Juan Antonio Galán: «Si no escribes porque no publicas, no eres escritor»

Por María Pachón

Cuando leí El tránsito desconocía que su autor, Juanan Galán Romero (Jaén, 1985), ha creado una banda sonora para ambientar la lectura de su ópera prima. Ojalá lo hubiera sabido, porque en más de una ocasión detuve la leída para dirigirme al ordenador y seleccionar algún temazo que aún aclimatara más aquella historia de zombis. ‘Doolin-Dalton’, de los Eagles, ocupó durante esos días el número uno de la lista. Mientras leía la obra, me dieron también muchas ganas de ver películas, así que ideé un ciclo que inauguré con una de las supremas de Kubrick: Full Metal Jacket (La chaqueta metálica). El tránsito me pedía ir más allá del género Z…

 

Juanan Galán Maldita Cultura Magazine

Lo hermoso del desierto», dijo el autor de El principito, «es que en algún lugar esconde un pozo». Casi parece imposible que, en el devastado mundo que acoge esta distopía, pueda haber más de otra cosa que de ‘infectados por el virus RM-02’. Sin embargo, El tránsito está colmado de manantiales subterráneos que emanan del vasto bagaje cultural de su jovencísimo autor, así como de su absoluta dignidad ante cuestiones sociales.

Sé que en futuras relecturas descubriré otros oasis recónditos que ahora habré pasado por alto: referencias a novelas, películas, bandas de música, etc. Pero el pensamiento social que subyace en El tránsito y que plantea interrogantes en torno a la soledad del ser humano, la perspectiva de género, la diversidad sexual y el maltrato al ecosistema, queda bien claro desde las primeras palabras que componen la obra. De todo ello y de muchos otros asuntos he hablado en esta entrevista con su autor, Juanan Galán.

Exponerme a muchos libros y muchos autores que han moldeado de alguna forma mi voz narrativa ha sido la mayor aportación de la carrera de filología inglesa.

Aún eres jovencísimo, 30 años… Imagino que no tendrás demasiados problemas para echar la vista atrás y contarnos cuándo comenzaste a escribir.

Pues casi desde que recuerdo. Allá por segundo de primaria participé en un concurso de cuentos… ¡Me llevé un premio y todo! En el instituto continué. Me dieron un premio por un relato pomposísimo e infumable. Cuando cogí un poco de manejo con el inglés, escribí algún relato y participé en más concursos organizados por las Escuelas Oficiales de Idiomas de Andalucía. Y quedé finalista en uno. ¡El éxito me perseguía! -risas-. También me encantaba dibujar comics. He leído y escrito bastante desde pequeño.

Entonces, ¿eres de los autores que duermen con un libro bajo la almohada o de aquellos que lo hacen con cuaderno y lápiz?

Hace algunos años siempre dormía con un cuaderno en la mesita de noche. Lo usaba para apuntar lo que soñaba. Creía que podría inspirar alguna historia increíble. Luego dejé de utilizarla, pero siempre hay algún libro de cabecera. Más de uno incluso.

Decías que pillaste ‘un poco de manejo con el inglés’. Hoy, además de escritor, eres profesor de este idioma. ¿De qué te ha servido tu trayectoria académica y profesional para escribir El tránsito?

Supongo que la mayor aportación de la carrera de filología inglesa ha sido exponerme a muchos libros y muchos autores. Consciente o inconscientemente, esas referencias han tenido que moldear de alguna forma mi voz narrativa. Se me ocurren obras como El señor de las moscas (William Golding), 1984 (George Orwell), La tierra baldía (T.S. Eliot) o El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad). Todas tienen algo en común: un pesimismo patente, la corrupción moral del ser humano, paisajes hostiles… Hay mucho de todo eso en El tránsito.

¿Cómo surgió la idea de la novela? Quiero decir, ¿qué te inspiró para su creación?

Fue de la manera más casual. Nunca he sido un gran conocedor o consumidor del género Z. Un día me puse a ver la peli 28 días despuésDanny Boyle, 2002- y la verdad es que me impactó bastante. El lenguaje visual tan potente y característico de sus películas provocó que empezaran a ocurrírseme escenas de devastación y pandemias. Y como a mí las distopías me cautivan, empecé a tejer una historia. Al principio pretendía que fuese algo corto, pero la cosa se me fue de las manos… Hasta llegar a convertirse en El tránsito.

