Pablo Guerrero: «El poder teme a la cultura porque podemos crear mentes libres»
Por María Pachón
Pablo Guerrero nació en Esparragosa de Lares, en Badajoz, el 18 de octubre de 1946. Cantautor desde los setenta y poeta desde los ochenta, es uno de los grandes nombres de la cultura española del último medio siglo:
– Pablo, me tiemblan las manos… Estoy emocionada por sentarme frente a usted y hacerle esta entrevista.
– María, no te preocupes, saldrá bien.
Pablo Guerrero es el recuerdo constante de una infancia lejana, pura, ataviada de encinas y de manos curtidas, empapada con botas de vino. Es el guía vibrante de una juventud eterna, la que migra y la que se queda, la que lucha en las oscuras calles por sueños protegidos con mantas comunes.
Los días de lluvia y las noches de esperanzas invocan a Pablo Guerrero.
Él es pasado y futuro porque es presente.
Él es palabra y música porque es poesía.
Pablo Guerrero. Vídeo y fotografías: Bernardo Cruz.
Pablo, comenzaré citándole: «Hay una voz que pregunta y un poema que responde». ¿La poesía nos da la respuesta?
Yo creo que sí, que responde. La poesía sirve para indagar, para dirigir la mente, pero hay que dirigirla a todos los sentidos. Puedes encontrar lo que buscas acercándote a muchos poetas… A mí me encantaría que alguien que me lea encuentre lo que vaya buscando.
Creo que muchas personas lo hemos encontrado.
Gracias.
En 1969 dijo, en una de las entrevistas del maravilloso fondo que hay de esa época, que llegaría a ser «un cantante maestro o un maestro cantante», como más nos gustase… Hoy, cincuenta años después, a todos nos gusta que usted sea un poeta que canta.
Creo que es lo que mejor me define, un poeta que canta. Mis canciones se han ido haciendo cada vez más poesía, y mi poesía debe mucho a la música, debe mucho a la canción.
¿Qué queda de aquel joven maestro de veintitrés años que fumaba Celtas y que ganó el premio a la mejor letra de canción por Amapola y espigas?
Todo está agazapado en la vida de cada persona. Estoy entrando en una edad en la que se me presentan de una manera muy vívida recuerdos que había olvidado de mi infancia. Todo está adentro, y ojalá aflorase y lo hiciésemos nuestro otra vez cuando lo necesitamos.
¿Sigue fumando Celtas?
No. Ahora fumo Winston, que es peor (risas).
En aquellas entrevistas decían algunos periodistas que usted bebía mucha Coca-Cola. No lo veo…
La verdad es que nunca he sido demasiado amigo de la Coca-Cola. Prefiero un vino compartido entre amigos.
El rap heredó la esencia de la canción protesta
Me hablaba de la infancia… Recuerdos de infancia en la Siberia extremeña, en Esparragosa de Lares. Esos sí que han permanecido clavados en su ser. ¿Podría evocarme algunos?
Yo viví una época y vi un mundo que llegó hasta mí y que se acabó a partir de la televisión y a partir de la irrupción de los jóvenes que ya buscaban otras cosas en los setenta. Acabó la sabiduría del campesino y esa cultura transmitida muchas veces de forma oral. Recuerdo, sobre todo en positivo, el tiempo que pasaba en el campo: hablaba con los árboles, buscaba nidos… Y como negativo, la escuela. Tenía auténtico terror a que me preguntaran algo y no lo supiera. Temblaba, era terror físico.
¿Hubo alguien en su entorno que le hiciera adentrarse en la literatura?
Sí, mi abuelo. Mi abuelo me cantaba romances: el romance de la loba parda, el de las tres moriscas… Un montón de canciones y de romances. La primera poesía que yo respiré, que yo conocí, fueron letras de canciones, romances tradicionales. Recuerdo que mi abuelo, que tenía muy malas pulgas, llegaba un momento que paraba y me decía: «Ya no sé más, no me acuerdo de más». Y a mí me llevaba a los demonios (risas) porque me quedaba sin saber qué pasaba al final. Qué rabia me daba (risas). Yo le debo mi amor a la música y a la poesía a mi abuelo Víctor.
La gente de mi generación ha marchado al Reino Unido, a Islandia, a Francia, a Madrid… Continúan siendo sus emigrantes, esos que al encontrarse dicen: «Chacho, qué haces tú aquí, como si fuera una casualidad…» ¿Qué pasa en Extremadura? ¿No cambian las cosas?
