Eran años convulsos, años en los que la sociedad europea se debatía entre la aceptación total al capitalismo ya imperante o un socialismo que vivía su momento álgido tras la Revolución Rusa y la caída del régimen zarista. Años convulsos para Alemania, derrotada, arruinada y humillada tras la firma del Tratado de Versalles. Caldo de cultivo para el auge del nazismo. Y a Hitler le gustó Metrópolis, la obra de Fritz Lang con guion de su esposa Thea von Harbou, incluida en el Programa Memoria del Mundo de la UNESCO y una de las películas icónicas del cine de ciencia ficción.
Por Víctor Chano
La historia del cine de ciencia ficción comienza casi al mismo tiempo que la historia del cine en sí. En 1902, el ilusionista francés Georges Méliès inicia su particular carrera espacial con la obra Le voyage dans la lune (Viaje a la luna), una película de catorce minutos de duración más cercana al ilusionismo y a la magia que al cine. Después llegarían 20.000 Leguas de Viaje Submarino, Aelita, u otras películas en las que se mezclaba la ciencia ficción con el cine de terror, como Frankenstein, hasta que en 1926 vería la luz Metrópolis. Por aquella época, esa manifestación cultural conocida como Expresionismo, ya en clara decadencia en casi todos los campos artísticos, acababa de llegar al cine de la mano del cineasta alemán Robert Wiene con su obra El gabinete del Dr. Caligari. Fritz Lang sería uno de los grandes autores del cine expresionista alemán, habiendo debutado en 1919 con La mestiza (Halbblut), en la que ya trataba temas de corte social y racial, y que años después dirigiría a actores de la talla de Glenn Ford, Gary Cooper, o Marlene Dietricht.
La versión más conocida y extendida de Metrópolis difería bastante de la original de Lang, debido a la multitud de recortes y modificaciones a las que se vio sometida, primerio por los nazis y después por Paramount Pictures antes de su estreno en EE.UU. Sin embargo, en 2010 comenzó a distribuirse y visionarse un nuevo montaje con material extra, encontrado en el Museo del Cine de Buenos Aires en 2008. Esta nueva versión permitía entender mejor el papel de algunos de los personajes no protagónicos del film.
Ambientada 100 años después, se muestra la ciudad distópica de Metrópolis dividida en dos clases sociales, el siempre efectivo y recurrente enfrentamiento de clases que bebe directamente de la filosofía de Karl Marx, que tantas obras literarias y cinematográficas nos ha dado. La clase trabajadora, hacinada en el subsuelo, es la encargada de hacer funcionar las máquinas que proveerán la energía necesaria para las vidas opulentas, extravagantes y viciosas de las familias poderosas que dirigen la ciudad desde la superficie. Esta estabilidad se rompe cuando Freder, hijo del máximo mandatario de Metrópolis, presencia las miserias de la casta trabajadora que los suyos imponen. Debido a esta traumática experiencia, decide unirse a la causa liderada por la joven María, una paciente y pacífica revolucionaria.
Y heme aquí, escribiendo un artículo casi enciclopédico sobre una película que hasta ahora desprende marxismo en cada fotograma, un cuento revolucionario clásico, admirado por muchos, una de las primeras películas que denuncia el alienamiento laboral reinante. Pero no es cierto. Porque la idea principal de Metrópolis es todo lo contrario, hasta resultar antirrevolucionaria. Confabuladores de la superficie suplantan a María por un robot, con el propósito de iniciar una revuelta violenta que justifique el empleo de mano dura para sofocarla. Como resultado de la lucha la ciudad de Metrópolis queda destruida, lo que tiene fatales consecuencias para ambos mundos, y los trabajadores, conscientes de su error, atrapan a la falsa María y le prenden fuego, quedando su robótico esqueleto y la artimaña al descubierto. Tras acabar con los confabuladores, el film concluye con un acercamiento entre ambas clases sociales, con el axioma final de que entre el cerebro (la élite dirigente) y las manos (los trabajadores) ha de obrar el corazón.
Fotograma de Metrópolis, de Fritz Lang (1926)
Lang confesaría años más tarde que Metrópolis no le gustaba, y no apoyaba la tesis del corazón como mediador entre la cabeza y las manos. Esta es la idea principal del guión de Thea von Harbou, mientras que la aportación de Fritz Lang se centraba en las técnicas cinematográficas empleadas y en el diseño art decó de la arquitectura de Metrópolis, siguiendo el ejemplo de ciudades como Chicago o Nueva York, que inspiró a Lang algunos años antes en un viaje por EE.UU. A diferencia de Lang, von Harbou era seguidora de las ideas difundidas por el nazismo, y el director alemán acabó separándose de su esposa, y emigrando a EE.UU., mientras que ella terminaría uniéndose al partido nazi.
Porque a Hitler si le gustó Metrópolis. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán defendía la unión de clases, lo que queda reflejado en la representación de una falsa María perversa, que incita a los trabajadores a rebelarse y luchar y destruir el mundo en el que malviven, perdiendo hasta sus miserias. Moraleja: no salgas de casa, no te reveles, no muerdas la mano que te da comer. Se paciente y espera, trabaja duro para tu empresa y serás recompensado, nosotros cuidamos de ti y de los tuyos. Y en esas seguimos.