Eleonora Finkelstein: «La poesía no se comercializa, se trafica»
Por María Pachón
Leer a Eleonora Finkelstein es resurgir. Es extasiarse con la amistad, con el amor, con las drogas, con el rock, con la poesía y con la fe, que son lo mismo. Es no pensar, sino sentir. Sentir también renegación: hacia la tradición, hacia las vanguardias, hacia el padre y hacia la pureza, que pueden o no ser lo mismo. Es no ocuparse del tiempo, sino de un espacio sin fronteras que se recorre, por supuesto, a caballo y con sentido. Leer a Eleonora es jugar con la peluca de Donald Trump mientras se reza por el cuerpo de Aylan Kurdi. Leer a Eleonora, honestamente, es transformarse.
Eleonora Finkelstein. Vídeo: Fernando Armando. Fotografías: Bernardo Cruz.
Eres poeta, crítica, traductora y editora. Eres argentina, chilena, quizás un poco mexicana, norteamericana, alemana, italiana y ya también extremeña. ¿Intuías que una vida da para tanto?
Es difícil el futuro. ¿Para cuánto da una vida? Bueno, ¡para nada! Uno planifica muchas cosas y, normalmente, la mayoría de las cosas importantes que te pasan tienen que ver con otras o terminan resultando diferentes a tus planes iniciales. Una de las cosas importantes que yo aprendí, con la vida que me tocó vivir, es que uno tiene que, sobre todo, adaptarse y aprovechar; entender el sentido del cambio no como una amenaza, sino como una oportunidad para aprender, para enriquecerse. La poesía tiene mucho de eso. Yo aprendí, siendo desde muy pequeña una lectora empedernida, que finalmente la poesía no se trata solamente de libros, sino también de cómo tú pones el ojo frente a la vida. La poesía es una manera de ver. Ver más cosas, tener amigos de diferentes lados, conocer más culturas te enriquece tanto como la literatura. Si es una referencia permanente, en algún momento la literatura tiene que integrarse en tu torrente sanguíneo para formar parte de vos mismo, tal como pasa con todo lo demás que la vida te va presentando.
Ir y venir, ir y venir, ir y venir, escribes. También: Esta cabeza es mi patria.
La verdad es que el tema países nunca lo tuve claro. Sí me parece que las fronteras no son más que arbitrariedades y que lo más importante, lo que de alguna manera une a las personas, son las culturas. Los estados nación, las banderas, las fronteras, las situaciones políticas, geopolíticas son absolutamente arbitrarias y tienen que ver con otras cosas que están lejos del humanismo que pretendo y que pretende el arte, la poesía o la poética en definitiva, como algo más abarcador y matriz respecto de lo que el arte significa.
La poesía no se trata solamente de libros, sino también de cómo tú pones el ojo frente a la vida
¿Cuándo escribiste ‘Colla’ eras ya una inmigrante en Chile?
Recién acababa de llegar a este país que es mi país también ahora por lo que te decía antes: por los amigos, por la gente, por la manera en que uno se integra. ‘Colla’ para mí es un primer impacto respecto de Chile, respecto de esas personas que vendían sus mercaderías en un paño en la calle; es esa sensación de silencio, de secreto todavía.
No te pregunto por qué a Chile: cómo no estando ahí tan cerca y siendo testigo del fin de la dictadura. Pero sí me gustaría que nos hablases de la conmoción ante la democracia.
Cuando yo llegué, Chile acababa de asumir el primer presidente democrático, pero era un país muy dañado por una dictadura extensa y muy difícil. Encontré un país triste. Se me produjo un contraste. Yo tenía muchos amigos chilenos en Argentina, y llegamos a Chile como quien llega a una fiesta porque volvían los intelectuales, los artistas… Pero, de pronto, nos encontramos un velorio, porque todavía estaba el dictador en el poder, porque había una democracia muy negociada… Todo ello me motivó a quedarme en alguna medida: había mucho por hacer, mucho por reconstruir. Fue un desafío que todavía, claramente, asumimos, porque solo una sociedad movilizada logra que ciertos abusos no vuelvan a cometerse.
