Las farolas le lloran su voz al bostezo del día en un silencio roto por hojas secas que corretean al vórtice de unas calles calladas. El invierno resuella afilándose al rostro. Él posa la pupila profunda al suelo como un lastre, apnea a su universo. Su boca mana azufre como si magma bajo su frente. Las manos son ya todo bolsillo y los árboles, que van por la ribera de asfalto a contrapié, se ríen de él a trinos de madrugada.
Asqueado y vencido, escapa a paso torpe. Ya no hay oxígeno. Busca el portal para huirse de fuera y las llaves no encajan. Rebusca restos en la cocina. Tarot o porno en la teuve. Ya no hay oxígeno. Ya no hay oxígeno. Echa la cáscara a descansar. Se despoja del conjunto, vacío, se va a apagar las voces, a encender sueños prendidos de mañana.