En El tránsito, la distopía medioambiental nos sumerge en un mundo devastado…

Otro de los temas recurrentes que me apasionan es la lucha entre la naturaleza y el ser humano por conquistarse mutuamente. Ya sabemos que casi siempre ganamos nosotros, pero a veces se da la situación contraria: una urbanización abandonada donde los hierbajos y los arbustos se comen el asfalto o un mundo en el que la humanidad diezmada ve como el paisaje engulle las casas y las ciudades regresando a un estadio anterior. Para mí, por ejemplo, un paraíso es una estepa en Mongolia o el desierto de la Patagonia… Lugares salvajes y a la vez solitarios.

¿Durante cuánto tiempo trabajaste la historia y cuántas revisiones se ha cobrado?

Si las cuentas no me fallan –la novela es ya vieja–, aquel relato que no dejó de engordar surgió en el verano de 2011. Compaginándolo con el trabajo, la preparación de unas oposiciones y las típicas fases de desilusión en las que crees que la novela no va a salir adelante, el proceso se extendió hasta marzo de 2013. Un año y medio. Recuerdo el día en que puse el punto final como el más feliz de todos, por encima de la firma del contrato editorial, de ver el primer libro impreso o de la presentación de la novela. No hay nada comparable a que la palabra “fin” se escriba en tu cabeza.

En cuanto a las revisiones, creo que no soy el escritor más obsesivo del mundo. Los retoques nunca se volvieron en mi contra. Habré releído la historia al completo unas tres veces antes de publicarla. ¡Yo creo que eso no es nada!

Ya lo dijo Javier Cercas: «La última versión siempre es la buena». ¿Y qué trabajo previo de documentación e investigación llevaste a cabo para elaborar El tránsito?

Con respecto a la documentación hubo dos fases muy marcadas. Al principio, precisamente porque no soy un experto en infectados -no me gusta la palabra zombi porque me da la sensación de que hace alusión a una criatura que parece más un sonámbulo caníbal que a la víctima de un virus pseudo-creíble-, me volqué en la búsqueda de información en webs y blogs, me hice con una lista de películas Z de referencia, etc. No quería meter la pata y ofender a ningún lector medio informado.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que no quería limitarme a proponer una mera persecución entre humanos y seres que quieren comérselos. Yo quería añadir más capas a la historia -la soledad, el discurso ecologista de fondo, la familia, la dignidad del hombre incluso en situaciones extremas…-, por tanto me tenía que alejar de las obras canónicas del mundillo Z. De forma que dejé de ver películas de George Romero y me decidí a que el género trabajase para mí y no al revés. Creo que el hecho de no dejarme llevar por esas convenciones hace del libro una historia más universal para un público más amplio.

Ya, pero tú eres escritor y filólogo, no un biólogo con nociones de infecciones de organismos. Sin embargo, creaste el virus RM-02, que a mí no me parece ‘pseudo-creíble’, sino absolutamente verosímil -también es cierto que yo de ciencia controlo bastante poco-.  ¿Qué tipo de información utilizaste para crear este virus y sus consecuencias?

De nuevo, no me obsesioné demasiado por los detalles técnicos. De hecho, la decisión de que la historia comenzase in media res me permitía ahorrarme bastantes explicaciones sobre el origen del virus y su propagación. El virus es el desencadenante, como tal, me importaba más lo que ocurría después de su irrupción y no tanto desgranar cómo se gestaba.

Tuve la suerte de contar con dos biólogos y una doctora en bioquímica entre los lectores beta que accedieron al manuscrito antes de su publicación. Ninguno de ellos me echó la bronca por incluir disparates relacionados con el RM-02, así que supuse que la cosa se sostenía.

Como anécdota, aprovecho para comentar que el nombre de la tesis que permitió que Germán y Cecilia se conocieran -‘Enzimas ancestrales resucitadas’-, está basado en el trabajo real de mi prima, la bioquímica que mencionaba antes y la cual aparece en El tránsito haciendo un cameo bajo el nombre de la doctora Romero –nuestro apellido en común–.

