Cinco escritores ciegos que lo petan fuerte

Recuerdo con aprecio a un compañero de la Facultad de Comunicación que era ciego, Jorge. Le busqué y le encontré. Y ahora, mucho tiempo después, lo descubro trabajando a pleno rendimiento en una radio con programación solidaria. Le recuerdo por la inspiradora impasividad que mostraba. Terminando antes que nadie los exámenes de la facultad, saliendo el primero pese a su dificultad añadida. Menudo crack. Aquella sería la primera sospecha de una habilidad inusitada en estas personas a las que llamamos «discapacitadas visuales» y que vertebra el artículo que tienen en su mano o en su pantalla.

Por Rubén G. Herrera

La tecnología es una ventana abierta al mundo de la luz y la igualdad con los que ven.

Jesús Alberto Gil Pardo, uno de los cinco escritores ciegos.

Un ciego está obstaculizado, en su pensar. Tiene un menor soporte del saber escrito, pero no por el hecho de que no ve las cosas en las que piensa. A decir verdad, las cosas en las que pensamos no las ve ni siquiera el que puede ver: no son visibles.

Giovanni Sartori, Homo-videns  (1997).

Ocurre con frecuencia que, si hacemos el esfuerzo mínimo, nos pueden llegar a sorprender aquellas personas con las que nos cruzamos y con las que nos relacionamos solo por necesidad, bajo la urdimbre ensombrecedora de la “burocracia social”. Recientemente, descubrí también que mi casero era, pese a su ceguera absoluta, un consumado amante de la literatura y la escritura. Mi afán por entender cómo se desenvolvía con tanta naturalidad no hacía más que crecer.

Al principio conseguí apaciguarla, como a menudo hacemos, acudiendo a Internet. La red nos ofrece un espejo biográfico profundamente impersonal, un esperpento digital de lo que somos. Es decir, la reveladora pero opresiva luz de nuestras pantallas nos hace creer que conocemos a esa gente de la que, de inmediato, podemos obtener una ingente cantidad de información, cuando en realidad estamos simplemente procesando algunos datos frívolos; mayormente, imágenes. Parece que el pronóstico que hacía, entre otros muchos, Giovanni Sartori en su Homo-videns se esté cumpliendo a rajatabla; aquello de la impersonalidad emergente de tanta mediación tecnológica. Mediación que los videntes entendemos como opresiva, y es curioso, pues los ciegos lo entienden justo al contrario. Y todo esto, en definitiva, entronca con una pregunta de carácter existencial; una cuestión en realidad histórica, nada novedosa. ¿Cómo escribe exactamente un ciego?

Y no me refiero ya al proceso técnico mediante el que se escribe ordenadamente; cómo se realizan las correcciones oportunas, o cómo organizar y gestionar la coherencia formal y estética del relato. No es este un artículo sobre tiflotecnología, ni siquiera aplicada a la literatura. La pregunta va por el plano existencial. ¿Cómo maneja la herramienta del lenguaje una persona a la que le es negado el sentido de la vista, que es sobre el que gira casi todo nuestro conocimiento y nuestra forma de generarlo?

Nuestro acceso a la realidad es excesivamente visual. Paranoicamente visual. Nuestro lenguaje da buena muestra de ello, está invadido de analogías sobre la visión como sinónimo de conocimiento. Como muchas otras, la misma raíz etimológica de la palabra “idea” es “vista/visión” (εῖδος). La ciencia social también ha dado cuenta de ello. Son varios los estudios que, en las últimas dos décadas, han analizado comparativamente decenas de culturas e idiomas para determinar que la vista es el sentido más universal de todos en nuestra forma de concebir y describir la realidad. Incluso, esto es algo básico de arquitectura cerebral: casi el 50% del cerebro está dedicado al procesamiento visual.

Y sin embargo, las ciencias cognitivas se equivocan, en tanto que pretenden hacer de estos argumentos una cuestión determinante para la existencia o la creación de cultura. Nada más lejos. Lo que uno encuentra al conocer a algunos escritores ciegos, como un humilde servidor ha tenido la oportunidad de hacer aquí, es la forma en que éstos consiguen usar en su favor esa capacidad cognitiva adquirida que es la separación del orden sensorial y el orden de la experiencia.

No me malinterpreten, no es este un sermón académico y/o de tonillo solidario. No pretendo un discurso de igualdad. Abogo por la reivindicación de la diferencia, como el primero de los autores en este artículo, Jesús Alberto Gil Pardo, quien sentencia: «Lo diferente enriquece a la sociedad que la valora». Ni vamos a caer en el mito de los “escritores ciegos” (como lo fueron Borges, Galdós, Milton y se dice que hasta Homero), pues en palabras del Director Técnico de Comunicación de ONCE, José Miguel Vila, «lo sustantivo es la persona, ‘ciego’ es sólo un adjetivo». Pero tampoco es este un artículo basado en la perspectiva institucional dominante (donde la ONCE es mediáticamente un ente intocable, aunque no exenta de sus propios conflictos).