Yo viví el final de dos dictaduras, porque en Argentina la dictadura termina en el 82 post-Malvinas con un tremendo fracaso de los militares que estaban en el poder. Fue tremendo, una decepción; pero también fue la posibilidad de que finalmente regresara la democracia. Entonces llega la democracia y hay un exceso de expectativas respecto de cómo las cosas suceden: como si uno no tuviera que intervenir y eso ya solito fuera a funcionar como uno se imagina que debiera funcionar. Y no es así, y ya sabemos que no es así. Pasada la edad de la inocencia, uno al final entiende cómo funcionan las cosas: No hay descanso. No hay un momento en que vos digás: “Sí, bueno, ya está”. ¡No! Siempre va a haber reivindicaciones que hacer, luchas por injusticias, cosas frente a las cuales tenemos que manifestarnos. Eso es lo que en estos tiempos está pasando. No hay intereses asociados a una lucha política. El paradigma izquierda-derecha está, por no decir podrido, un poco añejo.
Volviendo a la edad de la inocencia…
Sí, y a la poesía.
Quien te ha leído sabe quién te enseñó a jugar al ajedrez. Pero ¿quién te introdujo en la literatura?
Tuve un profesor en el primer año de universidad que nos dijo: “A ver, ¿quién de vosotros -que éramos unos pelotudos importantes- quiere ser escritor?” Algunos levantamos así tímidamente la mano. “Bueno, les aconsejo que se vayan, este no es un lugar donde vayan a aprender literatura”. Me quedé bloqueada, porque, ¿¡qué iba a estudiar!? Pero entendí lo que quería decir. Un profesor te puede estimular, pero al final hay algo que está o que no está. La verdad es que desde muy temprano fui buena lectora, pero también quizás por una cosa azarosa: me crie durante mis primeros años con mis papás, que eran comunistas, militantes comunistas, ¡fucking hippies de los años 60 ! ¡Era una cosa…! (Risas) Había literatura de ese tipo, ¿!qué sé yo!? Sartre, Gorki… Toda la literatura rusa. Y también poesía española, Miguel Hernández, Machado… Y esos eran los libros que estaban ahí, en mi mano. Nunca, jamás, hacían el distingo entre lo que era literatura infantil y adulta, yo eso lo vine a entender luego. La biblioteca estaba abierta y tú te servías de libros; si alguno te interesaba lo leías, y si no te interesaba era porque no estabas maduro como para leerlo.
Cuando mis papás se separan, se divorcian, voy a vivir a casa de mis abuelos: católicos italianos. Y la biblioteca era otra biblioteca con mucha novela del siglo XIX, con Víctor Hugo.
Y ya después -creo que eso fue lo que más me formó-, conocí la literatura norteamericana, el beat básicamente. Eso es bien generacional: los que nacimos después de los 60 nos formamos de alguna manera con esa cultura menos europea, como la de mis padres y la de mis abuelos, y más cercana, a pesar de la lengua, a la literatura norteamericana, a la literatura contracultural.
Pasada la edad de la inocencia, uno al final entiende cómo funcionan las cosas: No hay descanso
Y entonces también os formasteis de música rock.
Claro, sin duda.
Por el ritmo tus poemas suenan a jazz, pero la droga, los viajes y otros temas los transforman en punk.
Claro, es por eso. Yo tenía veinte años en los ochenta y en ese ambiente, claramente, la música era esa. La banda de sonido de mi vida es esa: el punk y el rock. Sí, es un referente cultural súper importante, como ahora lo es el rap. Son expresiones culturales que, a veces, se tienen como de muy baja ley, pero hay que prestarles atención, hay que tener ojo porque hay que saber separar la paja del trigo en todas las expresiones, todavía más en las populares. El rap tiene letras impresionantes. Hay versos que yo robaría con gusto.
Y con respecto a lo que dices del ritmo, debo decir que eso es una separación de la forma o de la tradición un poco más rígida de la lengua, después, por supuesto, de conocerla bien. Me encantan los poetas del Siglo de Oro: Quevedo -que me lo he leído de arriba a abajo-, Góngora y, posteriormente, Cernuda, Gil de Biedma… Tengo mayor predilección por el poeta de nuestra lengua que escapa un poco de los recursos más formales, y es porque tengo un rollo, que no digo que sea verdad ni mentira pero es mi propio rollo: creo que el error, o el lugar de la tensión, o la salida de la zona de confort también es poesía. Porque si vos no explorás, si vos no salís un poco de ciertas bellezas, de ciertas cosas entendidas por belleza… ¡bueno!, nos vamos a quedar dando la vuelta como en una especie de sofisticación de lo hermoso que no es estrictamente eso. Hay que entender que muchas cosas callejeras, incluso a priori feas, no poetizables, igualmente son poesía.