Hablando de los nombres de tus personajes, todos han sido bautizados con nombres corrientes. ¿Qué criterio seguiste para elegirlos?

Pues fíjate, empecé a escribir la historia proponiendo una ambientación a la americana, utilizando nombres anglosajones por tanto. Pero de nuevo caí en la cuenta de que no quería contar una historia para Hollywood. Yo quería que fuese más universal, o al menos más cercana a la realidad española. Y entonces coloqué invernaderos, olivos, reduje la altura de los edificios y traduje los nombres de los protagonistas. Para los nombres seguí dos criterios: que no se llamasen como ninguna persona de mi entorno –no quería que un nombre conocido distorsionara la construcción del personaje– y que sonaran a nombres de gente de verdad que pueda cruzarse en tu vida. Esto último no sé si lo he conseguido.

Sí, al menos por la mía han pasado más de un Germán, una Cecilia y unas cuantas Sofías…

El género masculino está incrustado en la literatura de ciencia ficción, en la literatura en general y en los mecanismos del lenguaje y del pensamiento. Sin embargo, como inteligentemente me destacó Tania, nuestra amiga común que me recomendó tu obra, «en El tránsito las mujeres no tienen que ser salvadas».

Me alegró mucho recibir esa apreciación en materia de género. En ningún momento me planteé reivindicar a la mujer como personaje de acción al mismo nivel que el hombre. Di por hecho que eso ya era así.

Partiendo desde ahí, irrumpe con fuerza el personaje de la teniente Navarro, una mujer valiente y honrada, capaz de llegar tan lejos como exige el mundo en el que vive, pero sin perder nunca su identidad de mujer. Algo hay de la teniente Ripley de Alien –una peli que me flipa–, pero creo que la teniente Navarro añade al perfil de soldado y mujer resolutiva una dimensión humana más desarrollada.

Sofía representa un prisma distinto de la mujer. Desde un papel más secundario, simboliza quizás la independencia y la libertad. Es una chica con un tremendo camino psicológico por recorrer para poner su vida en orden, pero en su lucha por conseguirlo no se echa en brazos de un hombre con tal de estar acompañada. Ella elige enfrentarse sola a sus problemas y creo que eso es un mensaje positivo.

Y tanto… He de decirte que, aunque Sofía ocupa solo una parte de la trama, es quien más me ha enseñado y emocionado… El tránsito es una novela conmovedora; en el proceso de creación de la novela, ¿el papel de guía se lo concediste a tu razón o a la emoción?

¡Vaya pregunta más difícil! Yo creo que más allá de algunos fogonazos esporádicos de inspiración –a lo sumo alcanzan para unas cuentas frases bien rematadas o un párrafo un poco más logrado–, lo importante es tener las cosas claras y saber adónde quieres llevar la historia. En ese aspecto, la razón se impone.

Personalmente, no comienzo a escribir hasta saber el final del relato, de manera que cada palabra y cada coma trabajan para no desviarse de esa senda. La emoción se encarga de la estética, de la sensibilidad de un personaje y del estilo narrativo en general. Lo permea todo, es indispensable, pero no es una musa que te lleva en volandas de página en página.

¿Qué otras referencias, además de las novelas y películas ya citadas, podemos encontrar en la obra?

Si tuviera que añadir alguna novela más, recurriría sin duda a La carretera, de Cormac McCarthy, llevada luego al cine con Viggo Mortensen como protagonista. La destrucción, el concepto de la familia dentro de un ambiente extremo, la suspensión de los valores morales en un estado de excepción… Se trata de un libro y una película que recomiendo encarecidamente. En el caso de la novela, creo que haría muy buenas migas con El tránsito si compartiesen estantería.

Y si me permites hablar de otras referencias, podría hablar también de música o de pintura. Durante el proceso de escritura de El tránsito conocí el post-rock, grupos como Explosions in the Sky, This Will Destroy you, Mogwai, Caspian y muchos más… A partir de ese momento me costó escribir sin tener esas melodías instrumentales y distorsionadas en mente. Por otro lado, si la novela fuese una película, quizás le hubiese encargado la dirección de fotografía al pintor William Turner… Esa luz también tiene mucho que ver con esta historia.