Deberían cambiar y es el momento para que cambien. Lamentablemente, los que tienen más en estos tiempos aún tienen más, y los que tienen menos, en estos tiempos tienen aún menos. Hay que equilibrar y repartir socialmente la riqueza de España, que no es un país pobre, es un país privilegiado. Un país grande que tiene selvas, tiene ríos, tiene partes secas, tiene grandes extensiones para cereales, grandes extensiones para el ganado… España tiene de todo.
Parece que tuviera de todo menos cultura… Yo pertenezco a una pequeña parte de la gente joven de Extremadura que hemos decidido quedarnos porque consideramos que el éxodo rural es algo terrorífico, es causa de la desertización de la biodiversidad, pero también de la desertificación cultural. Y la verdad, no somos demasiados optimistas con lo que pueda suceder de aquí a mañana…
En estos momentos la cultura, no solo en España sino en todo el mundo, está bajo mínimos. Pero el poder teme a la cultura. ¡Qué no hacemos nada, solo escribir versos…! Pero hacemos más de lo que creemos, porque tenemos la posibilidad de crear mentes libres, y esto descoloca mucho a los que quieren manejarnos, a los que pretenden que todos pensemos en una única dirección.
La gran aventura es darse a sí mismo un impulso evolutivo
Usted sufrió la censura. Hoy continuamos viendo los estragos de la misma en la gente que se dedica al rap.
El rap heredó de alguna manera la esencia de la canción protesta. A mí me gustan sus actitudes tan desinhibidas y sus rimas tan imprevistas, y lamento que sufran esos ataques por parte de la censura. El creador tiene que sentirse libre con él mismo y, a partir de ahí, escribir. Escribir sin ningún tipo de mordaza. Escribir únicamente lo que quiera. Si quiere despotricar contra quien sea, está en su libertad de hacerlo. Y si prefiere dirigirse a la parte más humana, la más adscrita al ser humano, también es libre de hacerlo. Pero sobre todo no puede interiorizar la censura y autocensurarse… Hay que ser libre para crear.
Pablo Guerrero sostiene un ejemplar de su Viaje para ser comienzo mientras conversa.
Vuelvo a citarle: «Aún quedan cuerpos a otros cuerpos unidos, filamentos de cobre, los hilos enhebrados…». Usted, un ser siempre consciente de habitar la naturaleza y en el que a su vez la naturaleza habita, ¿todavía confía en el ser humano ante el desastre medioambiental?
Siempre he creído en el ser humano; he creído que estamos sin terminar, que evolucionamos. La gran aventura ahora no es ir a la Luna ni descubrir nuevos continentes. La gran aventura es darse a sí mismo un impulso evolutivo. Quien consigue eso influye de alguna manera en que todo vaya mejor, y aunque a veces el cambio sea mínimo, siempre es suficiente. Pero… no sé, a veces me pregunto si no hemos perdido el norte en alguna encrucijada y vamos por un camino equivocado. Me preocupa mucho lo que pasa con la Tierra, este desapego que hay con nuestro único planeta. Como dicen los jóvenes ahora: «No hay plan B, no hay planeta B». Si lo destrozamos, se destruye la especie humana, y eso sería una pena. Esto, desde luego, lo digo con mucha humildad y sintiéndome muy pequeño, porque el cosmos es inmenso. Pero, con toda probabilidad, dentro de nuestro Sistema Solar somos la única vida consciente que hay, los únicos capaces de descubrir su belleza, la belleza de la Tierra y la belleza de otros seres humanos, la belleza del cosmos… Sería una pérdida terrible, una irresponsabilidad absoluta por parte de quienes esto no se lo creen o no les importa que suceda.
Luz de tierra es mi gran encuentro con los poetas extremeños de mi generación
«A tapar la calle, a vivir la calle, a soñar la calle, a cambiar la calle…». ¿Están cambiando las calles de Sudán, de Argelia, de Hong Kong, Chile, Bolivia, Nicaragua, Cataluña…? ¿O sus gentes luchadoras solo están soñando el cambio?
Cuando se aprieta mucho una tuerca, esta puede saltar. Y se está apretando tanto a la gente más necesitada que ya hay brotes de violencia muy fuertes… La represión es brutal. Personas que disparan a los ojos de otras personas… Es tremendo, tremendo… Pido responsabilidad a quienes dan estas órdenes. Esto no me gusta decirlo, pero te lo voy a decir: A veces pienso que si el cambio climático afecta a la lluvia, al mar y a la Tierra, quizás nos está afectando también un poquito a la cabeza. Hay comportamientos de gente que acumula mucho poder que no consigo entender. Me parecen absolutamente irracionales, impropios de una persona con razón y con sentimientos.
