“La máscara de un actor está ahí para ayudarte a ver quién se supone que es. Las máscaras de las personas sirven para encubrirlas”. Está frase que uno de los personajes de la novela gráfica Democracia espeta a su hijo en las primeras páginas tiene más significado del aparente. Encierra una de las claves del relato, el juego de máscaras al que desde la antigua Grecia el hombre ha querido jugar para ordenar el caos, la síntesis de lo apolíneo y lo dionisíaco en un nuevo orden político y social
¡Alerta de spoilers!
Por Javi Cid
Juego de máscaras
El término persona proviene de la palabra griega pròsopon, que se traduce como máscara. Según la visión jungiana, la persona se identifica con el arquetipo de máscara: una adaptación al medio de acuerdo a los intereses en cuestión, en oposición al concepto de individualidad.
No es descabellado pensar al leer Democracia (Alianza Editorial) que sus autores, de origen griego, son totalmente conscientes de dicha etimología. Alecos Papadatos (idea original y dibujo) y Annie Di Donna (color) se encargan de ilustrar el magnífico guion de Abraham Kawa, que lejos de lo que pudiera parecer, no es un manual didáctico sobre la historia oficial de la democracia en Grecia. Papadatos y Di Donna, tras firmar la laureada Logicomix -una introducción a la lógica y las matemáticas a través de una biografía ilustrada de Bertrand Russell-, intentan repetir la jugada en Democracia. En esta se sirven de la pluma de Kawa para narrar el origen de la democracia en Atenas a través de la historia vital de un ciudadano anónimo, el pintor de ánforas Leandro.
La primera técnica narrativa presente en la novela es la anticipación del final; el personaje apócrifo de Leandro no logra conciliar el sueño en el campamento militar que los hijos de Palas Atenea han levantado en la llanura de Maratón. Por poco versado en historia que uno esté, puede identificar los hechos que están a punto de acontecer. En el año 490 a.c., el ejército persa de Darío I se preparaba para golpear a la polis de Atenas y reinstaurar una tiranía títere. En la noche previa a la batalla, Leandro relata la historia de su vida a sus compañeros Tersipo, Cinégiro y el Poeta (ninguno en calidad de personaje inventado, pequeños huevos de Pascua diseminados por toda la novela). Esta historia conmueve al resto del campamento ya que es la historia del regalo que Atenea les (nos) hizo a todos.
Si la niñez se asemeja a un verano, el de Leandro fue breve (¿como acaso no lo son siempre?). Durante ésta, Leandro compagina su afición por la pintura con la implicación en los negocios de su padre. Su padre, Prómaco, un ateniense acaudalado, es miembro del consejo ciudadano preocupado por los tiempos que le van a tocar vivir a su hijo. Hace décadas, el pueblo ateniense cedió el báculo del poder al buen tirano Pisístrato para despreocuparse en sus vidas, pero ahora dicho poder ha pasado a sus hijos Hipias e Hiparco, que lo utilizan para su enriquecimiento personal. Prómaco es un ciudadano consciente de la corrupción existente e intenta trasladar la preocupación a su hijo.
Viñetas del cómic Democracia.
Travesía vital
Durante la celebración de las Panateneas, Hiparco es ajusticiado por los Tiranicidas (Harmonio y Aristogitón) y el pueblo lo entiende como la invitación a una rebelión. Hipias desencadena una feroz represión durante la cual Prómaco es señalado como conspirador y su familia es traicionada; él es asesinado y sus fincas y posesiones destruidas o intervenidas. Aquí llega el septiembre para Leandro, momento en el que tiene que marchar al destierro y buscar el auxilio de los dioses.
El amparo se lo proporciona Delfos, lugar más seguro del mundo, donde Leandro entra a trabajar como tesorero del Oráculo. Creyéndose la reencarnación de Orestes, se encomienda a Apolo, pero es Atenea quien se dirige a él, alentándole no a buscar la venganza al estilo átrida sino la verdad, su verdad. La diosa se aleja de la idea platónica de verdad unívoca y guía de la mano a Leandro para que dude siempre de la autenticidad de las máscaras.
De este modo el joven pintor descubre que los dioses hablan a través de las palabras de los hombres en el Oráculo, al inferir la maquinación que los sacerdotes preparan con el personaje más interesante de la novela, Clístenes de Atenas, Clístenes el Alcmeónida: a la postre el padre de la democracia. A través de los inquisitivos ojos de Leandro intentamos conocer a este político, que puede resultar ser «idealista o intrigante».
Dibujando la democracia
Uno de los grandes aciertos de Alexis Papadatos y Annie Di Donna al afrontar el aspecto gráfico de la novela es dotar a los personajes de un estilo cartoon, algo que evidencia la psicología de los personajes por mucho que sus actos o palabras intenten enmascararla. La socarronería cínica de Prómaco se descubre como impostada al admirar su alta frente y ceño preocupado; la traición se lee en las oscuras cuencas de Equecrátes, y la sabiduría dibuja el rictus de Atenea. Sin embargo, Clístenes es todo misterio, la nobleza que intuimos en su mirada desaparece en la siguiente viñeta donde su sonrisa nos dice “no te creas nada”. La Lechuza y la Serpiente están omnipresentes en Clístenes, ya que Clístenes es Atenas.
La historias de Atenas y Leandro discurren de manera paralela, el tirano Hipias es desterrado finalmente y busca refugio en la corte de Darío el Persa, por lo que Clístenes y Leandro pueden abandonar el destierro. Mientras el joven artista intenta reflejar a través de la pintura su sueño de un pueblo transformado por la verdad, la ciudad se debate entre la elección del nuevo primer magistrado: el populista Iságoras, que en secreto planea entregar Atenas a una Esparta que está presente como agresiva garantía de la justicia, o Clístenes, que propone derrocar el viejo orden para instaurar un nuevo sistema de tribus, interclasista y transversal que otorgue el poder a los ciudadanos sin importar su origen. Es evidente que el conflicto es inminente.
En un genial movimiento de guion, Apolo, Dioniso y Atenea interpretan la rebelión que está por suceder en Atenas: La era de los dioses se apaga, comienza la era de la luz y la sabiduría, pero para que esta llegue es necesario que la tierra se purifique con «violencia, fuego y vino». Y los tres hermanos, como en una improbable escena fraterna del Sandman de Neil Gaiman, emulan a Zorba bailando un último sirtaki, como celebración de la naturaleza del hombre.
Redibujando la historia
En Democracia (Alianza Editorial), los autores no imparten una lección oficiosa de historia (la oficial es imposible); recogen los textos de Heródoto, Tucídides y Aristóteles para encajar el relato vital de un everyman con el que poder descubrir el modo en el que fue edificado el nuevo orden del que deriva (o no) nuestro sistema político actual.
A pesar de la posibilidad de realizar una lectura trasladando hechos de entonces a nuestros tiempos (véase la injerencia de las potencias extranjeras en democracias ajenas como garantes de la probidad) los autores reniegan de dicha intención. El trazo, corto y vibrante transmite la inestabilidad de la época, y la lectura consciente que requieren los diálogos se alivia a través de una visión cinematográfica de la acción. La novela se completa con un glosario ilustrado de términos con los que ampliar la comprensión de la misma y descubrir los personajes ocultos en la misma. Porque sí, el Poeta del campamento es el mismísimo Esquilo tras otra máscara.