Ese comentario tan interesante que haces sobre la resignificación y la reinvención de la poesía se palpa en tus versos, por ejemplo, en el poema ‘Artificial’.
Claro. Yo siempre digo: nadie puede ser demasiado diferente de sí mismo, sobre todo si estás tratando de escribir una poesía. Yo también creo que lo único que se nos debería exigir a los poetas es mucha más honestidad que belleza; naturalidad en vez de belleza. Esto me recuerda a una frase de Valéry: Un poema nunca se acaba, solo se abandona. Eso en el fondo quiere decir que uno sabe que está buscando algo que no va a conseguir. Y ahí hay una paradoja, hay una atención humana muy interesante, muy fuerte, y tiene que ver con la esencia del humanismo. Todos podemos inventar de alguna forma una misión, y en el arte de la poesía dicha misión ya no tiene que ver con ser original, lo que hay que encontrar es eso: la honestidad.
Como la que encontramos en tu poema político ‘Aylan Kurdi’.
Hay una fuerza muy poderosa en la poesía. A veces yo me he sentido hasta un poco avergonzada. No soy una persona naturalmente modesta, pero hay cosas que me complican o que me dan molestias, y trato de mantener el ego muy a raya. Pero, de repente, frente a la tragedia humana uno dice: “Y yo acá, escribiendo versitos”, y se produce una tensión. Mi poesía no es política, pero qué cosa no es política. Quizás esa es la nueva política: no es tan explícita, pero es más honesta, es más directa, de persona a persona. Es decir: “Bueno, yo siento esto, o me pasa aquello. ¿A vos también?”. Hay una impronta que nos conduce a todos. No es una condición del poeta -yo no creo que el poeta sea un ser sagrado ni ninguna de estas cosas que uno suele ver en gente solemne de sí misma-. Al final, cada uno está en lo suyo, lo hace lo mejor que puede, lo hace con honestidad. Quizás así logremos algo hermoso, bueno, justo.
La infancia, las drogas y los viajes se entremezclan natural y honestamente con dios en tu poemario.
Sí. Dios para mí es un problema, un tema recurrente también. No creo en un dios intervencionista, pero puedo decir que siento que hay una dimensión que es más que material en el ser humano. Por supuesto, no creo en un dios que se esté ocupando de nuestros asuntos: “Por favor, que me vaya bien en el examen…” ¡No! Pero, eso no significa el ateísmo.
Seguimos creyendo en los milagros, escribes.
Sí, y con ello estoy hablando del sentido. El sentido en cuanto a significación, pero también en cuanto a dirección. Ahora mismo que, de hecho, la poesía no es tan leída, ni tan requerida, es muy fácil perder la significación de las cosas, o perderte en la dirección: en el por qué, en el para qué, en el hacia dónde.
Eleonora Finkelstein conversa con María Pachón en uno de los salones del Parador de Zafra.
Hablando de direcciones: milagrosamente, a veces dos vidas -paralelas- convergen. ¿Qué te ha supuesto, como editora y como persona, conocer al poeta y editor zafrense Paco Najarro?
Fundamentalmente, Paco Najarro es un amigo, es un hermano. Tuvimos una onda increíble. Él llegó a RIL Editores porque estábamos buscando a alguien para comunicaciones y, de repente, nos pusimos a hablar de poesía. A veces nos reímos porque fuimos como esos bichitos que se tocan las antenas y dicen: «Somos sujetos de la misma especie». A partir de ahí empezó a trabajar con nosotros y la amistad se fue profundizando. Después regresó a España y abrimos la sucursal de RIL acá. El trabajo así adquiere sentido. Es lo que te decía, porque no todo lo que haces en tu trabajo te gusta, pero al hacerlo con amigos sí tiene sentido. Paco y yo en eso somos iguales: él también es poeta y editor, así que no fue muy difícil tener una amistad y proyectos como los que tenemos ahora, con RIL acá en España.
Frente a la tragedia humana uno dice: “Y yo acá, escribiendo versitos”
¿La colaboración transnacional es el presente y futuro de la industria editorial?
