Moon, una sacudida existencial

He de aclarar que mis críticas de cine no son en realidad críticas, sino más bien ensayos sobre películas en los que se analiza en profundidad el contenido, la sustancia del relato.  Ello se debe a mi necesidad de diferenciar entre «juicio de valor» y «juicio de gusto»; no pretendo dar mi opinión sobre la película para condicionar al lector, mi intención es la de exponer los conflictos que surgen en tal narración y tratar con ello de completar la lectura que cada individuo ha hecho de la película. Tengan cuidado con los spoilers durante la lectura y disfruten de este análisis de Moon.

Por Alberto González

Sam II al robot GERTY antes de abandonar la luna:
-Gerty, no estamos programados, somos personas, ¿de acuerdo?

Moon: Un debut de cine

Moon, ópera prima del director británico Duncan Jones, se estrenó en 2009 alzándose con el favor de la crítica. Éste, que hasta entonces sólo era conocido por ser “el hijo de David Bowie”, debuta de una manera asombrosa en el cine. Jones nació el 30 de mayo de 1971 en Kent. Sus padres se divorciaron en 1980, recibiendo David Bowie la custodia de Jones cuando éste aún tenía 9 años (entonces conocido como “Zowie”).

En 1995 se graduó con nivel de licenciado en filosofía en la Universidad de Wooster, donde fue registrado con el nombre de Duncan Jones. Más tarde cambiaría el rumbo de su vida reencauzando sus estudios en la Escuela de Cine de Londres, donde se graduó como director.

La película Moon fue nominada a siete premios de cine independiente británico y ganó dos (Mejor película independiente británica y Premio Douglas Hickox al Mejor director debutante), ambos para Jones. También fue nominado a dos premios BAFTA en 2010, ganando solamente uno (mejor director, guionista o productor británico novel). En el Festival Internacional de Cine de Sitges de 2009 se llevó cuatro premios, ellos los de mejor película y mejor actor para Sam Rockwell, que da vida al personaje Sam Bell.

Tal reconocimiento por parte de la crítica resulta totalmente merecido, puesto que el peso narrativo de Moon se basa prácticamente en la labor de un solo actor, Sam Rockwell; un hombre capaz de desdoblarse y dar vida a la convivencia entre los clones Sam Bell I y Sam Bell II. Destacan trabajos anteriores de Rockwell como Box of moon light (Tom DiCillo, 1996), que supondría un punto de giro en la historia de su vida, y La milla verde (Frank Darabont, 1999); en la que encarna al prisionero William «Wild Bill» Wharton en la adaptación del drama carcelario de Stephen King. Durante el rodaje de ésta película, Rockwell explicó por qué le atrajo hacer ese tipo de personajes antipáticos. Dijo: «Me gusta ese contenido oscuro. Creo que los héroes tienen que ser estropeados. Aquí hay un poco de amargura y enojo… Pero después de esto, tengo que interpretar a algún abogado, o a un aristócrata británico, o me van a encasillar». Volviendo a Moon, Sam Rockwell es capaz de dar vida a la misma persona dos veces, a dos personajes al mismo tiempo. Y no sólo eso (ya que en parte goza de la ilusión que despiertan en los espectadores este tipo de “trucos del cine”) si no que consigue interpretar a Sam I y Sam II otorgándole una personalidad específica a cada uno de ellos; estableciendo una nueva lectura sobre la vejez y la juventud. Es notable el trabajo de maquillaje y caracterización que diferencia a los dos Sam Bell, al viejo y demacrado frente al fornido y enérgico joven.

Por otro lado tenemos a Kevin Spacey que da voz a Gerty, el robot que hace compañía a Sam. Pese a la ausencia física del actor en la película, resulta ser una acertada elección la ambigüedad que aporta su voz a la máquina. Durante el filme, nunca llegamos a imaginar con certeza cuáles son los propósitos de Gerty ni qué papel juega en el camino de Sam hacia la verdad.

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Sam Rockwell y Duncan Jones durante el rodaje de Moon.