Hay documentales o ensayos de temas que me interesan muchísimo pero casi nunca supero la barrera de la ficción.

Como si de un film se tratase, has creado una banda sonora para El tránsito. ¿Cuánto de cine hay en tu proceso de escritura?

Mucho, muchísimo. Me considero un cinéfilo empedernido. Me podría pasar un día entero viendo una película tras otra. Y es cierto que mucha gente que ha leído el libro me ha comentado que se imaginaba los pasajes como escenas de una película o que había algo muy cinematográfico en mi estilo. Como dibujante frustrado, tengo la costumbre de imaginar un pasaje viñeta a viñeta -sobre todo si son momentos de acción-. Tengo que ser fiel a ese storyboard mental para quedarme satisfecho con esa parte de la narración. Y, como señalas, también tengo ya la banda sonora de la adaptación al cine de la novela y a casi los actores -risas-.

He leído en una crítica -y estoy totalmente de acuerdo-, que El tránsito “invierte los patrones de las historias de zombis y explora las grandes cuestiones del ser humano”. ¿Cuánta filosofía has devorado para escribir la novela?

Como lector o espectador tengo un defecto clarísimo. Tengo inquietudes, por supuesto, pero me cuesta horrores salir de las novelas y las películas. Es decir, sé que hay documentales o ensayos de temas que me interesan muchísimo. Pero casi nunca supero la barrera de la ficción.

La filosofía y todas las referencias que he absorbido y que puedan salpicar la novela han pasado previamente por el tamiz de una novela, una película o eso sí, de artículos periodísticos –el buen periodismo es otra profesión a la que no me hubiese importado nada dedicarme–. Así que si me permites el tirabuzón argumental, la filosofía que he aprendido la ha aprendido a través de Benedetti, Terrence Malick o The Wire.

¿Y cuánto de lírica la compone?

Si te refieres a mi estilo como escritor, supongo que me estás preguntando por mi gusto por una estética densa, compleja, a veces puede que recargada. La atmósfera densa de la novela me pedía algo así, aunque algunas veces hago autocrítica y me gustaría ser más Bukowski o más Orwell, decir verdades como puños usando los nudillos más que las yemas de los dedos al escribir. Pero es que me pierden los autores latinoamericanos, creo que nadie puede escribir como ellos. Y salvando las distancias, por supuestísimo, me gusta esa retórica exuberante. Aún así, creo que poco a poco voy encontrando mi voz propia. Poco a poco voy quedándome con el alma de las palabras. Cuando era más joven, mi estilo era bastante insoportable, así que creo que voy mejorando –risas–.

Utilizas la sinestesia y la metáfora de manera natural. ¿Son fruto de la espontaneidad o las elaboras concienzudamente?

Es cierto, las utilizo muchísimo. Solo quiero facilitar al lector el paladeo de la misma emoción que siento yo cuando estoy escribiendo. Y ahí no tengo dudas, la metáfora es dinamita, el arma literaria más poderosa. Me vienen a la cabeza como hordas de infectados y las necesito para que la narración avance por donde yo quiero.

¿Escribes poesía u otro género literario?

Como creo que les habrá pasado a casi todas las personas que escriben, la poesía fue para mí la puerta de entrada a la literatura. Te lo puedes imaginar fácilmente: un chico tímido de pelo largo que se enamora platónicamente de una compañera de clase. Por supuesto, a ese chico le falta el valor para decirle a la niña lo muchísimo que sufre de tanto que le gusta. Así que se pone a juntar en un papel mechones de cabello y metales preciosos… Todo muy febril y desesperado.

De este modo, surgieron unos poemas que no avergonzaron lo bastante como para quemarlos. Los fui acumulando en una libreta idéntica a la que usaba para apuntar sueños –por cierto, unas libretas preciosas que tendrán unos cincuenta años y que me regaló el abuelo de un amigo que aún las guardaba de una papelería que cerró hace muchísimo tiempo–. Luego vinieron los concursos de literatura, los comics que dibujaba cuando terminaba los deberes… Siempre con una historia en mente.