Claro, porque ahora no es tan difícil vincular las dos orillas, y porque tenemos una lengua extendida por todo el mundo con un número altísimo de hablantes (incluso en Estados Unidos los hablantes hispanos están superando a los de inglés). Eso es una gran riqueza. Se trata de generar vasos comunicantes y vínculos. Por supuesto, no es algo nuevo, no es algo que haya inventado RIL. Hay editoriales acá, como Liliputienses de José María Cumbreño y otras increíbles, que están trabajando en publicar literatura española hecha en Latinoamérica y literatura latinoamericana hecha en España. Y no estamos hablando de literatura mainstream, porque hoy por hoy también esas cosas han cambiado mucho. Incluso hay gente ya muy famosa que publica en editoriales más pequeñas porque eso te trae prestigio. Ahora, a veces, por publicar en las grandes editoriales, tradicionalmente españolas, pasas a tener una impronta industrial y no cultural. La poesía, en ese sentido, tiene una desventaja fuerte que es una fuerte ventaja en el otro punto, porque nadie te quiere y eso está bien. Es un espacio de libertad. Al poeta nadie le pide nada. Y, poco a poco, está pasando esto también con la narrativa, pero es más lento, porque la narrativa es un negocio mayor.
Trabajáis la edición permanente, es decir, la impresión por demanda.
Los sistemas de impresión digital nos permiten no tener que trasladar libros de un continente a otro, sino que tenemos un archivo pdf y podemos imprimirlo en cualquier lugar del mundo y realizar una pequeña tirada para testear su venta, lo que también nos permite hacerlo a precios razonables minimizando el riesgo. La literatura se ha convertido en una cuestión de nichos. El mito de la masividad ya podríamos olvidarlo.
Esto tiene que ver con el concepto de biblio-diversidad, al cual precisamente vosotras y vosotros, el equipo de Ril Editores, acuñasteis con tan bello término.
En esos años, fines de los 90, se hablaba mucho de la biodiversidad. Lo que pasaba era que se habían concentrado los capitales, había empezado la fusión de las grandes editoriales: Bertelsmann tiene editoriales y también fabrica armas, y también tiene negocios de entretención… O sea, da lo mismo, es business. La verdad es que, personalmente, yo vi muy temprano que era inútil e inoperante; nunca nos íbamos a convertir en eso, y tampoco lo queríamos. Fue un momento de muy buena reflexión respecto a la biblio-diversidad: la defensa de las editoriales independientes, de las librerías independientes y de otras formas de circulación que van más allá de las librerías incluso.
Eleonora Finkelstein recita un verso de su Partes del Juego (Ediciones Liliputienses).
En Chile, el IVA al libro es del 19%, y el fenómeno de la piratería se ha extendido. ¿Cómo afecta a las editoriales independientes?
El tema de la piratería, en realidad, afecta solamente a los best sellers. Cuando un libro es pirateado es ya porque la editorial ha hecho un muy buen negocio. A las editoriales independientes el tema de la piratería no es lo que más le afecta. Quizás sí la reprografía, la fotocopia sobre todo del libro académico, pero ahora con la circulación del pdf, del libro electrónico, también esto se ha moderado bastante. Sí es cierto que en Chile, y en Argentina, la venta de libros está un poco degradada, pero eso pasa a ser una situación puntual y económica. En Argentina están carísimos los libros, con el tema del dólar; en Chile están grabados con un impuesto horrible… Todas esas cosas hablan de la falta de voluntad política respecto de políticas culturales, así como de los deseos de la gente. Bueno, no sé, esto va a sonar antipático, pero lo cierto es que yo no me siento con ganas de ir a evangelizar en la literatura.
¿Pero el IVA del 19% al libro influye en el bajo número de lectores en Chile?
A ver, estamos hablando de que los textos escolares, los libros de capacitación, etc., libros que necesitas comprar, también tienen el mismo impuesto. Ahora, el problema del lector y de la necesidad de comprar libros yo creo que es de otra índole, porque primero tiene que existir el deseo y después el «¡oh!, no me alcanza».
Bertelsmann tiene editoriales, también fabrica armas, también tiene negocios de entretención… O sea, da lo mismo, es business
Rastreando el fondo de RIL, a Maldita Cultura nos ha gustado especialmente Degenerados. Narrativa hipercontemporánea chileno-argentina.
Pretendemos seguir con ese formato, haciendo que dialoguen diferentes países. Nos parece que es interesante establecer esa comparación en la que descubres muchos puntos de contacto entre todas las personas que están escribiendo en este momento en diferentes lados. Ya no hay tanto abismo, quizás porque estamos sufriendo las mismas cosas. También tenemos ganas de sacar uno que sea sólo de escritoras.