En definitiva, es esta más bien una búsqueda individual y subjetiva, a través de la curiosidad literaria. Seguramente alguien reproche el criterio de selección, al tratarse de una cualidad trivial que nada define de la persona. Pues se equivocan. Como bien he podido comprobar en charlas con algunos de ellos, esta cualidad les define, y para bien. Permítanme que les muestre los descubrimientos realizados:

Jesús Alberto Gil Pardo

#Origen: Soria   #Estilo dominante: Poesía   #Edad: 48 años

Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza, es técnico de Biblioteca en la ONCE y coordina un taller de lectura para personas adultas invidentes en torno al braille. Es premio Tiflos (cuyo nombre debe a una excelente referencia etimológica: Tiflos era una isla griega a la que se desterraban a los ciegos). En su blog vierte todo tipo de cuentos y experiencias, pues se prodiga con absoluta naturalidad en redes sociales e Internet. Sobre el fenómeno de la visión se expresa de este modo tan apasionado:

Ver es andar por el camino de tu boca, sabiendo que no caeré al abismo, iluminado como iré por la luz de tus besos.

Es contemplar el cielo en tus ojos, repleto de las estrellas que son tus sueños.

Es vislumbrar el paraíso al tener cerca el horizonte de tus deseos.

Es admirar la obra de Arte de tu sensibilidad de seda y almizcle.

Es saber cómo son los colores, que nacen en la paleta de tu risa y viven eternos en el cuadro de mi ilusión.

Es tocar la mecha de tus goces, con mis dedos de yesca inflamada.

Su más importante publicación es quizá su libro de relatos cuyo nombre es una sinestesia visual. Huellas de Luz (2012) son testimonios de aprendizaje constante, generosidad, amistad, amor y solidaridad. Pero también un mensaje de pasión por la naturaleza, la lectura, los viajes o la magia. Experiencias vividas bajo la óptica de la ceguera, no exenta de recursos abstractos, como la creación de narradores que son objetos en lugar de personas. Las “huellas” son historias que aspiran a guiarnos por la senda de la vida. Un camino que puede ser transitado siempre hacia adelante, valorando y disfrutando lo hermoso que en ella podremos encontrar si sabemos, precisamente, “dónde mirar”.

Mis pequeñas odiseas: viajando con otros ojos (2014) son relatos de viajes, un manual de turistas ciegos. Y destaco esta obra, entre otras, por la contundencia con que nos recuerda que lo importante de un viaje no es lo que ves, sino lo que sientes.

Sin duda, un maestro, desde el primer acercamiento que hagamos a su obra.

Alberto Gil. Fotografía de Begoña Rivas.

Manuel Enríquez

#Origen: Madrid   #Estilo dominante: Narrativa y humor   #Edad:58 años

Fue veterinario hasta que la retinosis pigmentaria se lo permitió.  Desde entonces, se convirtió en un apasionado de la literatura. Es un hombre especialmente entrañable, no hay más que verle desarrollando guiones para actores. Pero sobre todo, es un escritor consagrado, como lo refleja Caminos del oro blanco (2010). No obstante, su estilo narrativo suele ser menos denso que el género de novela histórica. Y así, escribió Cierra los ojos y mírame junto con Ana Galán; la historia de amor entre un chico que se queda ciego tras un accidente y de una chica que cría un perro guía. Una fórmula de tono positivo y gran valor humano.

Era braille. Estaba escribiendo un mensaje que para mí era imposible de descifrar.

—Ya está — dijo por fin levantándose y frotándose el dedo para limpiar los restos de cemento que se le habían quedado pegados—. Nadie lo podrá borrar.

—¿Qué pone? — dije observando los agujeros que había dejado su dedo.

—Te quiero — contestó David.

En otras novelas, como Esa Tal Dulcinea (2010), Enríquez se muestra muy polivalente. Inventa todo tipo de situaciones tragicómicas con personajes pintorescos, una sátira social que consigue la carcajada del lector.

Y acaba de presentar Está usted despedido: colección de cuentos interruptus (2016), libro que el autor tuvo el detalle de dedicarme a mano (con una caligrafía bien superior a la mía, todo hay que decirlo) y donde demuestra su especialidad por el relato corto: humor, ternura, pero también angustia en sus páginas. Con el transfondo y estilo de Las Mil y una noches / Scheherezade, los relatos son un segundo nivel narrativo: historias cuyo hilo conector es que las va inventando un hombre cuya motivación es la de entretener al jefe de su empresa, que va a hacerle firmar el finiquito y a despedirle.