Además, en Moon posee un papel esencial la dirección artística a cargo de Hideki Arichi, quien también ha realizado labores de arte en películas como Star Wars, Episodio III: La venganza de los Sith (George Lucas, 2005), Troya (Wolfgang Petersen, 2004) y Batman begins (Christopher Nolan, 2005). Desde el diseño de la base lunar, donde trabaja Sam, hasta la elección de los emoticonos como expresión de los estados de ánimo del robot Gerty. La blancura hermética que inunda la textura de los espacios, junto a las zonas de oscuridad propias de la cara oculta de la luna, aportan a la vida de Sam un cariz asfixiante, reflexivo y claustrofóbico que condicionará el ambiente de la película.

Cualquier tiempo pasado fue mejor

El filme de Duncan Jones nace de una atractiva premisa que nos devuelve al cine de ciencia ficción de la época “pre-transformer” (o pre-superhéroes, por llamarla de algún modo) en cuanto a efectos especiales se refiere.

Sam Bell está a punto de acabar su contrato de tres años con Lunar Industries para la extracción de la principal fuente energética para la Tierra: el Helio 3. Casi tres años de soledad en la cara oculta de la Luna con el ordenador de la base, Gerty, como único compañero, han hecho mella en Sam. Su único vínculo con el mundo exterior son los mensajes por satélite de su esposa y su hija de 3 años. Sam desea con ansia volver a casa, pero un terrible accidente en la superficie lunar provoca un perturbador descubrimiento que agudiza su creciente paranoia y su sensación de aislamiento a miles y miles de kilómetros de casa. Ésta sería la sinopsis libre de spoilers. Sam, que sufre un accidente al chocar su vehículo Rover con la máquina cosechadora, es rescatado por un nuevo Sam (un clon) y llevado de nuevo a la base. Una vez allí, los dos Sam afrontan la realidad y descubren la trama que se esconde tras Lunar Industries cuando Gerty desvela el secreto: la empresa ha creado clones de tres años de esperanza de vida cuyos recuerdos han sido instalados científicamente; obteniendo así mano de obra con infinidad de repuestos. Cada tres años, Sam es destruido y un nuevo clon lo reemplaza. Ante la noticia de que un equipo de hombres llegará a la Luna para supervisar que todo esté en orden, los dos Sams trazan un plan con el que hacer llegar a la Tierra la verdad de lo que ocurre en la base. Sam I (el antiguo) volverá al Rover accidentado para distraer al equipo que ha enviado Lunar Industries. Mientras tanto, Sam II (el nuevo) se esconderá en una cápsula y volará dirección a la Tierra.

La película está planteada de una forma sobresaliente, manteniendo la intriga y avanzando en la trama con precisión. El suspense se ve potenciado por la inteligente manera de dar pistas a los espectadores, en la que Duncan desvela lo justo pero sin llegar a tratarnos como idiotas (tal y como ocurre en muchas otras películas). Todo toma sentido en el momento preciso y de la forma óptima. La presencia de estos detalles es sutil: la quemadura en la mano, la ausencia de un traje, etc; junto a las alucinaciones que sufre Sam, que beben de la simbología de la mujer guía, un ente que nos dirige a la vida o la muerte. Es un arquetipo recurrente, la mujer que nos lleva.

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Fotogramas de Moon.

Actualmente, el cine de sci-fi sufre el vacuo desequilibrio entre contenido y discurso, generando experiencias visuales jamás vistas pero descuidando enormemente el mensaje que se pretende transmitir. Este hecho destaca aún más en el género de ciencia ficción, que tradicionalmente ha sido un vehículo efectivo para hacer llegar a una gran mayoría de espectadores (y, sobre todo, al público joven) distintos mensajes y preguntas propias de la filosofía especulativa. Las últimas obras de este género son lanzadas en taquilla con la fatuidad de una atracción de parque temático. Como ejemplo de ello hablaremos de la artificiosidad vacía de Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), una increíble apuesta técnica que nos acerca más a los videojuegos que al cine. Gravity roza banalmente temas como la soledad y el aislamiento en el vacío infinito del espacio exterior, pero no deja de ser un discurso empapado en efectos especiales, movimientos de cámara y planos subjetivos propios de un “shooter” como Call of duty. A Gravity le hacía falta culminar esa complejidad metafísica que se le intentó dar sin éxito, y que sí lo ha tenido con total rotundidad en Moon.