Yo soy fatalista, Pablo, a menudo pienso «que tiene que llover a cántaros».
He de confesar que yo he pasado también una época muy pesimista. He escrito tres libros que son los más tristes de todo lo que he publicado. El ambiente nos empuja a decir «no tenemos solución», pero luego viene esa especie de instinto de salvación que nos lleva a pensar que esto tiene que pasar… Después de la tormenta vuelve a salir el sol.
Confía en el ser humano.
Confiemos.
Pablo Guerrero conversa con María Pachón en el Alcázar (y actual Parador) de Zafra.
Más de quince discos y otros tanto poemarios dan para muchos recuerdos y para muchos nombres. Me gustaría, si a usted también le gusta, lanzarle un nombre y que usted me devuelva un recuerdo.
Porque amamos el fuego (1976):
Lo hicimos solamente en tres días. No teníamos presupuesto para más. En tres días y tres noches incluyendo la mezcla y todo, todo el disco. Recuerdo que lo canté y me dolía la garganta de repetir tanto, porque es un disco en directo, tocando y cantando a la vez. El resultado luego me gustó: es muy fresco y muy vivo.
Luz de tierra (2009):
Mi gran encuentro con los poetas extremeños de mi generación.
Olympia de París:
Tengo un recuerdo agridulce. Fue muy complicado todo… Recuerdo al regidor del teatro que nos llamó aparte a Miguel Ángel Chastang, que era el músico que tocaba el contrabajo, a Nacho Sáenz de Tejada, que tocaba la guitarra, y a mí. Nos llamó y nos dijo: «Oye, españolitos, que aquí ha cantado Jacques Brel, Bob Dylan, Edith Piaf… A ver qué hacéis, porque esto o os hunde en la miseria o salís divinizados». Y nos dejó hechos polvo literalmente, con la moral por los suelos. Pero, de repente, cuando íbamos a salir, dijo Miguel Ángel: «Se van a enterar estos franceses de lo que sabemos hacer». Y, ¡buah!, salimos a darlo todo.
Me pregunto si no fue aquello la evidencia de la fuerza de la juventud…
Por supuesto, ahora me dicen que vaya a tocar al Olympia y probablemente hubiera dicho que no. Entonces, no me lo pensé dos veces.
El porteador de sonidos (2017)
Experiencias vividas, sabidas, sentidas e intuidas sobre la música. Es un libro muy personal. Normalmente, un escritor le coge más o menos cariño a sus libros con el tiempo. Yo a este le tengo mucho.
Cristina Lliso:
Una diosa, salía a escena y enamoraba. Tan sencilla, pero a la vez elegante y algo distante, como las grandes divas de la canción francesa o italiana. Era, es una gran mujer.
Elisa Serna:
Un torbellino. Una mujer maravillosa. En los setenta, nos llamaba y nos decía: «Os convoco en el café comercial de Madrid». Y cuando nos tenía reunidos: «Oye, que he pensado que vamos a hacernos con unos fusiles y que vamos a tomar la televisión» (risas). Y nosotros: «¡Pero Elisa, por dios! Nos van a pillar antes de salir de casa». Y ella: «Que sí, que sí, que es muy importante tener a nuestro favor los medios de comunicación». Siempre estaba ideando locuras… Elisa creía en la canción, en la función de la canción como fuerza para cambiar las cosas.
Suso Saiz:
La música en esencia, el sonido puro, la vivencia del sonido. Y la búsqueda del sonido en cuatro notas.
Y Nacho…
De Nacho no puedo hablar. No, porque me voy a emocionar y vamos a terminar llorando. Nacho Sáenz de Tejada fue un gran amigo, aprendí mucho de él. Estuvimos juntos toda la década de los setenta y luego nunca se fue… Nunca se ha ido.
¿Se te recordará por la poesía o por la música?
A lo mejor por ninguna de las dos cosas. No lo sé. Tengo amigos a los que les gusta la poesía que dicen: «Tú eres muy buen poeta, pero olvídate de la música, que eres muy malo». Y hay otros que dicen: «Pero bueno, tú por qué escribes poesía, si tú eres muy buen cantautor». No te creas que hay muchos a los que les guste la poesía y a la vez la canción que hago. Pero… no sé, yo creo que la poesía es más duradera.
Poeta que canta, nos podrías dedicar una única y última palabra.
Adelante. Hay que seguir siempre.