El melancólico zoo de Hollywoo(d)

¿Para qué? Solo quería escribir un artículo medio decente. Bueno, no voy a mentir: pretendía tirar de literatura y crear un reseña cargada de recursos poéticos y pictóricos, y que a su vez, aglutinara por igual información y estilo; una idea en mi cabeza, la de seducir al lector. Casi nada. Quería escribir algo original. Ya sabéis, el típico artículo que se cuela entre las páginas de una revista cultural de corte literario (¿os suena?). Una entrada más que añadir a mi supuesto portfolio, siempre, claro está, que el resultado final se aproximara lo suficiente a la imagen mental preconcebida. A mi favor, disponía del tiempo necesario para trabajar minuciosamente en mi, llamémosla, tentativa. Tenía exactamente hasta que comenzase a emitirse la cuarta temporada de Bojack Horseman para pulir con mimo cada arista de la simbólica escultura. Así que, tras un visionado completo que me sorprendió y pude disfrutar de principio a fin, recopilé una lista con datos importantes y, a mi humilde parecer, imprescindibles (esos datos que no pueden faltar en un artículo atildado de rigurosidad y pretendida honestidad). Y comencé a escribir. Después, borré todo lo escrito.

Por Manuel Nuño

Y pensé: ¿Para qué? Escribir, leer, cambiar, borrar, releer, volver a escribir, borrar, volver a empezar… Tanto esfuerzo, tantas horas, tantas dudas. Siempre he pensado que pertenezco a esa clase de escritores a los que escribir les supone casi tanta satisfacción como sufrimiento, y aun así sentimos que lo necesitamos, y lo hacemos, tal vez porque en el fondo no somos más que unos masoquistas incurables. ¿Y para qué? ¿De qué sirve todo esto? ¿Qué estamos buscando? ¿Acaso ganar un Pulitzer es garantía de felicidad? Que se lo pregunten a Kevin Carter. No hay premio ni reconocimiento para los que somos conscientes del vacío indomable sobre el que flota una existencia con tendencia al absurdo. Igual que no hay premio para Bojack que recompense esfuerzo alguno. Conseguir el Oscar solo sería un parche temporal. ¿Y luego qué? El vacío no tardaría en mostrarse otra vez tal y como es: infinito. Porque se acabaron las metas y ahora ya nada tiene sentido (si es que alguna vez lo tuvo).

Fotogramas de Bojack Horseman, serie de Netflix.

Pero no siempre fue así. Bojack Horseman (Will Armett) era un actor de éxito en los noventa. Fue el protagonista de la sitcom “Retozando (Horsin’ Around)”, serie que le permitió escapar de una infancia desmoralizadora y vivir su propio american dream en Los Ángeles. La fama le abrió las puertas de fiestas interminables, sexo increíble y pasta incalculable. Lo normal. Hasta que acabó convertido en una sombra de sí mismo, en una suerte de Charlie Sheen aburrido con depresión y cabeza de caballo. Exacto, ese de la foto de más arriba es Bojack Horseman. Un caballo antropomorfo cretino e inmaduro que convive con los humanos. Y no es el único animal medio hombre (ni el más perturbador). En el zoo de Hollywoo(d) hay de todo, incluidos reptiles, peces e insectos. No recuerdo especie animal que no tenga su justa representación en alguna de las tres temporadas que, de momento, lleva la primera serie de animación producida por Netflix, que por si no estaba claro aún, se trata de una comedia. En realidad, se trata de una excelente comedia, cargada de diálogos ágiles e inteligentes, multitud de chistes y un escenario sembrado de detalles jocosos, referencias y parodias. Hace reír (qué menos). Pero es una de las comedias más deprimentes y devastadoras que he tenido el placer de, repito, disfrutar. No sé si es su mundo de animales de colores, los capítulos psicodélicos, las referencias friki/hipsters o lo identificado que me sentía con Todd (literalmente, dormía en el sofá de un buen amigo cuando descubrí esta serie), el caso es que he quedado atrapado para siempre en su profundidad. Raphael Bob-Waksberg, su creador, dota a sus personajes de una complejidad tan real como la imperfección humana. Ellos sufren esa sensación de desazón y la contrariedad producto de una vida trabada en apariencias en la que el éxito es efímero, desproporcionado y está sumamente sobrevalorado.