Volviendo al tema de la ciencia ficción, tanto Gravity como Moon han sufrido las quisquillosas y pedantes críticas de los “entendidos” en física. Encuentro con asiduidad un afán algo huraño por desmontar sin pudor las premisas sobre las que se desarrollan los argumentos de muchas películas de este género. Parece ser que han llenado sus cerebros de números y fórmulas pero han olvidado el significado de conceptos como ficción, relato, historia, discurso o diégesis.

En la secuencia inicial se nos contextualiza a la humanidad a través de una pregunta: ¿Dónde estamos ahora? Se establece un contexto y unas “reglas del juego” diegéticas. El planteamiento distópico es característico de la posmodernidad (junto a la corriente cyberpunk), pero la distopía que se presenta en la secuencia inicial de Moon muestra la actualidad que estamos viviendo contemplada desde un futuro cercano. La escasez de recursos (o el mal reparto de estos), la contaminación, el hambre o el cambio climático quedan claramente dibujados en apenas varios planos. ¿Dónde estamos ahora? (Where are we now?) “En un mundo mejor”. La respuesta a estos problemas es la extracción de un nuevo recurso energético, el Helio3, una fantasiosa hipótesis que sirve de pretexto para dar comienzo al relato. Es de recibo no cuestionar en demasía el rigor científico de las premisas sobre las que orbitan las obras de este género, puesto que, aunque pretendan esbozar una realidad verosímil, no dejan de ser ficción. Es importante no olvidar esto.

Encontramos en Moon elementos claramente influidos por obras maestras del género como es 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968). Todos hemos experimentado una sensación extraña, similar a un déjà vu, al ver que la única compañía de Sam en el blanco interior de la base lunar era el robot Gerty, un guiño al Hal9000 del filme de Kubrick. Este parece velar por la seguridad de Sam y le da conversación. Cierto es que mientras que Hal9000 daba la sensación de ser frío y calculador, Gerty resulta ser amigable; su monitor nos muestra estados de ánimo mediante los pueriles emoticonos propios del Messenger.

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En la escena del accidente de Sam, cuando su vehículo impacta con la cosechadora, nos encontramos ante el punto de giro de la trama, el desencadenante de la intriga. Cuando Gerty despierta a Sam II (o Sam joven), éste establece conexión en directo con la Tierra y recibe órdenes de los jefes de Lunar Industries para que no desvele la verdad sobre los clones. Sam II se percata de la situación ya que alcanza a oír de soslayo las palabras que intercambian lo empresarios con Gerty. El despertar de Sam II es, por tanto, un despertar en dos sentidos, supone la salida de la “Caverna”.

¿Por qué Gerty decide desvelar el secreto de Lunar Industries a Sam I? ¿Por qué no lo había hecho antes? Tampoco antes le habían preguntado, o por lo menos no lo sabemos. El robot permite que las cosas pasen, y parece superponer la vida de Sam sobre las órdenes e intereses de la empresa. Otra lectura del modo de comportarse que tiene Gerty viene determinada por los estados de ánimo y la capacidad de elección; en definitiva, de la importancia de la voluntad. Y en relación al valor de la voluntad, Sam nos suelta una frase a bocajarro: “Gerty, no estamos programados, somos personas, ¿de acuerdo?”. Al igual que las personas, el robot ha tenido la capacidad y voluntad de decidir, y a su vez la voluntad de sopesar las decisiones. Pese al momento descorazonador que están viviendo ambos clones, la fuerza que les impulsa a seguir viviendo transmite un mensaje optimista que por instantes calma el dolor de un vacío existencial (o al menos nos distrae de ello).

