A veces suceden cosas increíbles, como que te regalen, al comprar una pésima revista «para mujeres con menopausia», un libro de Oliver Sacks. Título de la obra: Diario de Oaxaca. Es cierto lo que dijo el neurólogo y escritor: A veces la enfermedad, o las revistas femeninas, nos pueden enseñar lo que tiene la vida de valioso. México lindo y querido bajo el prisma de un genio por poco más de un euro… Y a ver dónde hay una papelera para tirar esta otra mierda.
Por María Pachón
Después de haber leído Diario de Oaxaca y hojeado la revista (qué iba a hacer si no mientras encontraba un contenedor), la única relación que he descubierto entre la obra y el absurdo magazine ha sido la cola de caballo. Sí, la cola de caballo, una planta por la que Oliver Sacks confiesa tener una pasión poco más intensa que la que deja entrever la editora de la revista. ¡Mujeres con o sin amenorrea! Cola de caballo para evitar las arrugas, las canas y las flatulencias. Pero, sobre todo (si Sacks levantase la cabeza), «para reforzar notablemente la memoria visual a corto plazo». Vaya… Si resulta que El hombre que confundió a su mujer con un sombrero jamás se habría confundido si, en vez de un hombre, hubiera sido una mujer con menopausia adicta a las lecturas lamentables y a las hojas escamosas. En fin…
Diario de Oaxaca, una obra maestra que no trata precisamente sobre las equisetáceas, sino sobre unos grandes supervivientes emparentados con ellas. Mientras que los dinosaurios aparecieron y desaparecieron, los helechos siguen aquí, y en Oaxaca crecen, nada menos, que seiscientas y pico especies. Así, unidos por el amor a las pteridofitas a través de la Sociedad Americana del Helecho, treinta buscadores de plantas de distintos lugares del mundo viajan a la región mesoamericana durante diez días en el invierno del año 2000. Y diez días, confesados en apenas 140 páginas, bastan para que Oliver Sacks nos revele decenas de curiosidades científicas y, además y sobre todo, nos descubra la historia y cultura de otra gran superviviente, la sociedad mexicana.
Desde el ‘viernes, día 1’, cuando te eleves sobre la inmensidad de la Ciudad de México y avistes el impresionante Popocatépetl, hasta el ‘domingo, día 10’, en el que tomarás por última vez un jarro enorme de chocolate caliente de Oaxaca aromatizado con canela, tendrás la oportunidad de conocer una cuarta parte de los helechos oaxaqueños. Y no solo a través de la brillante prosa de Oliver Sacks, sino también mediante las detallistas ilustraciones de Dick Rauh, un artista convertido en científico cuyas pinturas lucen entre las colecciones del New York State Museum.
Ten paciencia y no te espantes, porque no tienes que saber nada acerca de botánica para engancharte a Diario de Oaxaca. Ya lo dijo The New York Times: «Oliver Sacks es el poeta laureado de la ciencia». Jamás he tenido en casa ni una planta cuyas hojas no estén secas y listas para ser infusión o pitillo. Y sin embargo, después de leer este libro, estoy buscando la variedad de helecho adecuada para aquel rincón de mi oficina, aunque, todo hay que decirlo, con bastante menos afán que un vuelo barato para regresar a México.
Al igual que hizo Oliver Sacks, en 2015 rotulé una libreta con el título ‘Diario de México’ y pasé unas semanas lejos del gélido invierno extremeño. Mi cuaderno regresó plagado de pegatinas, tickets y panfletos, pero con apenas diez notas que jamás desarrollé. Estos días pasados, mientras leía el libro de viajes del médico británico, no he podido evitar la sensación que se apodera de mí cuando, en un museo, veo a alguien fotografiar una pintura: ¡Para qué, si está en los libros! Pero, lejos de enervarme como sucede normalmente, esta vez la sensación me ha dado consuelo. Mi memoria puede prescindir de la cola de caballo: buena parte de aquello que viví en México permanecerá en Diario de Oaxaca.
Fragmentos de México
Hemos llegado al centro de la ciudad, donde las calles se conservan tal y como fueron trazadas en el siglo XVI, una sencilla cuadrícula orientada de norte a sur. […] En el exterior de la iglesia, hay una hilera de vendedores que ofrecen hamacas, collares, cuchillos de madera y pinturas. […] Los turistas, pálidos, desmañanados y mal vestidos, se destacan de inmediato entre los garbosos indígenas. […] Unos niños se me acercan mientras escribo. «Un peso, señor, un pesito…» Por desgracia, o tal vez por suerte, no tengo ninguno.
Nos detenemos ante una tienda de especias. Hay unas torres enormes y compactas de chile. […] Como es sábado, hacemos una última parada en el mercado principal […] un verdadero laberinto de puestos. […] Vemos por todas partes fragmentos de piedra caliza […], utilizada para molerla con el maíz y hacer así que los aminoácidos de este sean más digeribles. […] De los muchos alimentos que he probado en los últimos días, los saltamontes me han parecido de los más apetitosos, tienen sabor a nuez.
El autocar parte de nuevo y muy pronto nos acercamos a El Ceresal, un pueblecito sin ningún cerezo a la vista. El conductor tiene que reducir la marcha, casi hasta detenerse, debido a los túmulos para controlar la velocidad que se extienden de un lado a otro de la calzada. […] Veo a un hombre durmiento al volante de su coche y, por una placa en el parabrisas, me entero de que es médico. Su inmovilidad asusta, y me parece que está pálido. ¿Está haciendo la siesta o está en coma, incluso muerto? […] Unas niñas que no tendrán más de cinco años están lavando en el río, y nos rodean los perros del pueblo. […] La mayoría vagan al acecho en busca de alimentos entre las basuras, mientras que la gente los trata sin ningún miramiento.
Caminamos a paso vivo por la carretera, que serpentea a unos 3.300 metros de altitud. La copiosa comida y los gases de la cerveza causan estragos a mis entrañas, y a medida que la carretera asciende noto que me falta el aire. […] Mal de las alturas.
Hay aquí unas ruinas tan monumentales como las de Roma o Atenas: templos, mercados, patios, palacios. […]El hombre que vende naranjas a los turistas junto a la entrada podría ser un descendiente directo de quienes levantaron esta ciudad, o de los conquistadores, tal vez de ambos. La enormidad de nuestro delito, la tragedia, me abruma.
Según Luis, la basura en las calles […] son residuos del colonialismo, y reflejan la sensación que tiene la gente de que las calles, las ciudades y las tierras no les pertenecen. Dice entonces que el Estado es enorme, ineficaz y corrupto, que los policías están mal pagados y es natural que acepten cincuenta o cien pesos para hacer la vista gorda […] Nos dice que las mafias de la droga están confabuladas con la policía, y que a ésta se le teme tanto como a los delincuentes.
[…] Nos detienen. Hay un jeep con una ametralladora a un lado de la carretera. Un joven con pantalones de camuflaje y camiseta con la inscripción «Policía judicial» sube al autocar. Detrás de él sube un auténtico soldado, con uniforme caqui, casco con redecilla, botas y polainas. El muchacho es absurdamente joven, no parece tener más de dieciséis años. […] Buscan contrabando, sobre todo armas, pero también personas con programas religiosos o políticos, misioneros, insurgentes que se proponen agitar, así como estudiantes con «documentación insuficiente».
«Vivos se los llevaron, vivos los queremos: Fue el Estado», leo en mi cuaderno. Y me disgusta entonces el sabor a tierra que el delicioso mezcal de Diario de Oaxaca me había dejado en los labios…