¡Ese es el problema y estas son las cosas con las que se me calienta la boca! (Risas) El criterio jamás puede ser «porque está de moda».
Premio Centrifugados 2019, Basilio Sánchez:
¡Ay, qué bien! El Premio Centrifugados es muy pequeñito, no tiene dotación económica, a los miembros del jurado no se les paga nada, de hecho, los miembros del jurado ni siquiera saben quiénes son los otros miembros del jurado porque votan todos por Internet. Sinceramente, el Premio Centrifugados ojalá no existiese. Las crisis siempre se llevan por delante aquello que se considera superfluo, como la cultura, que es decorativa, que en muchos medios de comunicación está dentro de la sección ocio… En fin. Cuando se eliminaron los Premios Extremadura a la Creación aquí nos quedamos medio huérfanos, aquí donde tenemos la suerte de contar con una generación de escritores de primer nivel que no se han marchado de la región. Me refiero a la generación que encabeza gente como Ángel Campos o Álvaro Valverde y que, por razones puramente laborales, se quedaron en Extremadura cambiándolo todo para todos. Por ejemplo, Ángel sirvió de nexo con la literatura portuguesa y, además, puso en marcha esta maravilla llamada Aulas Literarias. Es decir, que contamos con esta generación, que sirvió como imán y de la cual nos hemos beneficiado todos, y no con un galardón que, siquiera modestamente, destaque su obra. Y bueno…, pues yo qué sé…, de lo insensato que soy pensé: «Si no lo hace la administración, pues lo hacemos nosotros». Y ya son tres ediciones en las que han recibido su premio de metacrilato autores de primerísimo nivel: Gonzalo Hidalgo Bayal, Luis Landero y Basilio Sánchez. Un premio que además siempre está reñido, lo que demuestra la buena salud de la literatura que se hace en Extremadura.
Centrifugados:
Me vuelves a pinchar en hueso. Es el dolor de mi corazón. Centrifugados ha sido un sueño que me costó diez años poner en pie y que lo hemos disfrutado cuatro años en Extremadura. Ha pretendido ser un encuentro de literatura independiente, periférica, no sé cómo llamarlo. Pero lo que empezó siendo un ensayo, una prueba, un ‘a ver qué sale’, se fue convirtiendo, siempre gracias a la generosidad de los editores y los autores que venían, en quizás el encuentro de literatura americana más importante de Europa. Claro, esto, diciéndolo yo, puede sonar fatal, pero es que fue así. No teníamos grandes presupuestos como otros festivales, verdaderamente eran ridículos, pero se fue creando un ambiente maravilloso y conseguimos que se reuniese en Plasencia lo mejor de la literatura independiente en español. Durante dos años hemos tenido, por ejemplo, a una editorial como Entropía, la más grande de Argentina; a Neutrinos, de Rosario; al Billar de Lucrecia, de México… Y como venían los latinoamericanos, los españoles también querían venir, así que nos hemos juntado escritores y editores de veinte nacionalidades diferentes en Extremadura. Y tenía que ser aquí, claro, porque de la misma manera que hubo una generación que se quedó, la estupenda generación que ronda ahora los treinta años ya están fuera. Centrifugados pretendía ser ese imán, demostrar que en Extremadura se pueden hacer cosas, porque cualquier sitio puede ser el centro del mundo.
¿Pero?
Pero siempre hay un pero, y después de cuatro años de trabajo reconozco que yo ya no puedo más. Se hizo demasiado grande y me exigía un año entero de trabajo. A mí el trabajo organizativo no me asusta, pero la parte contable y fiscal es la que casi me hace perder la salud. He pedido ayuda a las administraciones y siempre se me ha dicho que no era posible, así que de momento, por desgracia, el encuentro se va a EE.UU, lo organiza la Universidad de Cleveland. El programa ya está cerrado: este año irá, por ejemplo, el poeta cubano José Kozer, uno de los grandes, eso da cuenta del nivel. Pero te confieso que a mí me da mucha pena, muchísima… Construir es muy complicado, destruir, muy sencillo. A mí me encantaría que Centrifugados resucitase en Extremadura, pero no tengo espíritu de mártir.
La vida casi todo el rato parece una película con poco presupuesto (J.M. Cumbreño). ¿Nos recomiendas una?
El verdugo… No voy a decir nada más (risas).