Al igual que los replicantes de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), los clones de Sam son creados como mano de obra de corta existencia con infinidad de recambios. La esperanza de vida de un replicante es de cuatro años, y es por ello que Roy Batty decide revelarse contra los humanos y encontrar la manera de alargar su vida. “Todos esos recuerdos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia” alcanza a decir el replicante justo antes de morir. Es esta la magia de la ciencia-ficción, la fabulosa capacidad de abordar temas tan humanos como estos. Todos los que hemos visto Blade Runner hemos sufrido la sacudida existencial que deja la psique algo tocada, al menos durante los pocos segundos que dura el ascenso de la paloma blanca en escena. La diferencia es que, al menos, el replicante ha tenido una emocionante pero corta vida; por su parte, Sam Bell vive como un hámster enjaulado, adormecido por falsos recuerdos. Por lo demás, el filme de Ridley Scott recrea la narración mítica de Prometeo y la modernidad; mientras que Moon prefiere reflexionar sobre otros temas.

También encontramos historias que atañen, y quizá otorgan un papel de mayor importancia que el que se le da en Moon, al tema de la clonación de seres humanos. Un claro ejemplo es la película La isla (Michael Bay, 2005). En el filme, los clones nacen y viven en una especie de campo de concentración o refugio nuclear. Allí son criados a partir del ADN de los clientes que, en caso de precisar un trasplante de órganos, tendrán acceso en cualquier momento a los órganos de su clon. El protagonista, Lincoln, que comienza a tener sueños extraños (algo parecido a las alucinaciones que sufre Sam Bell) decide investigar y acaba saliendo del refugio; acaba descubriendo la verdad. De nuevo asistimos a la narración mítica que nos dejó en sus escritos Platón: la Alegoría de la Caverna[1]. Los clones viven en un forzado mito de la caverna, una construcción de la realidad propia de la vivida en el filme El Show de Truman (Peter Weir, 1998). En las tres películas se encierra a los protagonistas en un elaborado y falso mundo sensible, y tendrán que alcanzar la verdad mediante la razón, que los llevará a conocer el mundo inteligible. ¿Es la realidad algo objetivo y externo a nosotros, viene dada tal y como es; o por el contrario, la realidad viene determinada por la subjetividad del individuo?

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Cuando Sam I contacta con la Tierra mantiene una conversación telefónica con Eve, su supuesta hija. Descubre que su mujer ha muerto y no es capaz de ver al verdadero Sam, por eso cuelga la llamada. En esta escena, cabe plantearse una serie de preguntas: ¿cómo es el verdadero Sam? ¿Qué edad tendrá? ¿Será consciente de que Lunar Industries utiliza a sus clones como mano de obra, o él mismo se ofreció voluntario para llevar a cabo el plan? La personalidad de Sam se difumina, solo conocemos la rutina de dos semanas y el comportamiento de un moribundo Sam I. Si el verdadero Sam hubiera accedido voluntariamente a la clonación, dudaríamos de la moralidad de éste; sin embargo, cabe la posibilidad de que el verdadero Sam también sea engañado por la empresa. Cuando los dos Sam se conocen y entablan relación, al principio, no se soportan, se mantienen esquivos e incluso pelean; pero es irónico cuando Sam I le dice a Sam II: “Sé que no me matarás, yo no lo haría”. Sam II (el joven) refleja la esperanza, la energía vital; mientras que Sam I (el viejo) sufre tanto corporal como mentalmente, pierde la esperanza y durante momentos parece incluso nihilista (como cuando se arranca a bailar y pone la música a tope). Durante la pelea, el joven clon destroza la maqueta en la que había estado trabajando su predecesor. La destroza porque cree que la habitación secreta, donde se encuentra la solución al enigma, está situada bajo la maqueta. El factor simbólico de ésta es de gran importancia. Cuando hablan sobre ella, Sam I le dice a su clon: “No recuerdo haberlo hecho todo”. Es decir, alguien ya había empezado la maqueta. El clon nuevo es el despertar de la conciencia del viejo: en definitiva, se establece una lucha entre el realismo y el idealismo; distintas formas de afrontar la realidad. El idealismo se centra en “lo que podría ser” y el Realismo se centra en “lo que realmente es”. Lo que se esconde bajo la maqueta es una metáfora de la verdad que han escondido bajo una realidad construida falsamente. De nuevo, Alegoría de la Caverna, confrontación entre el idealismo y el realismo, el mundo sensible y el mundo inteligible. Por otro lado, podemos apreciar un segundo significado sobre la maqueta: los Sams nacen y construyen sin saber por qué, simplemente la encuentran y construyen durante los tres años de vida que tienen, dejando un legado de su existencia para el futuro. Quizá la humanidad y las civilizaciones han funcionado del mismo modo. Hemos despertado en este mundo, y durante la cantidad “X” de años de vida que duramos, heredamos un pasado, forjamos un presente y legamos un futuro aun sabiendo que nuestra fecha de caducidad es irremediable.