En el pasado seminario tuvimos el placer de entrevistar a la poeta María Ángeles Pérez López, y hablamos de la necesidad de la recuperación de la literatura escrita por mujeres, un trabajo que ella y otras compañeras están desempeñando con la asociación Genialogías. ¿Es fácil hoy encontrar en los fondos bibliográficos chilenos obras de autoras como Mercedes Valdivieso –La brecha (1961) o Maldita yo entre las mujeres (1991)-, Marta Jara Hantke –Surazo-, Elisa Serrana –Chilena, casada, sin profesión (1963) -, o Elena Aldunate –Juana y la cibernética (1963) o Del cosmos las quieren vírgenes (1977)-?
Bueno, no. Cada vez más, quizás… Pero estamos rezagados. Hay que entender la carga cultural que conlleva todo esto. Si no ha sucedido, no ha sucedido porque claramente las mujeres no tuvieron acceso al poder, a situaciones que permitieran que sus trabajos se divulgaran y, ahora, hay una cantidad de cosas que rescatar que es alucinante. Hace poco leí, escrito por una autora de La Colonia, que no podía publicar porque publicar era ser una mujer pública… Bueno, estamos hablando de algo dicho hace más de doscientos años. Desde entonces, ha pasado agua bajo el puente, pero tiene que pasar muchísima más agua. Confío en que estamos viviendo en una sociedad con suficiente madurez como para entender ciertas cosas. Hay que reeducar también atendiendo a las nuevas masculinidades para lograr una sociedad más justa.
Además de a Allen Ginsberg, ¿a qué escritora o escritor admiras profundamente?
A Williams Carlos Williams, a Vallejo, a Pessoa, me encanta Chantal Maillard. Ginsberg y los beats son como una tradición mía de más años. Ahora me voy enamorando cada tanto de otros poetas: Enrique Verástegui, un poeta que murió hace poco, peruano; de Argentina me gusta mucho un poeta de mucho tiempo, Oliverio Girondo, que era muy transgresor… Como editora me he dado cuenta de que uno aprende a valorar incluso la poesía que no sería tu poesía favorita, aprendes a entender el valor de esa poesía.
Desde la humildad.
En ese sentido sí, porque te pone en una perspectiva que va más allá del gusto. Eso es interesante, porque te abre. No quiere decir que resignes tus preferencias: no, no lo vas a hacer. Pero sí aprendes a valorar otras cosas. La verdad es que me gustan muchos poetas, ahora que me hiciste esa pregunta se me empiezan a agolpar en la cabeza: de Chile, Raúl Zurita, Stella Díaz Varín; de Cuba, Víctor Rodríguez Núñez. Hay grandes poetas en Latinoamérica y España. Y no son poetas tan conocidos, porque también tiene que ver con esto que decíamos: que la poesía no ha circulado más que en ambientes restringidos. La poesía no se comercializa, se trafica. Hoy por hoy, ya todos sabemos que no vamos a vivir de ser poetas, así que nos buscamos un trabajo decente (risas) y tratamos de buscar redes en ese tráfico que te digo.
¿Y con las herramientas digitales es más fácil encontrarlas?
Hay que tratar de usarlas bien. Bueno, te hablaba de Chantal Maillard. Me la recomendó un amigo y la leí en la web; luego ya me compré los libros. Las formas de circulación son más libres, pero también más azarosas, porque no hay canon. Cuando yo estudiaba en la universidad, tenía la idea neurótica de que si yo hacía una lista de todos los libros que me quería leer lo iba a conseguir (risas), y eso dejó de ser así… Lo liberé al azar, porque al final llegarán a tus manos los poetas que tengan que llegar.
Ya sabemos que no vamos a vivir de ser poetas, así que nos buscamos un trabajo decente y tratamos de buscar redes
¿Qué libro estás leyendo ahora?
Estoy releyendo cosas que no había leído hace muchos años, libros que me habían impactado mucho: La montaña mágica, por ejemplo, que es un libro que leí cuando tenía 20 años, y a Charles Simic. También estoy leyendo un libraco grande de ensayo sobre la poesía de Ezra Pound, y tengo otros en la cola.
¿Aún rezas casi todo el tiempo?
El poema es una oración, porque ¿qué es una oración sino una expresión de tu condición humana limitada, llena de interrogantes y donde las preguntas al final son más interesantes que las respuestas?
Amén. ¿Nos podrías dedicar una última y única palabra?
Vuelvo a mi palabra cábala: sentido, sentido. Si uno no es capaz de darle sentido, dirección, significación, no tendremos nada.