Actualmente colaboro con Tribuna Andaluza, un pequeño semanario digital que montó el editor de El tránsito hace un año. Gracias a esos artículos de opinión tan libres y alejados de todo encargo, me mantengo un poco en activo hasta que empiece a montar otra novela.

En Maldita Cultura no creemos que existan fronteras entre las formas periodísticas. ¿Qué te parece el eterno debate ante la consigna ‘periodismo versus opinión’?

Si ponemos el ejemplo de España, se ve muy claramente los dos ejes antagónicos que se dibujan en el panorama periodístico. Y la pregunta es, ¿tiene algo de malo publicar un periódico claramente de izquierdas o de derechas? Evidentemente, no, faltaría más. Es absolutamente legítimo escribir un artículo que ponga a parir a Rajoy o a Pablo Iglesias. El problema aparece cuando tu periódico depende económicamente de unos poderes fácticos que te impulsan a dar noticias de un color incluso cuando las fuentes no son fiables o la noticia no se sostiene. Eso sí es preocupante. Que vayas a saco a por un partido mientras todo lo que digas sea cierto, pues adelante.

Luego está el ritmo vertiginoso de las noticias. Echan mierda sobre todo el mundo a diestro y siniestro y como enseguida están con otro tema o nadie les obliga a rectificar si han difamado, los periódicos y los telediarios se van de rositas a pesar de su mala praxis porque ya han desviado nuestra mirada hacia otro lado. Como me preguntes por el periodismo otra vez, la liamos, es un tema que me apasiona.

Pues te preguntaré entonces… Pero antes, ¿qué futuro crees que le espera a la literatura en nuestro país?

Creo que siempre habrá buena literatura. Tendrían que arder todos los libros y todas las bibliotecas para que se cortase el cordón umbilical entre el pasado y el futuro de los nuevos escritores. Por supuesto, no vendría mal que la educación y sobre todo el fomento de la lectura tuviesen más éxito. Tendríamos más posibilidades de sacar nuevos talentos. Y no porque los niños tuviesen menos faltas de ortografía y supiesen para qué sirve el punto y coma, eso es lo de menos, sino porque formaríamos ciudadanos más sensibles, con capacidad para conmoverse. Si conseguimos eso, habrá siempre buena literatura.

Si hablamos del negocio editorial, mi pequeña incursión en el mundillo no me saca de mi ignorancia. Sé que hay muchas empresas –bastante desalmadas– que se hacen llamar editoriales pero que simplemente son imprentas para soñadores ingenuos. Pagas un dinero y ves tu libro publicado. Sin mimo, sin personalización, como la cadena de montaje de latas de conserva. Dónde está ahí la apuesta por tu libro, por la historia que quieres compartir con la gente. Yo ahí tuve suerte, no se fijó en mi Alfaguara, pero estoy muy orgulloso de haber sacado adelante la novela con una pequeña editorial.

Otra cosa que me cabrea es que, si no quieres pagar por publicar, te tienes que convertir en una especie de relaciones públicas capaz de montar un crowdfunding, llamar a la radio de tu pueblo, vender tazas con la portada de tu libro impresa y no sé cuántas estratagemas más. Todo es marketing; qué papel le queda en eso a la literatura. A mí lo que me gusta es escribir, a mí me da vergüenza hasta descolgar el teléfono.

Juanan Galán firmando ‘El tránsito’.

Vamos otra vez con el tema que nos apasiona. ¿Qué ha pasado con el periodismo en este país y qué futuro le aguarda al oficio más hermoso del mundo?

Pues la crisis también se lo ha llevado por delante. Y a los lectores no se nos ha metido todavía en la cabeza que la información cuesta dinero. Nos da la sensación de que esta no vale nada porque coges el móvil y en un momento estás saltando de sitio en sitio leyendo esto y lo otro. Pero cómo queremos tener buenas noticias y que no nos manipulen si las grandes corporaciones están echando a los periodistas o están pagando miserias a los profesionales. No nos quejemos luego de la calidad. Es todo muy complicado.

Lo único que veo positivo en este aspecto es que las redes sociales te ayudan a montar una red mediática en un momento. Si se juntan un puñado de personas que montan un medio digital con cuatro duros y lo hacen bien, pronto llegarán a muchos lectores y la rueda comenzará a rodar. En ese sentido creo que se impondrán las cuotas o el mecenazgo –a esto último me he unido recientemente y creo que repetiré–.