Sam II traza un plan para que Sam I vaya a la Tierra, pero el viejo sabe que no le queda mucho tiempo de vida y prefiere que su lugar lo ocupe el joven. De nuevo el mensaje del legado, el viejo que le cede el paso al joven; un joven que traerá la verdad a la Tierra; una Tierra que vive su propia Alegoría de la Caverna.

El paso del útero al sepulcro

Asistimos con crudeza a un planteamiento existencialista en uno de los momentos más desgarradores de la película, que sucede cuando Sam I dice “Quiero irme a casa” mientras contemplamos el planeta Tierra en el horizonte. ¿Cuál es su casa, si es que acaso tiene una? Durante unos segundos sufrimos un encogimiento atroz, eco de la duda existencial y de la incomodidad de pensar que nuestra vida es tan solo el paso del útero al sepulcro.

En los últimos instantes de vida de Sam I, lo único que lo diferencia de un pedazo de carne que respira son los falsos recuerdos que han almacenado en su cerebro. Necesita repasar su falsa vida, su vacía existencia, para afrontar con alegría su final. La película nos sume en la asfixiante reflexión sobre el tedio vital, abandonando a un minúsculo astronauta, con su minúscula existencia, en la vasta extensión del espacio exterior. Ya al comienzo, Sam Bell bromea en su diario diciendo “Gracias por las noticias de fútbol, casi me siento vivo”. Duncan Jones nos condena a experimentar la soledad del hombre contemporáneo. Encuentro conveniente citar el fragmento de un Spleen del poeta francés Charles Baudelaire de su libro Las flores del mal:

Nada más insufrible que las rengas jornadas
en que, bajo los copos de nevadas eternas,
el tedio producido por el desinterés,
de la inmortalidad toma las proporciones.
—Desde ahora ya no eres, ¡oh viviente materia!
Más que una mole pétrea rodeada de espanto
dormida en el confín de un Sahara brumoso;
una ignorada esfinge del mundo indiferente,
olvidada en el mapa, y cuyo arisco humor
a los rayos del sol poniente sólo canta.

En esta escena, cuando Sam dice “quiero irme a casa” no puede estar más acertado el poema, puesto que Sam no es más que una ignorada esfinge del mundo indiferente, olvidada en el mapa, y cuyo arisco humor a los rayos del sol poniente sólo canta.

Su llegada a la Tierra desvela la verdad. Duncan Jones plantea un desenlace que ni arriesga ni se compromete, pero que deja más o menos cerrado a través de titulares y especulaciones de los medios de comunicación terrícolas. La película es redonda, y pese a no gozar de la espectacularidad y efectos especiales de otras del género, es visualmente atractiva; consigue envolvernos en una atmósfera mística e introspectiva que durante una hora y treinta minutos nos transporta al espacio. Con su debut, Duncan Jones ha aportado al cine de ciencia ficción el perfecto equilibrio entre contenido y discurso (aunque no está al nivel de Blade Runner) en un momento de regresión, tanto del público como de los trabajadores de la industria del cine.

Es destacable la frase que cierra la película: “¿Saben qué? una de dos, o es un chalado o un inmigrante ilegal y en cualquier caso deberían encerrarlo”. Da que pensar, y eso es un preciado tesoro que el cine no debe olvidar.

Tráiler oficial de Moon.

1 Se trata de una explicación metafórica, realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de la República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón).

Por Alberto González

Decidiendo si la vida está en lo que se debe hacer o en lo que hago en mis ratos libres. Aún no duermo con Orfidal
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