A menos que te dediques al mundo del arte en una de sus múltiples y complejas aristas, o que realmente te interesen los ismos del siglo XX, es difícil que una película que reproduce manifiestos artísticos durante 95 minutos pueda seducirte a primera recomendación. Y realmente, esta aparente invitación al tedio más absoluto bien podría ser la descripción reseñática de Manifesto si solo nos ceñimos a una estructura fílmica desnuda, a un esqueleto básico que provoca la pérdida de un interés que vaya más allá del académico. Pero la película de Julian Rosefeldt es mucho más que eso, es algo más que el ejercicio visual de un artista que proclama en mayúscula, fuente sans serif y a pantalla completa: «Escribo un manifiesto porque no tengo nada que decir».
Por Bernardo Cruz
Todo lo contrario y viceversa. Rosefeldt -aclamado artista audiovisual cuya obra puede disfrutarse en templos consagrados como el MoMA de Nueva York, la Saatchi Collection de Londres o la Neue Nationalgalerie de Berlín-, escribe, produce y dirige su propio Manifesto porque tiene algo que decir: «Todo el arte actual es falso. Nada es original». Ese es el leitmotiv de esta película no-película ideada como montaje audiovisual camaleónico capaz de ocupar simultáneamente salas de cine y salas de museos.
Fotogramas de Manifesto.
Manifesto está conformado por trece vídeos que construyen un relato propio en forma de collage. Cada una de las piezas narra las palabras de cincuenta textos históricos firmados por grandes artistas del siglo XX. En la primera instalación, a modo de prólogo, las palabras del Manifiesto Comunista de Marx y Engels y del Manifiesto Dada de Tristan Tzara se entrelazan con el primer plano de un fuego que pronto reconocemos como mecha primigenia, iniciadora de la combustión artística. En los siguientes vídeos, Rosefeldt coloca lúcidamente el pensamiento de Aleksandr Rodchenko o Lucio Fontana en la voz de una mendiga; los principios del futurismo en la agitada gesticulación de una bróker y los de la arquitectura en una hastiada obrera de una planta de reciclaje. Las palabras de Kandinsky y Wyndham Lewis toman forma en la estirada expresión de una estirada CEO, cara propia del capitalismo actual; los postulados estridentes de Maples Arce y el creacionismo de Huidobro en la airada actitud de una punk; y el suprematismo de Malevich en la piel de una científica. El dadaísmo de Tzara y Picabia emerge en una situación tan propicia como el discurso frente a un funeral; el surrealismo de André Breton aparece como una creadora de marionetas frente a su propia muñeca, mientras que el pop art de Claes Oldenburg lo hace en los beatos rezos de una madre conservadora y religiosa. Los movimientos Fluxus, Merz y Performance gesticulan en las recomendaciones de una coreógrafa y el diálogo arte conceptual/minimalismo lo representa una charla entre una reportera y la presentadora del telediario. Por último, y antes de culminar en un extático epílogo, Rosefeldt hace un guiño al cine incluyendo las palabras de Werner Herzog, Jim Jarmusch o Lars Von Trier en las enseñanzas y correciones que una maestra de primaria hace a su alumnado.
La hipnotizante fotografía de Christoph Krauss, colaborador habitual de Julian Rosefeldt, alcanza sus puntos álgidos en el prólogo, en la escenificación del patio de la bolsa y en la pieza protagonizada por la científica. La música, a cargo de Ben Lukas Boysen y Nils Frahm, sirve de vehículo narrador y vertebra las diferentes secuencias como elemento esencial en el calado de Manifesto, al igual que lo hace el vestuario de Bina Daigeler, reconocida diseñadora con presencia en grandes films como Todo sobre mi madre, Volver, Princesas o los Che de Soderbergh. Pero de manera irrefutable, el peso del largometraje cae sobre la espalda de la genial Cate Blanchett. No sabemos en qué habría terminado Manifesto sin la participación de la actriz australiana, pero sí queda claro que el resultado no hubiera sido el mismo. Blanchett, en un auténtico tour de force, se encarga de meterse en la piel -o mejor dicho, de meter a los personajes en su piel- de trece caracteres con la soltura de quien ha alcanzado la cima en el oficio interpretativo, de una mujer capaz de simultanear grandes producciones hollywoodienses con propuestas independientes como Manifesto. Sublime en una actuación para la historia, la actriz es el eje sobre el que gravita la película.
Las trece (mil) caras de Cate Blanchett.
Manifesto en su cualidad de exposición multiforme ha adaptado sus formas al estreno en salas de cine y a su actual difusión a través de plataformas digitales (en este caso puede verse en Filmin, que la incluye en la interesante colección Las mejores películas menos vistas del siglo XXI), pero también ha adecuado sus aristas a espacios expositivos de medio mundo. De hecho, su estreno mundial fue en 2015 como instalación audiovisual en el Australian Centre for the Moving Image de Melbourne, y como tal visitó Hamburg, Sydney, New York, Stuttgart y Duisburg antes de su estreno fílmico en el Festival de Sundance, a principios de 2017. Tras dicho estreno, llegó a los cines en 2017 (en España lo hizo en mayo de 2018) y tras ello siguió recorriendo museos de medio mundo (París, Amsterdam, Helsinki, Buenos Aires, Auckland, Montreal, Los Ángeles, Jerusalén…), hasta su última exhibición en el MACAN de Yakarta, ya en el año 2020 preCovid-19. Como detalle, Manifesto fue candidata (paso previo a la nominación) al Goya 2019 a Mejor Película Europea, y galardonada en los Premio del Cine Alemán (diseño de producción, maquillaje y vestuario). A pesar de todo, la película ha estado lejos de ser un éxito de crítica popular y taquilla (con apenas once mil euros y dos mil espectadores en cines de España), algo que contrasta con la opinión de la crítica especializada que sí valora las enormes virtudes de la cinta con respecto a su principal punto débil: su flirteo constante con el tedio y con un academicismo que puede llevar a la desconexión del espectador que no se aferre a la extraordinaria interpretación de Cate Blanchett y al excelente combo de fotografía y música, características que por sí solas levantan la película.
Galería de imágenes de Manifesto en formato expositivo.
Manifesto es una apuesta arriesgada, un salto sin red de seguridad. Pero es una acrobacia que Julian Rosefeldt es capaz de realizar con la soltura y maestría que da la experiencia, facturando una película/exposición que se disfruta gracias a su capacidad de reenseñarnos de nuevo las ricas propuestas artísticas del pasado siglo, todo ello adaptado a las nuevas formas de difusión y creando una pieza innovadora que grita alto y claro su premisa fundacional:
El arte requiere verdad, no sinceridad.
Galería de imágenes de Manifesto en formato expositivo.
Tráiler de Manifesto.
Julian Rosefeldt
(Munich, 1965). Cineasta y videasta. Estudió arquitectura en Munich y Barcelona y actualmente vive y trabaja en Berlín. En el año 2009 fue profesor invitado por la facultad de Media Art de la Universidad Bauhaus de Weimar y es miembro de la Academia Bávara de Bellas Artes y de la Academia de Bellas Artes de Munich (en Digital Time-Based Media).