Su variedad, su humor y el positivismo que desprende le convierten en un escritor que merece un mayor reconocimiento.

Eutiquio Cabrerizo

#Origen: Soria/Santander   #Edad: 62 años   #Estilo dominante: Narrativa y reflexión

Es un escritor muy constante, incapacitado visualmente desde los 8 años. Ya en 1999 publicó La charca de los enebrales, en la que refleja los valores tradicionales y la forma de vida de muchos pueblos de Soria en la década de los años 50 y 60. También cabe destacar Estelas de una diosa (2003), donde demuestra un conocimiento extraordinario de la mitología, y que aplicará en toda su obra hasta nuestros días. Pero es en su más reciente obra y cuarta novela, La luz se llama Julia (2015), donde subyace toda una cultura literaria, que comienza en Homero y su Ulises, y va recorriendo una amplia gama de autores, hasta llegar a James Joyce, o José Luis Sampedro, en El río que nos lleva, explorando la narrativa del viaje.

Con esta obra, Eutiquio se anima a aportar reflexiones en este debate de la experiencia narrativo-visual, en primera persona, y donde nos muestra el discurrir de una persona ciega durante tres días consecutivos. Un protagonista  que transmite los distintos avatares que el mundo le plantea como ciego, pero también como persona, como ciudadano del mundo que le toca vivir. Las experiencias sensoriales son aquí un hilo conductor exótico y cotidiano al mismo tiempo. Eutiquio también es antropólogo.  Por ello, su enfoque de la literatura puede llegar a cambiar radicalmente los estereotipos colectivos sobre las discapacidades y, especialmente, sobre la ceguera. También ha escrito sobre la percepción del arte por los ciegos. Puede decirse que es uno de los autores invidentes más reconocidos.

Hasta aquí el perfil amplio de tres escritores ciegos de merecido reconocimiento. Pero dejamos, entre muchos otros, a dos escritoras a las que también debemos hacer mención:

Cristina Valero Llamas

Joven escritora que sufre de albinismo ocular parcial, lo que no le impide adentrarse de lleno en la narrativa de la fantasía. Sangre vikinga ha sido Premio Tiflos, novela escrita íntegramente en Google Drive, con un teléfono móvil y con la que ha querido mostrar la evolución de una chica ciega que cree ser un estorbo para todos y que acaba siendo una luchadora, desarrollando sus sentidos y habilidades y siendo capaz de hacer cosas con las que no había soñado, encontrando su sitio en el mundo.

Nieves Barambio

Aunque de algún modo forme parte de este círculo de cercanía, Nieves no es ciega; hace, nos confiesa, una vida absolutamente normal. Esta escritora madrileña también nos ha sorprendido gratamente. Encontramos de nuevo la analogía visual por título en Con los mismos ojos (2012). En ella, se reconstruyen las vidas de cuatro mujeres en cuatro épocas diferentes. Recientemente publicó Vuelve a mi vida (2015), una novela sobre la inmigración castellana a Eibar en la década de los 50, basándose en la historia de su padre, recientemente fallecido, que llegó a la ciudad armera procedente de Cuenca. Sus obras siempre han tenido una cucharada de autobiografía, dando a conocer una parte de sí misma en cada nueva publicación.

He dejado abierta la premisa, de índole existencialista, planteada al comienzo: ¿Cómo escribe un libro un ciego? La propuesta aquí no era responderla técnicamente, dada su amplitud. Pero tal vez es la propia literatura la que sí nos ofrece respuestas en sus más puras formas. La expresión cultural sobrepasando al método, una vez más.

Y quizá también mejor dejarlo aquí, con la semilla de la duda. Pues, como diría Borges (precisamente, uno de los grandes ciegos de la historia): «La duda es uno de los nombres de la inteligencia».

Bibliografía general de interés sobre escritores ciegos:

  • Jesús Alberto Gil Pardo: Huellas de Luz (2012); Mis pequeñas odiseas: viajando con otros ojos (2014).
  • Nieves Barambio: Con los mismos ojos (2012); Los cuadernos de Eva (2013); Vuelve a mi vida (2016).
  • Guilda Guimeras: Es mejor la noche (2008); Estaciones de Eva (2012); Contado en pocas líneas (2016); Quien Llega a los Andenes (2016).
  • Eutiquio Cabrerizo: La charca de los enebrales (1999); Estelas de una diosa (2003); La luz se llama Julia (2015).
  • Manuel Enriquez: Esa Tal Dulcinea (2010); Caminos del oro blanco (2010); Está usted despedido: colección de cuentos interruptus (2016).

Por Rubén G. Herrera

Odio esa objetividad fantasmal que convierte nuestras relaciones personales en “cosas”. La literatura, en cambio, escarba y extrude toda la mierda que abunda en nuestros hábitos.
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