Es muy complicado y aún más triste… ¿Cuánto temes que la ficción de tu obra sea, en buena parte, la realidad de nuestra vida cotidiana?

Hay muchos “infectados” en nuestra sociedad. Es decir, gente que por algún motivo queda excluida. Esto ocurre por motivos económicos, por venir de otro país o por pensar diferente. Y si a esos colectivos los acabas poniendo en una situación de no retorno, contra la espada y la pared, pueden surgir conflictos y violencia, en definitiva. No son ganas de incitar a la violencia ni mucho menos, pero sorprende el estado de relativa calma en que vivimos a pesar de las crecientes desigualdades, el empobrecimiento general de la clase media y las injusticias tan palpables que existen entre los que somos vulnerables y los que nunca pierden nada.

El sistema pretende convertirnos en zombis errantes de una estación de metro a otra sin tiempo que dedicarle a la vida, a la cultura…

Este negocio de la vida está pensando para que primero trabajes. Y si tienes algún hueco, te diviertas con una clase de entretenimiento que te permita evadirte sin tener que pensar demasiado. Parece lógico, ¿no? Que uno quiera olvidarse de los problemas cuando se pone las pantuflas de estar en casa. Como decíamos antes con la prensa, a menos que un gobierno se interese por potenciar una televisión pública de calidad, por ejemplo, la solución estará en pagarse la cultura o convertirse en mecenas.

Por otro lado, la cultura ha sido muy golpeada en los últimos años. Existe una creencia extendida entre una parte de la población que difunde que los artistas son unos comunistas perversos que viven de las subvenciones y que sólo saben quejarse. Pero algo estará sucediendo cuando es absolutamente unánime el rechazo a las políticas en materia de cultura en España. En este tema siempre acabo en el mismo callejón sin salida: tradicionalmente se acusa a la derecha de ocuparse poco de la cultura. Los artistas parecen todos del signo opuesto.

¿Por qué no salen más actores o escritores de derechas? ¿Es porque hay una relación entre la sensibilidad artística y el pensamiento de izquierdas? Son silogismos muy simplistas, lo sé, eso no puede ser. Obedecerá a que el artista de derechas tiene todavía un cierto complejo histórico por el que recela significarse ideológicamente para evitar ser relacionado con tiempos antiguos. Si fuese un artista de derechas, reivindicaría esa creatividad desde una ideología distinta. Izquierda, derecha… El tema de las dos Españas es otro de esos temas con los que nunca se termina de hilar asuntos transversales.

A mí los finales felices me gustan solo en la vida real. La vida y los finales tienen que ser como La tregua de Mario Benedetti.

Mejor regresemos a El tránsito y Juanan Galán, que son temas moralizantes. ¿Cuántos obstáculos e infectados has tenido que esquivar para conseguir que El tránsito fuera publicada?

Los mayores desafíos fueron para mí los puramente literarios: sacar adelante un capítulo, rematar una metáfora o construir un personaje verosímil… En cuanto al proceso de publicación, fue parecido a buscar trabajo. Mandas manuscritos aquí y allá, recibes negativas -en la mayoría de los casos no recibes ni un saludo-, lamentos por lo difícil que está publicar hoy en día… Hasta que al final alguien confía en ti. Y consigues organizar un par de presentaciones, sales en un par de reseñas en medios locales…

En fin, tu libro pasa fulgurante por unas librerías dejando una breve estela que te colma de ego. Pero luego nada; por supuesto, tienes que volver a empezar de cero porque eres un escritor al que no conoce nadie. Es casi lo mejor que te puede pasar. No tener demasiado éxito para obligarte a seguir escribiendo lo mejor que sepas.

¿Qué consejos darías a un escritor novel?

No soy nadie para dar consejos, vaya eso por delante. Pero le recomendaría ser honesto con uno mismo. Ha quedado sobradamente demostrado que la calidad no tiene por qué ser el camino más corto hacia el éxito editorial. Es casi más bien lo contrario; pero antes de nada creo que hay que ser sincero con uno mismo. Si no crees demasiado en lo que has escrito, por qué iba a nadie a interesarse por tu libro. Si das el paso porque verdaderamente crees que la gente debería leerte, no queda otra que lanzarse.