Podría hablaros de cada uno de ellos. De Princess Carolyn (Amy Sedaris), por ejemplo, la gatita persa color rosa que es agente y representante. Ambiciosa, tenaz y felina, muy felina. Confundida en sus sentimientos hacia Bojack. Alerta de colisión inmediata; disciplina férrea activada. No nos lo podemos permitir. Trabajo, trabajo, trabajo. Adorable. Bojack lo sabe, pero tiene su cabeza equina en otra parte. En realidad, en muchas otras partes, pero solo Diane (Alison Brie) le entiende. Bojack no es escritor, pero tiene un superventas, unas memorias no ficción que Diane le escribió. Y para hacerlo tuvo que conocerle. Durante meses convivieron en contrato laboral, tratando de leerse entre líneas, hasta que ocurre lo inevitable: se acaba por conocer a una persona (medio caballo). Ya sabes, conocer es compartir, y compartir es comprender, y de la comprensión pueden nacer los sentimientos más temidos, aunque no por ello menos deseados. No digo más. Porque me cae especialmente bien Mr. Peanutbutter (Paul F. Tompkins), el labrador amarillo que protagonizó “Mr. Peanutbutter’s House”, la comedia que competía descaradamente con la serie de Bojack. También es el marido de Diane. Medio amigos, medio rivales, en la profesión, en la vida, aunque Peanutbutter parezca no enterarse. Todos deberían envidiar su felicidad, su impermeabilidad al estrés, su naturalidad ante los problemas. Algunos lo llaman necedad… Y ahí está Todd (Aaron Paul). Prototipo de perdedor con talento creativo. El mejor amigo de Bojack, aunque a veces se pregunte a sí mismo por qué. Tan perdido como el resto. Como Sarah Lynn, como Vincent Adultman, como Meow Meow Fuzzyface, Sextina Aquafina, Lenny Turteltaub, Pinky Penguin, Wanda Pierce y como un sin fin de personajes totalmente extraordinarios diseñados por el trazo fresco y personal de Lisa Hanawalt, su dibujante.

Punto aparte merecen los cameos que aparecen a lo largo de cada temporada. Aquí pueden ocurrir dos cosas: las celebrities conservan su nombre, apellidos, personalidad y aspecto real, doblándose en muchos casos a sí mismas (Daniel Radcliffe, Paul McCartney, Naomi Watts…); o bien, aparecen parodiadas y deformadas (Quentin Tarantulino, Jurj Clooners, Bread Poot…). En cualquier caso, hay cameos que acaban convertidos en personajes con brillo y luz propia. Tal es el caso de Charlotte Moore (doblada por ella misma), personaje cuya inesperada evolución la convierten en uno de los más cómicos e impredecibles de toda la serie. Aunque, personalmente, no puedo ocultar mi admiración a la versión animada y con muy mala leche de J. D. Salinger (Alan Arkim), quien tras fingir su muerte, permaneció en el anonimato trabajando en una tienda de bicicletas hasta que Princess Carolyn le descubrió y le convirtió en un feroz productor televisivo cuyo programa, presentado por Mr. Peanutbutter, no consiste en otra cosa que en ridiculizar y humillar a los famosos de la industria. De ahí su explícito y extenso título: “Hollywoo Stars and Celebrities: What Do They Know? Do They Know Things?? Let’s Find Out!”.

Lo que se muestra ante nuestros ojos es animación despiadadamente adulta. Y no me refiero a que sus protagonistas digan palabrotas, se droguen o follen unos con otros (que también), sino a que en ningún momento a los espectadores se nos trata como si fuésemos imbéciles; cosa que es de agradecer. Sabemos reírnos del drama, entendemos el humor negro por descarnado que este sea, es más, exigimos nuestra dosis diaria de crueldad, aunque sea contra nosotros mismos. Nos gusta. Al igual que nos rendimos ante la elegancia del magnífico opening theme, cuyo tema principal ha sido compuesto por Patrick Carney (el batería del dúo de garage rock The Black Keys) y su tío, el saxofonista de jazz Ralph Carney. Merece la pena prestar atención, pues progresivamente se van sumando multitud de elementos y detalles según estos van apareciendo en cada capítulo, manteniendo así cierta continuidad. Es decir, si en un capítulo se daña un mueble de la casa de Bojack, en los openings siguientes ese mueble aparecerá roto, a no ser que lo arreglen o se deshagan de él, en cuyo caso, no volvería a mostrarse. Lo mismo ocurre con los nuevos personajes que se van incorporando a la trama, y con las localizaciones, y con todo. No es que sea algo nuevo o exclusivo en series de animación (ahí están Los Simpsons, South Park o Rick y Morty, que también suelen jugar con sus cabeceras), pero estas variaciones son siempre bienvenidas, una delicia para los espectadores más atentos y observadores.

Créditos de Bojack Horseman, serie de Netflix.

Bojack Horseman es una maravillosa sátira sobre la superficialidad reinante en la tierra de las superestrellas. Una historia sobre el éxito y el reconocimiento ubicada en los desagües del epicentro neurálgico de la industria occidental del entretenimiento. Cerca, muy cerca de la realidad. Un tratado clínico sobre la depresión. ¿Quiénes somos? ¿Qué esperamos de la vida? Ese es el tema. La incertidumbre, la confusión; los sueños, la culpa. La soledad que hay más allá de la compañía que te rodea. El abismo existencial. El agotador mito de Sísifo. Solo dos puertas quedan abiertas cuando la sedación deja de ser efectiva: una va directa hacia la autodestrucción, la otra es una huida. Los caballos salvajes corren sin rumbo en la naturaleza. No se preguntan por qué. Quizá sea eso lo que Bojack necesita, obedecer a su instinto, galopar libre-mente. Quizá la angustia al vacío no sea más que una llamada de atención interna que no sabemos expresar de otra forma más que con un derrotista “¿para qué?”. Quizá no vuelva a borrar lo escrito (aunque quede muy lejos de parecerse a la imagen mental preconcebida). Quizá ese supuesto portfolio no sea más que esta (A)típica revista cultural de corte literario.

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