El desánimo te alcanzará más pronto que tarde, te sentirás estúpido por creer que te publicaría alguien. Sin embargo, hay que perseverar. Y no digo ya intentando que algún editor conozca tu libro. Me refiero a que hay que seguir escribiendo, que eso es lo que de verdad importa. Si no sigues escribiendo porque no consigues publicar, quizás es que entonces no eres escritor.

¿Qué relación tienes con los nuevos formatos digitales aplicados a la literatura?

En mi casa ha habido siempre muchísimos libros, así que he tenido siempre a mi disposición una infinidad de títulos. No he tenido que hacer demasiados viajes a las bibliotecas públicas. Aunque no me hubiese comprado ni un libro en toda mi vida, tendría reservas hasta el fin de mis días. Cuando empecé a tener un gusto literario más definido, empecé a hacer mis pequeñas adquisiciones. Últimamente también he entrado en el tema e-book, pero la mayoría de mis lecturas conservan el tradicional formato papel. No soy precisamente un revolucionario en cuestiones tecnológicas.

¿Qué libro ocupa tu mesilla de noche?

Sumisión, de Michel Houllebecq. Me leí en su día Las partículas elementales. Es un tipo que provoca, que te hace reflexionar. Te saca de tu zona de confort como lector, así que hay que seguirle la pista. Estoy deseando dejar atrás estas semanas de exámenes y será sin duda el primer libro del verano –las vacas gordas de la temporada lectora–. Justo detrás irá La Guerra Civil contada a los jóvenes, de Pérez Reverte. Como también comprobé que generaba disparidad de opiniones –obvio, se trata de la Guerra Civil–, allí tenía que estar yo. Las dos Españas como te decía…

¿Cuál ha sido la última película que has visto?

No creo que fuese exactamente la última, pero sí la última que me impactó de verdad. Recomiendo fervorosamente Oslo, 31 de agosto, de Joachim Trier, una película de silencios, para espectadores que sepan observar y empatizar. Y además los personajes principales son escritores jóvenes. Y todo durante un solo día de verano. Magnífica. Eso sí, la mejor película de todas es Lost in Translation.

¿Me recomiendas un disco?

This Will Destroy You, disco homónimo de este grupo tejano de post-rock. Una auténtica pasada de guitarras y melodías distorsionadas con unos increscendos bestiales. Si te gusta, sigo recomendando discos de este género, que es el único que me recomienda mi médico últimamente.

¿Cómo será tu próxima novela?

Tengo una idea en la mente. Hay varios personajes con problemas de comunicación; hay una urbanización medio abandonada a consecuencia de la explosión de la burbuja inmobiliaria… De nuevo mi idea de llevarme personas normales a lugares devastados que se mimeticen con sus emociones. Habrá algo de política, de periodismo, de literatura como arma metalingüística… Quiero incluir varios discursos… En fin, espero empezar a encajar todos estos elementos durante el verano. Ojalá dentro de un tiempo volvamos a tener otra entrevista –risas–.

¿Y cómo te gustaría que fuera la próxima legislatura?

Me gustaría que hubiese cambio, del de verdad, no del de marquesina engalanada para la campaña electoral. Para evitar más fracturas entre la ciudadanía, eso sí, me gustaría que hiciesen falta dos partidos para formar gobierno. Que ese trabajo en equipo resultase positivo para la sociedad y edificante desde el punto de vista de la clase política, tan necesitada de lavar su deterioradísima imagen. A ver si empezamos a reducir un poco la desigualdad. Por supuesto tengo clara la combinación de fuerzas que más me gustaría ver en Moncloa, pero no te la voy a decir –risas–.

¿Volverán los finales felices a la cotidianeidad y a la literatura?

A mí los finales felices me gustan solo en la vida real. Pero muchas veces son imposible, creo que por eso en la literatura me gustan más otro tipo de desenlaces. La vida y los finales tienen que ser como La tregua de Mario Benedetti, sí o sí.

Conoce más a Juan Antonio Galán Romero a través de su blog personal y mediante su perfil en Twitter.

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